sábado, 24 de septiembre de 2011

Eres el más grande

Cuando era chaval escuché decir más de una vez que para entrar en La  Albericia era preciso disponer de pasaporte. La Albericia estaba por donde la ciudad perdía su nombre por el lado noroeste. Eran un conjunto de casuchas y galpones habitadas mayormente por gitanos y sus burros. Más allá había una pista de aterrizaje con el suelo de hierba y, al fondo de todo, donde comenzaban las colinas, un hangar donde fabricaban avionetas artesanas. Nunca olvidaré la tarde que los frailes nos llevaron de paseo hasta allí y el propietario del taller nos estuvo dando explicaciones sobre lo que se traían entre manos.

Bien, pues hay que reconocer que La Albericia ya no es lo que era, pero, como se suele decir, el que tuvo, retuvo, y, ahora, cuando el destino ha querido proveerme con una ventana indiscreta sobre la calle principal del barrio, reconozco que son muchos los ratos que dedico a contemplar como se pasan la vida y se les viene la muerte tan callando a los vecinos.

Se da la circunstancia de que justo enfrente tengo el Bar Marcial. Hace unos meses el rótulo que lo anunciaba se vino abajo y, dado el prestigio del lugar, y la gran afluencia de clientes, el dueño ha considerado innecesario reponerle. El lugar, así, a primera vista, desde afuera, parece un antro inmundo, pero, luego, te paras en la puerta y echas una ojeada al interior y ves que es un espacio de lo más acogedor, de techo bajo, proporciones ajustadas, y paredes adornadas con fotografías en blanco y negro de los momentos estelares del toreo. Supongo que estarán dedicadas a Marcial, aquel torero que perdura en el recuerdo porque algún músico le dedico un pasodoble que se hizo muy famoso: Marcial eres el más grande, decía la primera estrofa.

Reconozco que nunca he entrado en el Marcial. Por pudor o algo así. Es como si me faltasen acreditaciones para acceder a tan prestigioso club. Porque el Marcial es un club. E, incluso, remedando cierto slogan de éxito, se podría decir que el Marcial es más que un club. Tal es la variedad y elegancia de los que le frecuentan. Lo más granado del barrio sin lugar a dudas. Y es que, a causa de la reciente ley antitabaco en lugares cerrados, siempre hay una colla de clientes a la puerta y, como quien dice, les tengo a tiro de fisgoneo. Hay de todo, incluso niños. Los más, hombres, pero también mujeres. Y todos, casi sin excepción, de tipología troncholari. Los más jóvenes tienden a la indumentaria californiana, mientras que los más viejos se ajustan al estilo convencional: vaqueros y camiseta. También hay individualidades muy señaladas, como uno con look a lo Bill Cody u otra a lo Florinda Chico. Y, por descontado, menudean las camisetas futboleras. Bien, pues ahí están, tomando de asiento lo que es de paso, o sea, la acera, que es tan estrecha que al viandante accidental no le queda más remedio que parar para abrirse paso y, entonces, es muy probable que se quede enganchado y entre a formar parte del staf. Y a mí, cuando les contemplo, me surgen incógnitas indescifrables, ¿pero de qué será de lo que están hablando con tanto acaloramiento? Y siempre igual. Nunca decae un ápice la pasión. Y entonces llega uno con camiseta de color metálico y deja el cigarrillo en el quicio de la ventana y entra. Igual que Revilluca en el parlamento regional. Y caigo en la cuenta de que el Marcial, en realidad, es un parlamento. E incluso más que un parlamento.

A diez metros del Marcial, bajando, hay una peña taurina. Nunca veo movimiento en ella. Un día apareció su fachada con pintadas desagradables. Les tachaban de asesinos. Lo borraron sobre la marcha.

Justo al lado de la peña hay una puerta estrecha por donde entran y salen gitanos a montones los sábados y domingos por la tarde. Infiero que debe haber allí una capilla pentacostalista, pero, sea lo que sea, el caso es que da mucha vida al barrio. Se forman grandes grupos en las aceras y entre los coches aparcados y los niños y adolescentes acuden todos a las Tiendas Hollywood  0,60€ que hay junto al Marcial a proveerse de bolsas de chuches. Huelga decir como queda el territorio después de la ordalía.

Un poco más abajo está el Bar El Establo. Tiene las mismas características externas que el Marcial, pero, por razones que no alcanzo a comprender, apenas da juego.

En fin, en algo hay que entretenerse. Y controlar el territorio, siquiera sea visualmente, siempre ha sido rentable. Uno, así, va sabiendo a qué atenerse. Por ejemplo, he podido constatar que entre los chavales gitanos hay cierta afición a la guitarra. Y por ahí les he pillado. El otro día me paré con un grupo y les hice saber que en La Albericia había nacido uno de los grandes de la guitarra flamenca. Un tal Alejandro Martín. No tenían ni idea. Luego les toqué una soleá y ya se pueden imaginar. Ahora paso por allí y los chavalillos me hacen bromas. Qué le vamos a hacer.

2 comentarios:

  1. Así que pasen una semana o dos y se corra la especie ya veo a los padres de los churumbeles parándote por la calle e invitándote a que des un concierto en la capilla el sábado que quieras: que, aunque parezca mentira, Dios también quiere a los payos. Al tiempo...

    ResponderEliminar