... y te diré lo que eres.
Estaba el otro día colgado del Gato al Agua y me preguntaba si esa gente será capaz de sobrevivir a la presumible derrota del Partido Socialista. Porque parece que no saben hacer otra cosa que dar caña. ¿Acaso se la piensan dar a Rajoy? No creo. Se les iría la audiencia. Y, entonces, me sacó de mis cavilaciones el anuncio que se puso a hacer el conductor del programa, un tipo de habla rápida y contundente al que no sería fácil seguir si no fuese porque siempre dice lo mismo, o sea, leña al sociata. Trataba el anuncio de las cualidades infalibles de un artilugio para detectar los radares que tiene distribuidos por las carreteras la policía. Costaba 600€, pero los primeros cincuenta que llamasen solicitándolo sólo tendrían que pagar 345€. Se extendió luego en consideraciones sobre las ventajas del ir provisto de tal engendro que, en resumidas cuentas, no eran otras que la de poder saltarse la ley a la torera. En definitiva, los guardianes de la pureza moral promocionando un producto moralmente detestable.
No había salido yo de mi asombro cuando, el rápido y contundente, agarró una caja de unos 10x5x2, de color oscuro, y se puso a blandirla a la vez que cantaba las excelencias del producto que contenía. Un producto que como no podía ser de otra manera estaba lleno de antioxidantes sacados del pellejo de la uva. REVIDOX. Todo es tomarlo y empezar a rejuvenecer. Y, entonces, uno de los contertulios va y dice: y no es broma, eh, que yo lo he probado y doy fe. También en el caso del REVIDOX los primeros que llamasen sólo tendrían que pagar 33,5€ de los 50€ que costaba. Ya el propio nombre lo indica, revidox, o sea, que te revive. No puede fallar. De hecho, ningún reconstituyente ha fallado nunca. Cuando no llevaban cocaína, como aquel licor que hacía las delicias de uno de aquellos Pios o Leones que moraba en el Vaticano, llevaban estricnina, como las famosas Arsenobromotónicas Zambaletti que recetaba mi padre porque, aunque no hacían nada, producían ilusión por sólo 12 pesetas. La estricnina, ya saben, mata, pero sólo a partir de ciertas dosis a las que los de Zambaletti no osaban acercarse. A pequeñas dosis, excita. Es decir, reconstituye.
Como ya había tenido bastante, apagué la tele para poder pensar a gusto. Y lo que pensé es que ¡qué gentuza! Claro, qué se puede esperar de una gente tan dogmática, siempre dando lecciones, con la religión a vueltas. Unos verdaderos sinvergüenzas dedicados a extorsionar a los ignorantes. Habría que hacer algo para pararles los pies, ¿pero qué? No sé, porque, además, los únicos que les critican son, precisamente, los que son el reverso de la medalla. Desgracia de país. Hoy he parado un rato en Alar a saludar a los Proscritos. Todo el rato me han estado contando los dimes y diretes que escuchan en Intereconomía. Con el consabido aplomo. El Faisán, el 11M, la madre que les parió a los socialistas. ¡Y cualquiera les lleva la contraria!
En resumidas cuentas: con estos de Intereconomía se cumple al cien por cien esa sospecha que todos tenemos de que no hay sinvergüenza tan grande como el que siempre está intentando convencernos de lo sinvergüenzas que son los otros.
Perdón. No lo volveré a hacer.
!Qué aburrido sería el mundo sin una buena conspiración! La Biblia, por ejemplo, no sería chicha ni limoná si Dios no hubiera sido el primer cospiranoico: ¡A quién se le ocurre que lo de la Torre de Babel era para alcanzar el cielo! Ni que los antiguos hubieran sido gilipollas...
ResponderEliminarEn cualquier caso, lo que me gusta más de este artículo es el buen ejemplo de la paradoja de Russell que acaba siendo.
Me voy a currar...
Desde luego, nada como una buena conspiración. Echa una ojeada de vez en cuando a La Vanguardia y verás lo que es bueno. La maldad del enemigo me exime de toda culpa. Ese es el truco que funciona como la seda. Sí, verdaderamente, todo es paradójico, o, al revés cualquier burro acierta, como decíamos de niños.
ResponderEliminarCon la de cosas agradables que se puede hacer en la vida, se necesita poca imaginación para apoltronarse a ver Intereconomía. Aunque mal de muchos... ya se sabe.
ResponderEliminarPues también es verdad, querido Anónimo. Pero ya he pedido perdón y prometido que no lo volveré a hacer.
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