Había quedado con Tania a las doce y medía delante de la puerta del Corte Inglés. Como llegué con tiempo de sobra me puse a inspeccionar los alrededores. Justo enfrente había un Wok Hawai, buffet libre, con muy buena pinta. Un poco más allá unas cafeterías con grandes ventanales a la calle. Una agencia inmobiliaria, alguna peluquería y la inevitable oficina bancaria. En las entreplantas se veían carteles anunciando negocios relacionados con la salud del cuerpo. Y poca cosa más. Desde luego que en ningún caso algo que tuviese que ver con eso que se ha dado en llamar economía del conocimiento. Por lo demás me pareció un barrio bien trazado, llano, con casas de buen parecer, plazas duras holgadas... la impersonalidad de la modernidad. Quizá por eso, me dije, el barrio con más personalidad de Santander.
Tanía llegó puntual y, también, por qué no decirlo, escultural. Pero esa es otra historia. Me subí en su coche y arrancamos. Nuestro objetivo estaba allí cerca, cuatro manzanas más allá, pasadas las vías del tren a la derecha. Se trataba de una urbanización que la crisis ha dejado a medio hacer. Pero a lo ya hecho sería difícil ponerle objeciones. El edificio objeto de nuestra pesquisa se llevaba sin duda la palma. En toda la ciudad no hay nada que se le pueda comparar en racionalidad. Me dijo Tania que lo había construido Iberdrola. Claro, eso explica bastantes cosas. Las grandes empresas son punta de lanza de saber en qué mundo vivimos. En realidad, son ellas las que moldean el mundo.
El ascensar nos dejo en el ático. Servicios comunes funcionales y asépticos. Perdón por el pleonasmo. Apenas traspasé la puerta del piso me dí cuenta de que aquello es lo que había estado buscando desde hacía tiempo. Todo se adaptaba a mis expectativas. Poca cocina para no caer en tentaciones innecesarias. Un salón cuadrado con un entrante como de molde para instalar la pantalla. Uno de sus lados todo cristalera que da a una amplia terraza al sur. Por delante, en tanto no construyan, grandes extensiones limitadas por el cinturón de autopistas. Más allá el aeropuerto hacia el este y las colinas de Camargo por el oeste. Por el lado norte, la cocina y dormitorio principal con salida a una gran terraza. Desde allí se divisa la ciudad y, en primer plano, a quinientos metros o así. la siderúrgica de Nueva Montaña con sus efluvios vivificantes. Cuando sople de nordeste, será una delicia porque voy a estar justo en la trayectoria.
Por lo demás, otras pequeñeces, como sistema de alarma centralizado y caja fuerte. ¡Ah! Y la dueña del piso que va a insonorizar el tabique del dormitorio que da al piso de al lado. Un detellazo.
Tanía me dijo que el piso sólo llevaba tres días en el mercado y ya lo habían querido alquilar, pero el demandante no tenía perfil. Conmigo, sin problema: tengo perfil para lo que guste demandar en lo que a alquiler de pisos se refiere. Eso me dijo Tania nada más verme. Y, ni que decir tiene que con ello me elevó unos grados la autoestima.
Quedé con Tanía por la tarde para hacer el precontrato. Todo en orden según lo previsto. Ahora a esperar a que pongan los electrodomesticos, las mamparas y demás y, luego, el baile del acarreo. Bueno, la verdad es que por cuatrocientos euros van unos tipos te lo empaquetan todo, te lo traen, te lo desempaquetan y te lo colocan en donde quieras. Más fácil y cómodo imposible. Vivimos en un mundo superorganizado y muchos parecen no haberse dado cuenta.
Lo de la cocina pequeña no me acaba de convencer: no sabría dónde meter el horno, la máquina del arroz, la de hacer pan... y todos los cubos de reciclaje de basura que te obligan a tener por aquí... Pero tú verás.
ResponderEliminarEs pequeña dentro de un orden. De todas formas el noventa por ciento de lo que cocino, que es muy poco, es a base de microondas. Y si no es con microondas es a base de ensaladas. Cocinar, tengo que reconocerlo, me supera. Y, luego, que cada vez hay precocinados en las estanterías. Y, espero, pronto los chinos te subirán la comida como en New York. En cualquier caso, prácticamente todo me sabe bien.
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