Al final uno ha tenido que sucumbir a la aceptación de que lo que de verdad cuenta son las cuentas. O echas bien las cuentas o te hundes. Lo siento por los sentimentales, pero con el Sagrado Corazón de Jesús no se llega a ningún lado que no sea el placer de la queja que no cesa. Y da igual que le disfraces de Carlos Marx porque no engañas a nadie, ni siquiera a ti mismo.
El problema es que hacer cuentas no es fácil. Exige el esfuerzo del aprendizaje. O la diligencia, que como bien sabemos los que mamamos de los pechos del Padre Astete se da de tortas con la pereza. ¡Dichosa pereza! ¡Resulta tan atractiva! El todo a cambio de nada. La cuadratura del círculo. Desidia a la orilla del mar.
El caso es que, como ando de mercadeo, no me queda más remedio que hacer gestiones de vez en cuando. Así es que me he llegado a la oficina del Banco de Santander de aquí al lado. Sólo había una señora que quería pagar una multa que le habían puesto a su hijo cuando venía de Castellón. Me ha atendido la directora sin la menor dilación y con la eficiencia adecuada. Un espacio funcional, un trato civilizado. Un islote de progreso en medio de la casticidad del barrio.
Venía para casa sorteando todo tipo de obstáculos para poder avanzar... ya saben, casticidad es equivalente de hago lo que me sale de los cojones: cagadas de perro por doquier, coches en las aceras, pitidos sin cuartel, ect.. Y entonces he visto que había mucha gente congregada delante de una sucursal de Caja Cantabria. He echado una ojeada al interior y no cabía un alma más. ¿Quiénes eran esas gentes? Pues se lo diré: pobres gentes. Gente que como no ha querido tomarse la molestia de aprender a echar cuentas se ha tragado todo ese discurso carajonero de la "función social de las cajas". O sea, poner por todos los barrios locales para que los jubilados jueguen al mus... como los borrachos en el cementerio. Porque la realidad es que esos locales si a algo se parecen es a cementerios. Y los jubilados a zombis que es una forma de borrachera. Pero esa es otra historia. A lo que iba es que gracias a esa función social y otras zarandajas por el estilo, la sociedad, ese ente del que todos formamos parte, se ha tenido que gastar unos cuantos cientos de miles de millones de euros para que no se vayan al garete todas esas Cajas que tanta confianza inspiran a las pobres gentes. Pobres gentes que aunque sigan ignorándolo son los que a la postre han pagado, están pagando, los platos rotos por la función social que en teoría realizaban las cajas. Paradojas de la vida.
Sí, sale cara la desidia a la orilla del mar. Porque en contra de lo que creen las pobres gentes devotas del Sagrado Corazón o, en su defecto, de Carlos Marx, los que se esfuerzan para aprender cuentas luego no están para contemplaciones. Las utilizan en beneficio propio y a las pobres gentes que les den dos duros. Dos duros y poniéndose a la cola.
viernes, 30 de septiembre de 2011
miércoles, 28 de septiembre de 2011
Mercadeo
En los últimos tiempos parece ser que en ciertos ambientes se ha puesto de moda despotricar de los mercados. Sobre todo de los financieros. Claro, viene de lejos. Primero, los mercaderes del templo. Y luego, los judíos con sus pagarés. Bien sabía Jesucristo a quién había que aporrear para ganarse las simpatías del populacho. Y luego, a todo lo largo de nuestra era cristiana, cuando las cosas no iban como debieran, los poderes constituidos no dudaban a la hora de señalar el chivo expiatorio: los judíos.
Totum revolutum. Decía Gide que cuando se hizo "mayor" se dio cuenta de que, en realidad, su fervor comunista de antaño no era otra cosa que el destilado de la educación cristiana que había recibido de niño. Y, efectivamente, en pocos momentos se dan con tanto entusiasmo la mano las denominadas ideologías de izquierda por un lado y el cristianismo por el otro como a la hora de condenar a los mercados. El afán de lucro y todos esos pecados capitales que están, según ellos en la base de todas las desgracias de la humanidad. ¡Pobrecillos! Les señalas la luna y miran el dedo que la señala.
El caso es que de un tiempo a esta parte me ha dado por mercadear y le estoy cogiendo el punto a la cosa. Tenía por ahí unos cachivaches que sólo servían para abultar. Lastre. Podría haberlos regalado como en tantas ocasiones, pero el caso es que cada vez que abría el ordenador veía en el escritorio el icono de ebay tentándome. ¿Por qué no probar? Y romper tabúes de paso, porque tengo que confesar que mi educación no sólo es muy cristiana, también muy señoritinga. Así es que puse los correspondientes anuncios y al cabo de un tiempo llegaron los clientes. Y charlé con ellos. Con alguno largo y tendido. Me deshice de los trastos y gané casi cuatrocientos del ala.
Bien, ahora es más gordo lo que me traigo entre manos. Es que quiero pasar de mercader del templo a judío, o sea, a los pagarés. Estoy a punto de vender la casa en la que viví los últimos años. ¿Y qué voy a hacer con el dinero que me den? Desde luego que comprar otra casa, no. Voy a especular. Tiene que ser divertido. O, mejor, tenso. Compras, vendes, ganas, pierdes, o te arruinas como le paso a mi padre en el 73 que le cogió de plein fouet la crisis del Yom Kipur. Pero el hombre se lo pasaba bien con el juego y, a pesar de los pesares, nunca renegó y volvió a las andadas. Porque, a buen seguro, jugar en la bolsa era lo único que le proporcionaba tensión espiritual.
Tensión espiritual, esa es la cuestión. Y sin riesgo, no hay manera. Me lo dicen los Proscritos que saben un rato de eso.
Totum revolutum. Decía Gide que cuando se hizo "mayor" se dio cuenta de que, en realidad, su fervor comunista de antaño no era otra cosa que el destilado de la educación cristiana que había recibido de niño. Y, efectivamente, en pocos momentos se dan con tanto entusiasmo la mano las denominadas ideologías de izquierda por un lado y el cristianismo por el otro como a la hora de condenar a los mercados. El afán de lucro y todos esos pecados capitales que están, según ellos en la base de todas las desgracias de la humanidad. ¡Pobrecillos! Les señalas la luna y miran el dedo que la señala.
El caso es que de un tiempo a esta parte me ha dado por mercadear y le estoy cogiendo el punto a la cosa. Tenía por ahí unos cachivaches que sólo servían para abultar. Lastre. Podría haberlos regalado como en tantas ocasiones, pero el caso es que cada vez que abría el ordenador veía en el escritorio el icono de ebay tentándome. ¿Por qué no probar? Y romper tabúes de paso, porque tengo que confesar que mi educación no sólo es muy cristiana, también muy señoritinga. Así es que puse los correspondientes anuncios y al cabo de un tiempo llegaron los clientes. Y charlé con ellos. Con alguno largo y tendido. Me deshice de los trastos y gané casi cuatrocientos del ala.
Bien, ahora es más gordo lo que me traigo entre manos. Es que quiero pasar de mercader del templo a judío, o sea, a los pagarés. Estoy a punto de vender la casa en la que viví los últimos años. ¿Y qué voy a hacer con el dinero que me den? Desde luego que comprar otra casa, no. Voy a especular. Tiene que ser divertido. O, mejor, tenso. Compras, vendes, ganas, pierdes, o te arruinas como le paso a mi padre en el 73 que le cogió de plein fouet la crisis del Yom Kipur. Pero el hombre se lo pasaba bien con el juego y, a pesar de los pesares, nunca renegó y volvió a las andadas. Porque, a buen seguro, jugar en la bolsa era lo único que le proporcionaba tensión espiritual.
Tensión espiritual, esa es la cuestión. Y sin riesgo, no hay manera. Me lo dicen los Proscritos que saben un rato de eso.
lunes, 26 de septiembre de 2011
Dime lo que anuncias y...
... y te diré lo que eres.
Estaba el otro día colgado del Gato al Agua y me preguntaba si esa gente será capaz de sobrevivir a la presumible derrota del Partido Socialista. Porque parece que no saben hacer otra cosa que dar caña. ¿Acaso se la piensan dar a Rajoy? No creo. Se les iría la audiencia. Y, entonces, me sacó de mis cavilaciones el anuncio que se puso a hacer el conductor del programa, un tipo de habla rápida y contundente al que no sería fácil seguir si no fuese porque siempre dice lo mismo, o sea, leña al sociata. Trataba el anuncio de las cualidades infalibles de un artilugio para detectar los radares que tiene distribuidos por las carreteras la policía. Costaba 600€, pero los primeros cincuenta que llamasen solicitándolo sólo tendrían que pagar 345€. Se extendió luego en consideraciones sobre las ventajas del ir provisto de tal engendro que, en resumidas cuentas, no eran otras que la de poder saltarse la ley a la torera. En definitiva, los guardianes de la pureza moral promocionando un producto moralmente detestable.
No había salido yo de mi asombro cuando, el rápido y contundente, agarró una caja de unos 10x5x2, de color oscuro, y se puso a blandirla a la vez que cantaba las excelencias del producto que contenía. Un producto que como no podía ser de otra manera estaba lleno de antioxidantes sacados del pellejo de la uva. REVIDOX. Todo es tomarlo y empezar a rejuvenecer. Y, entonces, uno de los contertulios va y dice: y no es broma, eh, que yo lo he probado y doy fe. También en el caso del REVIDOX los primeros que llamasen sólo tendrían que pagar 33,5€ de los 50€ que costaba. Ya el propio nombre lo indica, revidox, o sea, que te revive. No puede fallar. De hecho, ningún reconstituyente ha fallado nunca. Cuando no llevaban cocaína, como aquel licor que hacía las delicias de uno de aquellos Pios o Leones que moraba en el Vaticano, llevaban estricnina, como las famosas Arsenobromotónicas Zambaletti que recetaba mi padre porque, aunque no hacían nada, producían ilusión por sólo 12 pesetas. La estricnina, ya saben, mata, pero sólo a partir de ciertas dosis a las que los de Zambaletti no osaban acercarse. A pequeñas dosis, excita. Es decir, reconstituye.
Como ya había tenido bastante, apagué la tele para poder pensar a gusto. Y lo que pensé es que ¡qué gentuza! Claro, qué se puede esperar de una gente tan dogmática, siempre dando lecciones, con la religión a vueltas. Unos verdaderos sinvergüenzas dedicados a extorsionar a los ignorantes. Habría que hacer algo para pararles los pies, ¿pero qué? No sé, porque, además, los únicos que les critican son, precisamente, los que son el reverso de la medalla. Desgracia de país. Hoy he parado un rato en Alar a saludar a los Proscritos. Todo el rato me han estado contando los dimes y diretes que escuchan en Intereconomía. Con el consabido aplomo. El Faisán, el 11M, la madre que les parió a los socialistas. ¡Y cualquiera les lleva la contraria!
En resumidas cuentas: con estos de Intereconomía se cumple al cien por cien esa sospecha que todos tenemos de que no hay sinvergüenza tan grande como el que siempre está intentando convencernos de lo sinvergüenzas que son los otros.
Perdón. No lo volveré a hacer.
Estaba el otro día colgado del Gato al Agua y me preguntaba si esa gente será capaz de sobrevivir a la presumible derrota del Partido Socialista. Porque parece que no saben hacer otra cosa que dar caña. ¿Acaso se la piensan dar a Rajoy? No creo. Se les iría la audiencia. Y, entonces, me sacó de mis cavilaciones el anuncio que se puso a hacer el conductor del programa, un tipo de habla rápida y contundente al que no sería fácil seguir si no fuese porque siempre dice lo mismo, o sea, leña al sociata. Trataba el anuncio de las cualidades infalibles de un artilugio para detectar los radares que tiene distribuidos por las carreteras la policía. Costaba 600€, pero los primeros cincuenta que llamasen solicitándolo sólo tendrían que pagar 345€. Se extendió luego en consideraciones sobre las ventajas del ir provisto de tal engendro que, en resumidas cuentas, no eran otras que la de poder saltarse la ley a la torera. En definitiva, los guardianes de la pureza moral promocionando un producto moralmente detestable.
No había salido yo de mi asombro cuando, el rápido y contundente, agarró una caja de unos 10x5x2, de color oscuro, y se puso a blandirla a la vez que cantaba las excelencias del producto que contenía. Un producto que como no podía ser de otra manera estaba lleno de antioxidantes sacados del pellejo de la uva. REVIDOX. Todo es tomarlo y empezar a rejuvenecer. Y, entonces, uno de los contertulios va y dice: y no es broma, eh, que yo lo he probado y doy fe. También en el caso del REVIDOX los primeros que llamasen sólo tendrían que pagar 33,5€ de los 50€ que costaba. Ya el propio nombre lo indica, revidox, o sea, que te revive. No puede fallar. De hecho, ningún reconstituyente ha fallado nunca. Cuando no llevaban cocaína, como aquel licor que hacía las delicias de uno de aquellos Pios o Leones que moraba en el Vaticano, llevaban estricnina, como las famosas Arsenobromotónicas Zambaletti que recetaba mi padre porque, aunque no hacían nada, producían ilusión por sólo 12 pesetas. La estricnina, ya saben, mata, pero sólo a partir de ciertas dosis a las que los de Zambaletti no osaban acercarse. A pequeñas dosis, excita. Es decir, reconstituye.
Como ya había tenido bastante, apagué la tele para poder pensar a gusto. Y lo que pensé es que ¡qué gentuza! Claro, qué se puede esperar de una gente tan dogmática, siempre dando lecciones, con la religión a vueltas. Unos verdaderos sinvergüenzas dedicados a extorsionar a los ignorantes. Habría que hacer algo para pararles los pies, ¿pero qué? No sé, porque, además, los únicos que les critican son, precisamente, los que son el reverso de la medalla. Desgracia de país. Hoy he parado un rato en Alar a saludar a los Proscritos. Todo el rato me han estado contando los dimes y diretes que escuchan en Intereconomía. Con el consabido aplomo. El Faisán, el 11M, la madre que les parió a los socialistas. ¡Y cualquiera les lleva la contraria!
En resumidas cuentas: con estos de Intereconomía se cumple al cien por cien esa sospecha que todos tenemos de que no hay sinvergüenza tan grande como el que siempre está intentando convencernos de lo sinvergüenzas que son los otros.
Perdón. No lo volveré a hacer.
sábado, 24 de septiembre de 2011
Eres el más grande
Cuando era chaval escuché decir más de una vez que para entrar en La Albericia era preciso disponer de pasaporte. La Albericia estaba por donde la ciudad perdía su nombre por el lado noroeste. Eran un conjunto de casuchas y galpones habitadas mayormente por gitanos y sus burros. Más allá había una pista de aterrizaje con el suelo de hierba y, al fondo de todo, donde comenzaban las colinas, un hangar donde fabricaban avionetas artesanas. Nunca olvidaré la tarde que los frailes nos llevaron de paseo hasta allí y el propietario del taller nos estuvo dando explicaciones sobre lo que se traían entre manos.
Bien, pues hay que reconocer que La Albericia ya no es lo que era, pero, como se suele decir, el que tuvo, retuvo, y, ahora, cuando el destino ha querido proveerme con una ventana indiscreta sobre la calle principal del barrio, reconozco que son muchos los ratos que dedico a contemplar como se pasan la vida y se les viene la muerte tan callando a los vecinos.
Se da la circunstancia de que justo enfrente tengo el Bar Marcial. Hace unos meses el rótulo que lo anunciaba se vino abajo y, dado el prestigio del lugar, y la gran afluencia de clientes, el dueño ha considerado innecesario reponerle. El lugar, así, a primera vista, desde afuera, parece un antro inmundo, pero, luego, te paras en la puerta y echas una ojeada al interior y ves que es un espacio de lo más acogedor, de techo bajo, proporciones ajustadas, y paredes adornadas con fotografías en blanco y negro de los momentos estelares del toreo. Supongo que estarán dedicadas a Marcial, aquel torero que perdura en el recuerdo porque algún músico le dedico un pasodoble que se hizo muy famoso: Marcial eres el más grande, decía la primera estrofa.
Reconozco que nunca he entrado en el Marcial. Por pudor o algo así. Es como si me faltasen acreditaciones para acceder a tan prestigioso club. Porque el Marcial es un club. E, incluso, remedando cierto slogan de éxito, se podría decir que el Marcial es más que un club. Tal es la variedad y elegancia de los que le frecuentan. Lo más granado del barrio sin lugar a dudas. Y es que, a causa de la reciente ley antitabaco en lugares cerrados, siempre hay una colla de clientes a la puerta y, como quien dice, les tengo a tiro de fisgoneo. Hay de todo, incluso niños. Los más, hombres, pero también mujeres. Y todos, casi sin excepción, de tipología troncholari. Los más jóvenes tienden a la indumentaria californiana, mientras que los más viejos se ajustan al estilo convencional: vaqueros y camiseta. También hay individualidades muy señaladas, como uno con look a lo Bill Cody u otra a lo Florinda Chico. Y, por descontado, menudean las camisetas futboleras. Bien, pues ahí están, tomando de asiento lo que es de paso, o sea, la acera, que es tan estrecha que al viandante accidental no le queda más remedio que parar para abrirse paso y, entonces, es muy probable que se quede enganchado y entre a formar parte del staf. Y a mí, cuando les contemplo, me surgen incógnitas indescifrables, ¿pero de qué será de lo que están hablando con tanto acaloramiento? Y siempre igual. Nunca decae un ápice la pasión. Y entonces llega uno con camiseta de color metálico y deja el cigarrillo en el quicio de la ventana y entra. Igual que Revilluca en el parlamento regional. Y caigo en la cuenta de que el Marcial, en realidad, es un parlamento. E incluso más que un parlamento.
A diez metros del Marcial, bajando, hay una peña taurina. Nunca veo movimiento en ella. Un día apareció su fachada con pintadas desagradables. Les tachaban de asesinos. Lo borraron sobre la marcha.
Justo al lado de la peña hay una puerta estrecha por donde entran y salen gitanos a montones los sábados y domingos por la tarde. Infiero que debe haber allí una capilla pentacostalista, pero, sea lo que sea, el caso es que da mucha vida al barrio. Se forman grandes grupos en las aceras y entre los coches aparcados y los niños y adolescentes acuden todos a las Tiendas Hollywood 0,60€ que hay junto al Marcial a proveerse de bolsas de chuches. Huelga decir como queda el territorio después de la ordalía.
Un poco más abajo está el Bar El Establo. Tiene las mismas características externas que el Marcial, pero, por razones que no alcanzo a comprender, apenas da juego.
En fin, en algo hay que entretenerse. Y controlar el territorio, siquiera sea visualmente, siempre ha sido rentable. Uno, así, va sabiendo a qué atenerse. Por ejemplo, he podido constatar que entre los chavales gitanos hay cierta afición a la guitarra. Y por ahí les he pillado. El otro día me paré con un grupo y les hice saber que en La Albericia había nacido uno de los grandes de la guitarra flamenca. Un tal Alejandro Martín. No tenían ni idea. Luego les toqué una soleá y ya se pueden imaginar. Ahora paso por allí y los chavalillos me hacen bromas. Qué le vamos a hacer.
Bien, pues hay que reconocer que La Albericia ya no es lo que era, pero, como se suele decir, el que tuvo, retuvo, y, ahora, cuando el destino ha querido proveerme con una ventana indiscreta sobre la calle principal del barrio, reconozco que son muchos los ratos que dedico a contemplar como se pasan la vida y se les viene la muerte tan callando a los vecinos.
Se da la circunstancia de que justo enfrente tengo el Bar Marcial. Hace unos meses el rótulo que lo anunciaba se vino abajo y, dado el prestigio del lugar, y la gran afluencia de clientes, el dueño ha considerado innecesario reponerle. El lugar, así, a primera vista, desde afuera, parece un antro inmundo, pero, luego, te paras en la puerta y echas una ojeada al interior y ves que es un espacio de lo más acogedor, de techo bajo, proporciones ajustadas, y paredes adornadas con fotografías en blanco y negro de los momentos estelares del toreo. Supongo que estarán dedicadas a Marcial, aquel torero que perdura en el recuerdo porque algún músico le dedico un pasodoble que se hizo muy famoso: Marcial eres el más grande, decía la primera estrofa.
Reconozco que nunca he entrado en el Marcial. Por pudor o algo así. Es como si me faltasen acreditaciones para acceder a tan prestigioso club. Porque el Marcial es un club. E, incluso, remedando cierto slogan de éxito, se podría decir que el Marcial es más que un club. Tal es la variedad y elegancia de los que le frecuentan. Lo más granado del barrio sin lugar a dudas. Y es que, a causa de la reciente ley antitabaco en lugares cerrados, siempre hay una colla de clientes a la puerta y, como quien dice, les tengo a tiro de fisgoneo. Hay de todo, incluso niños. Los más, hombres, pero también mujeres. Y todos, casi sin excepción, de tipología troncholari. Los más jóvenes tienden a la indumentaria californiana, mientras que los más viejos se ajustan al estilo convencional: vaqueros y camiseta. También hay individualidades muy señaladas, como uno con look a lo Bill Cody u otra a lo Florinda Chico. Y, por descontado, menudean las camisetas futboleras. Bien, pues ahí están, tomando de asiento lo que es de paso, o sea, la acera, que es tan estrecha que al viandante accidental no le queda más remedio que parar para abrirse paso y, entonces, es muy probable que se quede enganchado y entre a formar parte del staf. Y a mí, cuando les contemplo, me surgen incógnitas indescifrables, ¿pero de qué será de lo que están hablando con tanto acaloramiento? Y siempre igual. Nunca decae un ápice la pasión. Y entonces llega uno con camiseta de color metálico y deja el cigarrillo en el quicio de la ventana y entra. Igual que Revilluca en el parlamento regional. Y caigo en la cuenta de que el Marcial, en realidad, es un parlamento. E incluso más que un parlamento.
A diez metros del Marcial, bajando, hay una peña taurina. Nunca veo movimiento en ella. Un día apareció su fachada con pintadas desagradables. Les tachaban de asesinos. Lo borraron sobre la marcha.
Justo al lado de la peña hay una puerta estrecha por donde entran y salen gitanos a montones los sábados y domingos por la tarde. Infiero que debe haber allí una capilla pentacostalista, pero, sea lo que sea, el caso es que da mucha vida al barrio. Se forman grandes grupos en las aceras y entre los coches aparcados y los niños y adolescentes acuden todos a las Tiendas Hollywood 0,60€ que hay junto al Marcial a proveerse de bolsas de chuches. Huelga decir como queda el territorio después de la ordalía.
Un poco más abajo está el Bar El Establo. Tiene las mismas características externas que el Marcial, pero, por razones que no alcanzo a comprender, apenas da juego.
En fin, en algo hay que entretenerse. Y controlar el territorio, siquiera sea visualmente, siempre ha sido rentable. Uno, así, va sabiendo a qué atenerse. Por ejemplo, he podido constatar que entre los chavales gitanos hay cierta afición a la guitarra. Y por ahí les he pillado. El otro día me paré con un grupo y les hice saber que en La Albericia había nacido uno de los grandes de la guitarra flamenca. Un tal Alejandro Martín. No tenían ni idea. Luego les toqué una soleá y ya se pueden imaginar. Ahora paso por allí y los chavalillos me hacen bromas. Qué le vamos a hacer.
viernes, 23 de septiembre de 2011
Demenagement
Había quedado con Tania a las doce y medía delante de la puerta del Corte Inglés. Como llegué con tiempo de sobra me puse a inspeccionar los alrededores. Justo enfrente había un Wok Hawai, buffet libre, con muy buena pinta. Un poco más allá unas cafeterías con grandes ventanales a la calle. Una agencia inmobiliaria, alguna peluquería y la inevitable oficina bancaria. En las entreplantas se veían carteles anunciando negocios relacionados con la salud del cuerpo. Y poca cosa más. Desde luego que en ningún caso algo que tuviese que ver con eso que se ha dado en llamar economía del conocimiento. Por lo demás me pareció un barrio bien trazado, llano, con casas de buen parecer, plazas duras holgadas... la impersonalidad de la modernidad. Quizá por eso, me dije, el barrio con más personalidad de Santander.
Tanía llegó puntual y, también, por qué no decirlo, escultural. Pero esa es otra historia. Me subí en su coche y arrancamos. Nuestro objetivo estaba allí cerca, cuatro manzanas más allá, pasadas las vías del tren a la derecha. Se trataba de una urbanización que la crisis ha dejado a medio hacer. Pero a lo ya hecho sería difícil ponerle objeciones. El edificio objeto de nuestra pesquisa se llevaba sin duda la palma. En toda la ciudad no hay nada que se le pueda comparar en racionalidad. Me dijo Tania que lo había construido Iberdrola. Claro, eso explica bastantes cosas. Las grandes empresas son punta de lanza de saber en qué mundo vivimos. En realidad, son ellas las que moldean el mundo.
El ascensar nos dejo en el ático. Servicios comunes funcionales y asépticos. Perdón por el pleonasmo. Apenas traspasé la puerta del piso me dí cuenta de que aquello es lo que había estado buscando desde hacía tiempo. Todo se adaptaba a mis expectativas. Poca cocina para no caer en tentaciones innecesarias. Un salón cuadrado con un entrante como de molde para instalar la pantalla. Uno de sus lados todo cristalera que da a una amplia terraza al sur. Por delante, en tanto no construyan, grandes extensiones limitadas por el cinturón de autopistas. Más allá el aeropuerto hacia el este y las colinas de Camargo por el oeste. Por el lado norte, la cocina y dormitorio principal con salida a una gran terraza. Desde allí se divisa la ciudad y, en primer plano, a quinientos metros o así. la siderúrgica de Nueva Montaña con sus efluvios vivificantes. Cuando sople de nordeste, será una delicia porque voy a estar justo en la trayectoria.
Por lo demás, otras pequeñeces, como sistema de alarma centralizado y caja fuerte. ¡Ah! Y la dueña del piso que va a insonorizar el tabique del dormitorio que da al piso de al lado. Un detellazo.
Tanía me dijo que el piso sólo llevaba tres días en el mercado y ya lo habían querido alquilar, pero el demandante no tenía perfil. Conmigo, sin problema: tengo perfil para lo que guste demandar en lo que a alquiler de pisos se refiere. Eso me dijo Tania nada más verme. Y, ni que decir tiene que con ello me elevó unos grados la autoestima.
Quedé con Tanía por la tarde para hacer el precontrato. Todo en orden según lo previsto. Ahora a esperar a que pongan los electrodomesticos, las mamparas y demás y, luego, el baile del acarreo. Bueno, la verdad es que por cuatrocientos euros van unos tipos te lo empaquetan todo, te lo traen, te lo desempaquetan y te lo colocan en donde quieras. Más fácil y cómodo imposible. Vivimos en un mundo superorganizado y muchos parecen no haberse dado cuenta.
martes, 20 de septiembre de 2011
Tomar de asiento
Dice el clásico que algunos toman de asiento lo que sólo puede ser de paso. Y lo primero, digo yo, que tendemos a tomar de asiento es la vida, demostrando así hasta que punto somos capaces de cerrar los ojos a la realidad. Acumulamos más y más cosas pensando que así podremos dar esquinazo a la muerte, pero ella se ríe y piensa que cuanto más acumules más fácil le será encontrarte.
Pienso en Jünger. Vive bajo una lluvia de acero. Duerme a pelo donde le pilla el agotamiento. Fuma puros. Bebe saltaparapetos. Lee a Ariosto. Mata enemigos. Se empapa de metralla. Y... cosa curiosa, murió con ciento y pico años.
Bien, parece que ya tengo vendida la casa de Alar. Un gran alivio, lo confieso. Aquello, tan bonito, se había convertido en un ancla insoportable. Sólo me dejaba girar alrededor de ella al ritmo de las mareas. Ahora, nuevos mares me esperan. Saldré a surcarlos.
Avanzar hacia lo desconocido. Hacia el corazón de las tinieblas. Y que sea lo que Dios quiera... siempre y cuando, claro está, que no me quiera obligar a tomar de asiento lo que sólo puede ser de paso.
Pienso en Jünger. Vive bajo una lluvia de acero. Duerme a pelo donde le pilla el agotamiento. Fuma puros. Bebe saltaparapetos. Lee a Ariosto. Mata enemigos. Se empapa de metralla. Y... cosa curiosa, murió con ciento y pico años.
Bien, parece que ya tengo vendida la casa de Alar. Un gran alivio, lo confieso. Aquello, tan bonito, se había convertido en un ancla insoportable. Sólo me dejaba girar alrededor de ella al ritmo de las mareas. Ahora, nuevos mares me esperan. Saldré a surcarlos.
Avanzar hacia lo desconocido. Hacia el corazón de las tinieblas. Y que sea lo que Dios quiera... siempre y cuando, claro está, que no me quiera obligar a tomar de asiento lo que sólo puede ser de paso.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Confidencias en el camino
He visto un par de veces un programa sobre el Camino de Santiago que emite la cadena local de Palencia. En realidad el programa consiste en una entrevista que se hace a un personaje famoso mientras recorre el camino. O sea, mientras se está reencontrando consigo mismo. Que eso es lo que se hace, se supone, cuando se hace camino. Y más si es el de Santiago. En definitiva, un paisaje y un estado de ánimo propicios a la confidencia intimista.
La primera vez que lo vi, el personaje era Revilluca. Ni que decir tiene que caminaba sobre albarcas y se apoyaba en un palo de pasiego. Entre eso, su poblado bigote, su cara sonrosada y su corte de pelo a navaja, no dejaba resquicio a la duda sobre su inmaculado linaje. Cántabro hasta la médula. Desinteresado hasta todavía más adentro. Estaba en la política, por supuesto, por amor a sus raíces. Y, luego, su humildad y campechanía en las formas protocolarias. Hasta se echó unas montañesucas a instancias no exentas de sorna de la entrevistadora que le acompañaba. Y claro, cada dos por tres, tenía que fotografiarse con los otros peregrinos que pasaban por allí. Una vez con catalanes, otra con vascos, que de todo hay en el camino. Todos le hacían bromas. El hombre se ha ganado una bien merecida fama de chisgaravís. Hasta su desvirgamiento con una puta de Bilbao salió a relucir allí. Y si en algo se reiteró, fue para desmentir su fama de beodo que sólo es achacable a la tez rosada de su cara. El vino, ni lo prueba fuera de las comidas. Porque, además, no tiene los riñones para muchas fiestas. Aunque no tan mal como le habían dicho en principio. En fin, por allí estuvo caminando un rato. Cerca de Frómista. Se notaba de sobra que no estaba haciendo el Camino. Que tan pronto acabase la entrevista se metería en su coche oficial y saldría pitando hacia su amada Cantabria para continuar en su empeño de ponerlo todo mejor.
Ayer por la noche le tocó el turno a Soraya Sáez de Santamaría. Andaba por la plaza que hay delante de la iglesia de Villalcazar de Sirga. Hacía fotografías de aquí y allá que pretendían no ser vulgares. Quizá artísticas, no sé, que de eso no entiendo mucho. Estaba mona la chica. Con un traje azul metálico ajustado y su característica melenita encuadrando su cara aniñada. Quizá le sobre papada. Dijo que sólo dejaría la política si le sobreviniese algún problema familiar. La política para ella es debate. Sin debate no se aprende nada. Y como compañero de camino escogería a algún viejo socialista. A Alfonso Guerra por ejemplo, que tiene que saber muchas cosas y con el que es fácil debatir. Su pasión en la vida es el trabajo. El trabajo, dijo, lo es todo. Y aquí, ya, corté porque me llamaron por teléfono. Pero después de colgar volví a pensar en Soraya. Soraya, qué nombre. Sacado sin duda del HOLA. Cuando siempre había en sus páginas un reportaje sobre aquella desgraciada emperatriz de Persia que fue repudiada por ser esteril. Y Sáez de Santamaría. Quizá sea hija de aquel general bajito, corpulento y un poco estevado acaso, que anduvo en la política y ganó batallas a los nacionalistas vascos. Bueno, parece una chica espabilada y con bastantes estudios. Veremos lo que da de sí cuando las circunstancias que están a punto de venir la sitúen en el top ten del poder político. En fin, aunque no era tan manifiesto como en el caso de Revilluca, tampoco daba Soraya la impresión de querer seguir caminando. Concluida la entrevista, a buen seguro, dejó de hacer fotografías y se subió al coche rumbo a Madrid.
Porque está claro que para hacer camino, a qué engañarse, basta con dar la impresión de que se hace. Lo demás, cosa de pringaos.
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La primera vez que lo vi, el personaje era Revilluca. Ni que decir tiene que caminaba sobre albarcas y se apoyaba en un palo de pasiego. Entre eso, su poblado bigote, su cara sonrosada y su corte de pelo a navaja, no dejaba resquicio a la duda sobre su inmaculado linaje. Cántabro hasta la médula. Desinteresado hasta todavía más adentro. Estaba en la política, por supuesto, por amor a sus raíces. Y, luego, su humildad y campechanía en las formas protocolarias. Hasta se echó unas montañesucas a instancias no exentas de sorna de la entrevistadora que le acompañaba. Y claro, cada dos por tres, tenía que fotografiarse con los otros peregrinos que pasaban por allí. Una vez con catalanes, otra con vascos, que de todo hay en el camino. Todos le hacían bromas. El hombre se ha ganado una bien merecida fama de chisgaravís. Hasta su desvirgamiento con una puta de Bilbao salió a relucir allí. Y si en algo se reiteró, fue para desmentir su fama de beodo que sólo es achacable a la tez rosada de su cara. El vino, ni lo prueba fuera de las comidas. Porque, además, no tiene los riñones para muchas fiestas. Aunque no tan mal como le habían dicho en principio. En fin, por allí estuvo caminando un rato. Cerca de Frómista. Se notaba de sobra que no estaba haciendo el Camino. Que tan pronto acabase la entrevista se metería en su coche oficial y saldría pitando hacia su amada Cantabria para continuar en su empeño de ponerlo todo mejor.
Ayer por la noche le tocó el turno a Soraya Sáez de Santamaría. Andaba por la plaza que hay delante de la iglesia de Villalcazar de Sirga. Hacía fotografías de aquí y allá que pretendían no ser vulgares. Quizá artísticas, no sé, que de eso no entiendo mucho. Estaba mona la chica. Con un traje azul metálico ajustado y su característica melenita encuadrando su cara aniñada. Quizá le sobre papada. Dijo que sólo dejaría la política si le sobreviniese algún problema familiar. La política para ella es debate. Sin debate no se aprende nada. Y como compañero de camino escogería a algún viejo socialista. A Alfonso Guerra por ejemplo, que tiene que saber muchas cosas y con el que es fácil debatir. Su pasión en la vida es el trabajo. El trabajo, dijo, lo es todo. Y aquí, ya, corté porque me llamaron por teléfono. Pero después de colgar volví a pensar en Soraya. Soraya, qué nombre. Sacado sin duda del HOLA. Cuando siempre había en sus páginas un reportaje sobre aquella desgraciada emperatriz de Persia que fue repudiada por ser esteril. Y Sáez de Santamaría. Quizá sea hija de aquel general bajito, corpulento y un poco estevado acaso, que anduvo en la política y ganó batallas a los nacionalistas vascos. Bueno, parece una chica espabilada y con bastantes estudios. Veremos lo que da de sí cuando las circunstancias que están a punto de venir la sitúen en el top ten del poder político. En fin, aunque no era tan manifiesto como en el caso de Revilluca, tampoco daba Soraya la impresión de querer seguir caminando. Concluida la entrevista, a buen seguro, dejó de hacer fotografías y se subió al coche rumbo a Madrid.
Porque está claro que para hacer camino, a qué engañarse, basta con dar la impresión de que se hace. Lo demás, cosa de pringaos.
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domingo, 18 de septiembre de 2011
Paths of glory
Sostiene Jünger: Es un ejemplo más de que, en la vida, el sentido de la totalidad es lo que determina las impresiones particulares.
El ejemplo no es otro que la terrible impresión que le produjo ver como le había quedado el dedo pulgar a un soldado que se enzarzo con la manivela de un camión. Sin embargo, parece todo el rato que le da igual, se la suda que le dicen, ver como mueren a su alrededor cientos, miles de personas. Claro, se comprende, lo de la manivela era una bonita mañana en la que se dirigían alegres a la lucha. Lo de los cadáveres es en plena orgía de destrucción.
Jünger es un tipo sensible. Pleno de virtudes caballerescas. Defiende a su país porque eso es lo correcto, pero admira las cualidades del enemigo. Sobre todo las de los ingleses. Su virilidad y nobleza, dice. Por eso sorprende tanto la descripción minuciosa de cuando se carga a uno de ellos que andaba descuidado por allí lejos: "... puse el alza a seiscientos metros, apunté con todo cuidado, un poco delante de su cabeza, y apreté el gatillo. El inglés dio todavía tres pasos y luego se derrumbó de espaldas, como si le hubiesen quitado de debajo del cuerpo las piernas; un par de veces batió los brazos y después cayó rodando en un agujero abierto por una granada. Largo tiempo vi brillar aún, con los prismáticos, la manga gris de su uniforme."
¿Por qué esa frialdad? Porque, aún en medio de todo el horror que le rodea, esa muerte, tal como la describe, parece innecesaria. ¿Que daño le hacía? Allí, lejos, desarmado... en el Oeste eso se respeta.
Efectivamente, es el sentido de la totalidad el que determina las impresiones particulares. De no ser así, ese episodio del relato no me hubiese llamado tanto la atención porque, objetivamente considerado, es de los menos espectaculares en lo que a horror se refiere. Aislas algo ínfimo del conjunto y, automáticamente, adquiere dimensión. Conviertes así una vulgar muerte entre miles de muertes en un horrendo asesinato. Por eso es tan importante andarse con cuidado cuando se cuenta algo o se escucha algo: sin contexto todo se vuelve charlatanería.
Les cuento todo esto porque no tengo otra cosa que contarles. Las circunstancias me tienen recluido y no puedo hacer otra cosa que leer. Y leo "Tempestades de acero" de Jünger. Y una vez más me maravillo al constatar la fuente inagotable de sorpresas que es la literatura. Uno cree a veces que ya lo ha leído todo y, de pronto, un nuevo libro te advierte de que apenas acabas de empezar. Y comienzas una nueva vida. Y te das cuenta de que, ¡madre mía!, lo tuyo no tiene parangón: setenta años viviendo en la molicie con el único incordio de los mosquitos en verano. Y sin parar de quejarse. Y con razón, porque el contexto es el que es.
El ejemplo no es otro que la terrible impresión que le produjo ver como le había quedado el dedo pulgar a un soldado que se enzarzo con la manivela de un camión. Sin embargo, parece todo el rato que le da igual, se la suda que le dicen, ver como mueren a su alrededor cientos, miles de personas. Claro, se comprende, lo de la manivela era una bonita mañana en la que se dirigían alegres a la lucha. Lo de los cadáveres es en plena orgía de destrucción.
Jünger es un tipo sensible. Pleno de virtudes caballerescas. Defiende a su país porque eso es lo correcto, pero admira las cualidades del enemigo. Sobre todo las de los ingleses. Su virilidad y nobleza, dice. Por eso sorprende tanto la descripción minuciosa de cuando se carga a uno de ellos que andaba descuidado por allí lejos: "... puse el alza a seiscientos metros, apunté con todo cuidado, un poco delante de su cabeza, y apreté el gatillo. El inglés dio todavía tres pasos y luego se derrumbó de espaldas, como si le hubiesen quitado de debajo del cuerpo las piernas; un par de veces batió los brazos y después cayó rodando en un agujero abierto por una granada. Largo tiempo vi brillar aún, con los prismáticos, la manga gris de su uniforme."
¿Por qué esa frialdad? Porque, aún en medio de todo el horror que le rodea, esa muerte, tal como la describe, parece innecesaria. ¿Que daño le hacía? Allí, lejos, desarmado... en el Oeste eso se respeta.
Efectivamente, es el sentido de la totalidad el que determina las impresiones particulares. De no ser así, ese episodio del relato no me hubiese llamado tanto la atención porque, objetivamente considerado, es de los menos espectaculares en lo que a horror se refiere. Aislas algo ínfimo del conjunto y, automáticamente, adquiere dimensión. Conviertes así una vulgar muerte entre miles de muertes en un horrendo asesinato. Por eso es tan importante andarse con cuidado cuando se cuenta algo o se escucha algo: sin contexto todo se vuelve charlatanería.
Les cuento todo esto porque no tengo otra cosa que contarles. Las circunstancias me tienen recluido y no puedo hacer otra cosa que leer. Y leo "Tempestades de acero" de Jünger. Y una vez más me maravillo al constatar la fuente inagotable de sorpresas que es la literatura. Uno cree a veces que ya lo ha leído todo y, de pronto, un nuevo libro te advierte de que apenas acabas de empezar. Y comienzas una nueva vida. Y te das cuenta de que, ¡madre mía!, lo tuyo no tiene parangón: setenta años viviendo en la molicie con el único incordio de los mosquitos en verano. Y sin parar de quejarse. Y con razón, porque el contexto es el que es.
viernes, 16 de septiembre de 2011
Gonzo
Empiezo a estar hasta el gorro de tener que estar en casa. Desde luego que podría ser peor, pero eso, como todo el mundo sabe, sirve de poco consuelo. Porque los otros tengan cáncer a mí no va a dejar de hacerme sufrir la gripe, que dijo el filósofo. Y, como les dije, no es gripe lo que tengo sino algún tipo de desarreglo en el talón que hace que me duela toda la pierna cuando ando. Creo que está mejor porque ha bajado notablemente la hinchazón, pero está claro que no es el típico alifafe que dura dos días. ¡Y está uno tan mal acostumbrado!
Prisionero en una jaula, me las tengo que ingeniar para que no me dé por ponerme a hacer tonterías de las que luego se arrepiente uno. Porque si a las veinticuatro horas le quito las cinco o seis que duermo, me quedan todavía muchas para que sea fácil que por alguna de ellas se cuele el maldito aburrimiento. Porque, como dice Jünger en su "Tempestades de Acero": "Todavía peor era el aburrimiento: para el soldado es éste más enervante aún que la cercanía de la muerte."
Bueno, para ser verídico les diré que me he saltado un par de veces el encierro para llegarme hasta la próxima biblioteca, dos manzanas más allá. En la primera salida me agencié, aparte de la ya mencionada "Tempestades de acero", dos películas: "Gonzo: vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson" y "Gomorra". En la segunda salida no tenía otra obsesión que devolver las películas y agarrar algo que me sirviese para desengrasar. Así es que he traído la tercera temporada completa de FRASIER.
Como sabrá de sobra cualquiera que esté un poco puesto en la historia de aquellos maravillosos años, decir Hunter Thompson es decir "Miedo y asco en las Vegas". Pocas novelas se habrán escrito en el siglo XX que se le puedan igualar en la penetración psicológica de un estado de ánimo generalizado. El de una sociedad atravesada en todas las direcciones por las pulsiones suicidas que dieron al traste con "el sueño americano". La guerra, las drogas, pero sobre todo Las Vegas. Las Vegas, el gran monumento a la mentira. Y ahí están Thompson y su abogado samoano recreando ese ambiente de miedo y asco que, una vez contado, es lo que se dio en llamar periodismo gonzo. En fin, les recomiendo su lectura si es que quieren pasar un rato que, a la vez que divertido, sea provechoso.
De "Gomorra" no digo nada. No llegué ni a la mitad. Es que, tengo que confesarlo, ya no aguanto una más de mafias. Ni tampoco de alemanes malos. Además, si de mafias hablamos, lo que vi de Gomorra me pareció cosa de aprendices al lado de una de favelas brasileñas que vi no hace mucho en ARTE.
Ahora que para gonzo, gonzo, lo que cuenta Jünger en "Tormentas de Acero". Es indudable que nunca hubo una guerra más literaria ni más cinematográfica que la Gran Guerra, también conocida por Primera Guerra Mundial. Un guerra de posiciones, como se dijo. Sin avanzar, sin retroceder, meses y meses. Y venga torturar el medio en el que por fuerza tratan de sobrevivir unos tipos con mala suerte. Y lo que sería lo peor de todo para mí, cuando llega a la trinchera de primera linea la prensa diaria dando cuenta de que unos kilómetros más allá la gente va al teatro y al café como si no pasase nada. Todo es como un mal sueño muy real en el que solo se salva el escribidor. Impresionante.
Ya digo, hoy a régimen de FRASIER, porque si no no respondo.
Prisionero en una jaula, me las tengo que ingeniar para que no me dé por ponerme a hacer tonterías de las que luego se arrepiente uno. Porque si a las veinticuatro horas le quito las cinco o seis que duermo, me quedan todavía muchas para que sea fácil que por alguna de ellas se cuele el maldito aburrimiento. Porque, como dice Jünger en su "Tempestades de Acero": "Todavía peor era el aburrimiento: para el soldado es éste más enervante aún que la cercanía de la muerte."
Bueno, para ser verídico les diré que me he saltado un par de veces el encierro para llegarme hasta la próxima biblioteca, dos manzanas más allá. En la primera salida me agencié, aparte de la ya mencionada "Tempestades de acero", dos películas: "Gonzo: vida y hazañas del Dr. Hunter S. Thompson" y "Gomorra". En la segunda salida no tenía otra obsesión que devolver las películas y agarrar algo que me sirviese para desengrasar. Así es que he traído la tercera temporada completa de FRASIER.
Como sabrá de sobra cualquiera que esté un poco puesto en la historia de aquellos maravillosos años, decir Hunter Thompson es decir "Miedo y asco en las Vegas". Pocas novelas se habrán escrito en el siglo XX que se le puedan igualar en la penetración psicológica de un estado de ánimo generalizado. El de una sociedad atravesada en todas las direcciones por las pulsiones suicidas que dieron al traste con "el sueño americano". La guerra, las drogas, pero sobre todo Las Vegas. Las Vegas, el gran monumento a la mentira. Y ahí están Thompson y su abogado samoano recreando ese ambiente de miedo y asco que, una vez contado, es lo que se dio en llamar periodismo gonzo. En fin, les recomiendo su lectura si es que quieren pasar un rato que, a la vez que divertido, sea provechoso.
De "Gomorra" no digo nada. No llegué ni a la mitad. Es que, tengo que confesarlo, ya no aguanto una más de mafias. Ni tampoco de alemanes malos. Además, si de mafias hablamos, lo que vi de Gomorra me pareció cosa de aprendices al lado de una de favelas brasileñas que vi no hace mucho en ARTE.
Ahora que para gonzo, gonzo, lo que cuenta Jünger en "Tormentas de Acero". Es indudable que nunca hubo una guerra más literaria ni más cinematográfica que la Gran Guerra, también conocida por Primera Guerra Mundial. Un guerra de posiciones, como se dijo. Sin avanzar, sin retroceder, meses y meses. Y venga torturar el medio en el que por fuerza tratan de sobrevivir unos tipos con mala suerte. Y lo que sería lo peor de todo para mí, cuando llega a la trinchera de primera linea la prensa diaria dando cuenta de que unos kilómetros más allá la gente va al teatro y al café como si no pasase nada. Todo es como un mal sueño muy real en el que solo se salva el escribidor. Impresionante.
Ya digo, hoy a régimen de FRASIER, porque si no no respondo.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Esperanza es tonta y facha
Hay una cosa de la que estoy bastante convencido y es que una persona mal educada abulta tanto como mil personas aceptablemente educadas. O sea, mil educadas más una mal educada igual a dos mil personas. Sencillamente, algo que no nos podemos permitir. Y de ahí que sea tan importante dedicar la máxima atención a los asuntos de la educación.
También estoy bastante convencido de que no es verdad que la gente esté hoy día peor educada que la de hace equis años. Ni mucho menos. Lo que pasaba antaño era que el mal educado lo más que podía hacer era liarse a palos con los mozos del pueblo vecino el día de la romería de su pueblo. Sin embargo, el mal educado de hogaño maneja los recursos que proporciona el progreso para andar todos los días de romería en romería y arrasar todo lo que se le pone delante. Y por eso, ya digo, abulta por mil.
No menos convencido estoy de que por mucho esfuerzo que se ponga en educar siempre habrá un porcentaje significativo de personas a las que les cueste entrar por el aro. Y de nada servirá echar la culpa al sistema y demás tonterías propias de la ideología rousseauniana. Lo que tendrá que hacer el sistema con esas personas es aplicar la ley con todo su rigor para que esas personas dejen de abultar tanto.
Por lo demás, según puedo colegir de las informaciones que me llegan, la cuestión esa de la igualdad de oportunidades que tanto preocupa a los citados rousseaunianos parece estar bastante desarrollada. Incluso, en muchas ocasiones, bastante más allá de donde es posible. Porque dos no avanzan si uno no colabora.
Luego está la cuestión de los recursos y quién tiene que suministrarlos. Y aquí, amigo Sancho, con la ideología hemos topado. Y no es para menos, porque no es lo mismo nacer en casa rica que en casa pobre. Y no digamos ya, en casa ilustrada o en casa iletrada. Y por eso tiene que haber un poder arbitral que amortigue los desequilibrios. Bien, en eso todos de acuerdo. ¿Pero hasta dónde tiene que llegar ese poder?
La cuestión es que uno se pone un día a enredar y al cabo de unos meses le nace un hijo. Y entonces se pregunta... o se debiera preguntar: ¿hasta qué punto quiero hacerme responsable de este producto de mi, digamos, lascivia? ¿Cuánto delegaré en el Estado y cuánto reservaré para mí? Porque, lo siento mucho por los igualistaristas, pero no es lo mismo una cosa que otra. Por mucho que se empeñe el Estado nunca podrá suplir lo que pueden aportar unos padres comprometidos y dispuestos a empeñarse por el futuro de sus hijos.
Así que, de acuerdo, que el Estado se preocupe de que, por la cuenta que nos tiene, nadie se quede en la estacada. Pero, por favor, por lo demás que no vaya más allá de promocionar la idea de que no hay nada más integrador desde el punto de vista social que el hecho de implicar a los padres en la educación integral de sus hijos. Empezando, claro está, por la parte esa tan polémica de la aportación de recursos. Porque ¿en qué mejor se puede gastar el dinero que en pagar buenos profesores para los hijos si se tienen? Y también para uno mismo, que nunca estará de más.
En fin, luego está eso tan divertido de organizarle una trifulca a Esperanza que como todo el mundo sabe es tonta y facha. Y rica por demás.
Coda.- El dibujo es uno de los que hizo Fernando Sánchez Blanco para las "Cartas a Cándido".
También estoy bastante convencido de que no es verdad que la gente esté hoy día peor educada que la de hace equis años. Ni mucho menos. Lo que pasaba antaño era que el mal educado lo más que podía hacer era liarse a palos con los mozos del pueblo vecino el día de la romería de su pueblo. Sin embargo, el mal educado de hogaño maneja los recursos que proporciona el progreso para andar todos los días de romería en romería y arrasar todo lo que se le pone delante. Y por eso, ya digo, abulta por mil.
No menos convencido estoy de que por mucho esfuerzo que se ponga en educar siempre habrá un porcentaje significativo de personas a las que les cueste entrar por el aro. Y de nada servirá echar la culpa al sistema y demás tonterías propias de la ideología rousseauniana. Lo que tendrá que hacer el sistema con esas personas es aplicar la ley con todo su rigor para que esas personas dejen de abultar tanto.
Por lo demás, según puedo colegir de las informaciones que me llegan, la cuestión esa de la igualdad de oportunidades que tanto preocupa a los citados rousseaunianos parece estar bastante desarrollada. Incluso, en muchas ocasiones, bastante más allá de donde es posible. Porque dos no avanzan si uno no colabora.
Luego está la cuestión de los recursos y quién tiene que suministrarlos. Y aquí, amigo Sancho, con la ideología hemos topado. Y no es para menos, porque no es lo mismo nacer en casa rica que en casa pobre. Y no digamos ya, en casa ilustrada o en casa iletrada. Y por eso tiene que haber un poder arbitral que amortigue los desequilibrios. Bien, en eso todos de acuerdo. ¿Pero hasta dónde tiene que llegar ese poder?
La cuestión es que uno se pone un día a enredar y al cabo de unos meses le nace un hijo. Y entonces se pregunta... o se debiera preguntar: ¿hasta qué punto quiero hacerme responsable de este producto de mi, digamos, lascivia? ¿Cuánto delegaré en el Estado y cuánto reservaré para mí? Porque, lo siento mucho por los igualistaristas, pero no es lo mismo una cosa que otra. Por mucho que se empeñe el Estado nunca podrá suplir lo que pueden aportar unos padres comprometidos y dispuestos a empeñarse por el futuro de sus hijos.
Así que, de acuerdo, que el Estado se preocupe de que, por la cuenta que nos tiene, nadie se quede en la estacada. Pero, por favor, por lo demás que no vaya más allá de promocionar la idea de que no hay nada más integrador desde el punto de vista social que el hecho de implicar a los padres en la educación integral de sus hijos. Empezando, claro está, por la parte esa tan polémica de la aportación de recursos. Porque ¿en qué mejor se puede gastar el dinero que en pagar buenos profesores para los hijos si se tienen? Y también para uno mismo, que nunca estará de más.
En fin, luego está eso tan divertido de organizarle una trifulca a Esperanza que como todo el mundo sabe es tonta y facha. Y rica por demás.
Coda.- El dibujo es uno de los que hizo Fernando Sánchez Blanco para las "Cartas a Cándido".
lunes, 12 de septiembre de 2011
La cólera del Aquiles
¡Qué vida ésta! Va uno, hace proyectos, pone manos a la obra y, de repente, sin saber cómo ni por qué, viene la biología con la rebaja. Una inflamación del tendón de Aquiles que me hace ver las estrellas a nada que le pongo a trabajar. Ayer apenas me moví, pero ese poco ha hecho que hoy al poner el pie en suelo hayan sonado todas las alarmas. Mejor, me he dicho, renuncias. Y aquí estoy, inválido, a la espera de que el tiempo haga su trabajo.
Bueno, me he dicho, no hay mal, etc... porque, así como sólo puede despertar el que vive dormido, solo puede sanar el que está enfermo. Y, díganme, ¿hay en la vida algo que produzca más satisfacción que el hecho de recuperarse de un mal? Evidentemente, no. Es más, si mi apuran, les diría que, por mucho que tratemos de ocultarlo tras bellas palabras, todo lo que hacemos no tiene otra finalidad, mejor o peor cumplida, que la de aliviarnos de un mal. De un dolor. El del tedio. El del deseo insatisfecho. La ansiedad. La angustia. La soledad no deseada. La simple conciencia de que todas las horas hieren y la última mata.
El tiempo hace su trabajo y pone las cosas en su sitio. Y da su verdadera dimensión a los proyectos. No sé, pero quizá ha sido por tal de hacerme reflexionar que la biología ha fallado. Veremos, porque esto no va de horas. Será, en el mejor de los casos, cosa de días. Las manos a la obra tendrán que esperar. Y entonces, cuando sea tiempo de cosecha, dios dirá.
De momento, dejar que Quirón siga educando a Aquiles el de los pies ligeros y los bucles dorados. Y, entre tanto, que no venga Agamenón a quitarle a Briseida ni Hector a matarle a Patroclo. ¡Jo! Me pregunto porque no le sumergieron del todo en la sangre del dragón. Lo que yo, y el Rey, nos hubiesemos evitado.
Bueno, me he dicho, no hay mal, etc... porque, así como sólo puede despertar el que vive dormido, solo puede sanar el que está enfermo. Y, díganme, ¿hay en la vida algo que produzca más satisfacción que el hecho de recuperarse de un mal? Evidentemente, no. Es más, si mi apuran, les diría que, por mucho que tratemos de ocultarlo tras bellas palabras, todo lo que hacemos no tiene otra finalidad, mejor o peor cumplida, que la de aliviarnos de un mal. De un dolor. El del tedio. El del deseo insatisfecho. La ansiedad. La angustia. La soledad no deseada. La simple conciencia de que todas las horas hieren y la última mata.
El tiempo hace su trabajo y pone las cosas en su sitio. Y da su verdadera dimensión a los proyectos. No sé, pero quizá ha sido por tal de hacerme reflexionar que la biología ha fallado. Veremos, porque esto no va de horas. Será, en el mejor de los casos, cosa de días. Las manos a la obra tendrán que esperar. Y entonces, cuando sea tiempo de cosecha, dios dirá.
De momento, dejar que Quirón siga educando a Aquiles el de los pies ligeros y los bucles dorados. Y, entre tanto, que no venga Agamenón a quitarle a Briseida ni Hector a matarle a Patroclo. ¡Jo! Me pregunto porque no le sumergieron del todo en la sangre del dragón. Lo que yo, y el Rey, nos hubiesemos evitado.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Burros viejos teñidos
¿Es la muletilla una pesadilla? No sabría que decirles al respecto. Pero si sé que se pegan al cerebro como el chicle a la suela del zapato, o la sandalia, y cualquiera sabe lo que eso quiere decir.
Total, que pasé el día de ayer dejándome enseñar pisos por los "comerciales" de turno. Caros y epouvantables casi todos. Y en lugares, por lo general, vedados a gente vieja. Por lo de las cuestas, digo, que en Santander, como todo el mundo sabe, están por todas las partes. Pero no era de pisos de lo que yo quería perorar hoy, era de muletillas. Y es que ayer me clavaron una que no he conseguido despegar en toda la noche y lo que va de mañana. Y me temo que si no escribo sobre ella, no voy a poder liberarme. Se trata de "estaríamos hablando". ¡Por cien mil demonios hirsutos! Por qué cada vez que un comercial te enseña una habitación, cocina o lo que sea, te tiene que decir: estaríamos hablando de una habitación de dos camas, con armario y mesita de noche. Eso ya lo veo yo, les contestaba, y, por cierto, que mejor fuera que no hubiese nada. Y la tía seguía: estaríamos hablando de una cocina con lavadora y lavaplatos... ect.. Estaríamos hablando. ¿Quién les habrá dicho que esa frase es rentable? Bueno, a lo mejor lo es. No sé, me declaro absolutamente profano en técnicas de marketing.
Es como el "¡Ya te digo!" que viene imperando de un tiempo para acá. Aunque juraría que ya va de retirada. ¡Ya te digo!, con una entonación entre chulesca y despectiva. Como de, claro hombre, a mí me vas a decir, yo ya vengo de vuelta.
Y bueno, la que llegó a desesperarme fue aquella que no se le apeaba a Felipe González de la boca cualquiera que fuese el motivo por el que tuviese que abrirla. "Se lo digo honestamente". Todo era oírsela pronunciar y empezar a imaginarme a un tratante de burros viejos teñidos en una feria de pueblo. Se lo digo honestamente. Faltaría más. Mi pobre padre que en paz descanse solía contestar a ese tipo de afirmaciones con un refrán que, honestamente les digo, creo que es de los más bellos que ha dado la lengua del imperio: "prevención a destiempo malicia arguye". Seguro que Felipe lo desconocía, porque si no...
En fin. Ya digo. La vida.
viernes, 9 de septiembre de 2011
Una de Proscritos
Ayer pasé por Alar y eché una parrafadita con "los Proscritos". Están en forma los tíos. Se nota que la Intereconomía en vena es mucho más efectiva que aquellas famosas cápsulas de la Dra. Asland. Y no es sólo que los Proscritos rebosen energía, lo sorprendente es que es una energía alegre. La alegría de quien conoce la verdad, tiene identificado al mal y su causante inmediato y, por si esto fuera poca cosa, saborea ya de antemano el desagravio que les supondrá la inminente hecatombe generalizada.
Son, supongo, los sabios designios de Dios. Todo lo proyecta para que sea de la mejor forma posible. Y qué mejor para un viejo que predisponerle a pensar que se va a largar a tiempo, antes de que empiece a faltar hasta el aire. Lo mismo que le predispone a recordar lo bien que lo hizo todo, incluida la educación de sus hijos. Lo de los nietos ya es diferente. Forman parte de esa juventud consentida que empuja al mundo hacia el abismo. Y no hay quién lo pare ni falta que hace. A Sodoma y Gomorra lo mejor es que se las lleve el diablo. Así nos igualamos todos, viejos y jóvenes, aunque sea en la desgracia. Pero hay algo a mi favor, yo viví mi epopeya y, además, soy inocente.
Bueno, uno escucha y sigue la corriente. Y como gusta de hacer caridades, echa un poco más de leña al fuego. Les digo que me dan por la casa justo la mitad de lo que me costó. ¿Cómo? No puede ser. Están locos. Por ahí no pasan, ver disminuir así, sin comerlo ni beberlo, su patrimonio. Tú no la vendas que ya verás como suben, me dicen. Entonces, vosotros pensáis que las cosas van a mejorar, les pregunto. Claro, como no, en cuanto lleguen los populares con la motosierra... y salen a relucir, por ser los que están más a mano, todos esos vecinos que viven a costa de la osa que merodea por la Montaña Palentina. Sí, menudo montaje. Qué sería si en vez de una fuesen cien. La verdad es que no falta imaginación en este país. La osa promueve la construción de centros de interpretación, de 4x4para los forestales. Los forestales mantienen la hostelería... la cadena perfecta. En fin, nos reímos y me despido hasta la próxima. Rafa se va en su ferrari a que le sellen la primitiva y Mariano en su bicicleta a que le suban los dobladillos de dos pantalones. La vida, mal que bien, sigue.
Son, supongo, los sabios designios de Dios. Todo lo proyecta para que sea de la mejor forma posible. Y qué mejor para un viejo que predisponerle a pensar que se va a largar a tiempo, antes de que empiece a faltar hasta el aire. Lo mismo que le predispone a recordar lo bien que lo hizo todo, incluida la educación de sus hijos. Lo de los nietos ya es diferente. Forman parte de esa juventud consentida que empuja al mundo hacia el abismo. Y no hay quién lo pare ni falta que hace. A Sodoma y Gomorra lo mejor es que se las lleve el diablo. Así nos igualamos todos, viejos y jóvenes, aunque sea en la desgracia. Pero hay algo a mi favor, yo viví mi epopeya y, además, soy inocente.
Bueno, uno escucha y sigue la corriente. Y como gusta de hacer caridades, echa un poco más de leña al fuego. Les digo que me dan por la casa justo la mitad de lo que me costó. ¿Cómo? No puede ser. Están locos. Por ahí no pasan, ver disminuir así, sin comerlo ni beberlo, su patrimonio. Tú no la vendas que ya verás como suben, me dicen. Entonces, vosotros pensáis que las cosas van a mejorar, les pregunto. Claro, como no, en cuanto lleguen los populares con la motosierra... y salen a relucir, por ser los que están más a mano, todos esos vecinos que viven a costa de la osa que merodea por la Montaña Palentina. Sí, menudo montaje. Qué sería si en vez de una fuesen cien. La verdad es que no falta imaginación en este país. La osa promueve la construción de centros de interpretación, de 4x4para los forestales. Los forestales mantienen la hostelería... la cadena perfecta. En fin, nos reímos y me despido hasta la próxima. Rafa se va en su ferrari a que le sellen la primitiva y Mariano en su bicicleta a que le suban los dobladillos de dos pantalones. La vida, mal que bien, sigue.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Chamartín
Y digo yo: ¿cómo puede ser que haya tanta crisis en España habiendo tanta gente que sabe tanto?
Iba el otro día camino de la biblioteca y, justo, en mitad del paso subterráneo me topo con Germán. ¡Hombre, qué haces, estás aquí, cuándo te vas?, y cosas así para romper el hielo. Pues... y no pude decir más porque ya no me escuchaba. El lugar era infecto. Un tipo con guitarra acompañaba una música empalagosa. Un chamarilero tenía medio paso ocupado con sus incomprensibles mercancías. Los chavales del barrio pasaban por allí a toda mecha en sus bicicletas tuneadas. Y por si todo ello fuera poco, el suelo conservaba la capa protectora que los ciudadanos habían ido depositando pacientemente en él durante los recién pasados diez días de fiesta: una vez apoyada en él la suela, se necesitaba de un esfuerzo suplementario para poder levantarla.
Bien, como decía me topé con Germán que, el hombre, tan amable como siempre, tenía verdadero interés en ponerme al día. Por lo visto, la comidilla de la ciudad no era otra que la desastrosa casta de los toros que habían participado en la feria. Se caían a la primera de cambio. Yo sólo he ido a una, me dijo, y no estuvo mal, pero el resto... tenía al lado a una señora de Madrid y su hija, y entonces le dije, es que no es el torero, es el toro, si el toro embiste... cualquier torero... y la señora de Madrid le decía a su hija, ves, este señor sabe de toros... Y entonces, va y viene el chamarilero y nos dice con no muy buenas formas que nos larguemos de allí que le estamos estorbando el negocio. Nos corremos unos cuantos metros para un lado y me vuelve a contar lo de la señora de Madrid que le decía a su hija que este señor sí que sabe de toros. Y así hasta que conseguí desviar la conversación hacia el corte de pelo. De resultas de lo cual me acompañó hasta el hogar de los jubilados donde al parecer lo cortan divinamente por cinco euros. Pero había mucha cola, así que nos despedimos: él se fue para El Salón y yo para la biblioteca.
Tras una travesía sin incidentes, el tren llegó a Chamartín a la hora convenida. Como iba cargado y no quería cosechar agujetas para los días sucesivos, en vez de optar por el metro con transbordos decidí tomar un taxi. En mala hora. Lo comido por lo servido más un precio desorbitado. Porque el caso fue que el taxista se empeñó en llevar la radio a todo volumen por más que yo le dijese un par de veces que, por el amor de Dios, bajase un poquito el volumen. Y un poquito le bajaba. Y la cabeza se me iba poniendo tensa. Peroraba un tipo con la prosodia típica de los locutores deportivos. Es decir, como si nos fuese la vida en saber lo que está pasando en el terreno de juego. En este caso, el topic era las franquicias. Las franquicias tienen por lo visto muchos recovecos y el tipo se los conocía todos. Y no quería dejar ni uno si recorrer. A toda pastilla, claro está, porque para un teórico de los negocios el tiempo es oro. ¡Jo, qué despliegue de facultades! A ese tipo le pongo yo de director del FMI y en menos de un mes me ha embarazadas a todas las secretarias. Total, que aprovechando un semáforo le dije al taxista que me apeaba allí. No podía más. Prefería la amenaza de las agujetas en lontananza que una persistente cefalea in situ. Al fin y al cabo, sólo me quedaban tres manzanas.
El resto del día transcurrió de la mejor manera posible. Disfrute del ambiente cosmopolita de Public. Que me pregunto cómo podrán dar de comer tan bien y tan atildado por 10,35 €. Las calles estaban tranquilas y limpias. Me dio la impresión de que no menudeaban los turistas. Vi que los limpiabotas de la Gran Vía siguen empeñados en pregonar que la elegancia de una persona comienza por sus zapatos. Encontré a la familia en muy buena forma, ya casi recuperada de los estragos veraniegos. Y a las siete de la tarde me fui a tomar el metro para volver a Charmartin donde tenía una cita con el Alvia de León que hace escala en Palencia.
Me gusta Chamartín. En realidad me gustan todas las estaciones. Por eso cuando viajo me lo tomo con tiempo para demorarme en ellas. Es un mundo de paso lleno de señales de colores para que no te extravíes. Y, de hecho, muy pocos se extravían en una estación porque, en última instancia, siempre hay un alienado por allí dispuesto a orientar a los despistados. En fin, las estaciones, por donde se alivian las secuelas de la antipsiquiatría.Tema para otra monografía no menos interesante que la dedicada a las franquicias.
Iba el otro día camino de la biblioteca y, justo, en mitad del paso subterráneo me topo con Germán. ¡Hombre, qué haces, estás aquí, cuándo te vas?, y cosas así para romper el hielo. Pues... y no pude decir más porque ya no me escuchaba. El lugar era infecto. Un tipo con guitarra acompañaba una música empalagosa. Un chamarilero tenía medio paso ocupado con sus incomprensibles mercancías. Los chavales del barrio pasaban por allí a toda mecha en sus bicicletas tuneadas. Y por si todo ello fuera poco, el suelo conservaba la capa protectora que los ciudadanos habían ido depositando pacientemente en él durante los recién pasados diez días de fiesta: una vez apoyada en él la suela, se necesitaba de un esfuerzo suplementario para poder levantarla.
Bien, como decía me topé con Germán que, el hombre, tan amable como siempre, tenía verdadero interés en ponerme al día. Por lo visto, la comidilla de la ciudad no era otra que la desastrosa casta de los toros que habían participado en la feria. Se caían a la primera de cambio. Yo sólo he ido a una, me dijo, y no estuvo mal, pero el resto... tenía al lado a una señora de Madrid y su hija, y entonces le dije, es que no es el torero, es el toro, si el toro embiste... cualquier torero... y la señora de Madrid le decía a su hija, ves, este señor sabe de toros... Y entonces, va y viene el chamarilero y nos dice con no muy buenas formas que nos larguemos de allí que le estamos estorbando el negocio. Nos corremos unos cuantos metros para un lado y me vuelve a contar lo de la señora de Madrid que le decía a su hija que este señor sí que sabe de toros. Y así hasta que conseguí desviar la conversación hacia el corte de pelo. De resultas de lo cual me acompañó hasta el hogar de los jubilados donde al parecer lo cortan divinamente por cinco euros. Pero había mucha cola, así que nos despedimos: él se fue para El Salón y yo para la biblioteca.
Tras una travesía sin incidentes, el tren llegó a Chamartín a la hora convenida. Como iba cargado y no quería cosechar agujetas para los días sucesivos, en vez de optar por el metro con transbordos decidí tomar un taxi. En mala hora. Lo comido por lo servido más un precio desorbitado. Porque el caso fue que el taxista se empeñó en llevar la radio a todo volumen por más que yo le dijese un par de veces que, por el amor de Dios, bajase un poquito el volumen. Y un poquito le bajaba. Y la cabeza se me iba poniendo tensa. Peroraba un tipo con la prosodia típica de los locutores deportivos. Es decir, como si nos fuese la vida en saber lo que está pasando en el terreno de juego. En este caso, el topic era las franquicias. Las franquicias tienen por lo visto muchos recovecos y el tipo se los conocía todos. Y no quería dejar ni uno si recorrer. A toda pastilla, claro está, porque para un teórico de los negocios el tiempo es oro. ¡Jo, qué despliegue de facultades! A ese tipo le pongo yo de director del FMI y en menos de un mes me ha embarazadas a todas las secretarias. Total, que aprovechando un semáforo le dije al taxista que me apeaba allí. No podía más. Prefería la amenaza de las agujetas en lontananza que una persistente cefalea in situ. Al fin y al cabo, sólo me quedaban tres manzanas.
El resto del día transcurrió de la mejor manera posible. Disfrute del ambiente cosmopolita de Public. Que me pregunto cómo podrán dar de comer tan bien y tan atildado por 10,35 €. Las calles estaban tranquilas y limpias. Me dio la impresión de que no menudeaban los turistas. Vi que los limpiabotas de la Gran Vía siguen empeñados en pregonar que la elegancia de una persona comienza por sus zapatos. Encontré a la familia en muy buena forma, ya casi recuperada de los estragos veraniegos. Y a las siete de la tarde me fui a tomar el metro para volver a Charmartin donde tenía una cita con el Alvia de León que hace escala en Palencia.
Me gusta Chamartín. En realidad me gustan todas las estaciones. Por eso cuando viajo me lo tomo con tiempo para demorarme en ellas. Es un mundo de paso lleno de señales de colores para que no te extravíes. Y, de hecho, muy pocos se extravían en una estación porque, en última instancia, siempre hay un alienado por allí dispuesto a orientar a los despistados. En fin, las estaciones, por donde se alivian las secuelas de la antipsiquiatría.Tema para otra monografía no menos interesante que la dedicada a las franquicias.
lunes, 5 de septiembre de 2011
Algo huele a podrido
No es que tenga nada que decir sobre cuestiones políticas que, por otra parte, cada vez me resbalan más. No por nada, sino porque estoy convencido de que lo que tenga que pasar, pasará, y sólo podrá ser para bien cuando el ciudadano normal se caiga del caballo y empiece a vivir como un hombre de verdad. O mujer, si quieren, que no son ellas las que menos tienen que pegarse el batacazo, que es que les va cantidad la cosa esa del apalanque y así no hay manera de tirar para adelante.
Ya digo, no es la política sino la historia lo que acapara mi atención. Quiero saber lo que pasa. ¿Qué es lo que obliga a taparse la nariz a esas dos lumbreras del pensamiento redentor que vuelven de los San Fermines? ¿Qué será lo que han visto que se está pudriendo allí? Quizá a mozos que ríen como idiotas mientras corren delante de un toro.
Bueno, ya digo, nada que ver lo que pasa con lo que los entendidos dicen que son los porqués de lo que pasa. Y si quieren profundizar en el tema acudan al blog de Félix de Azúa y lean una de sus últimas entradas titulada "Contra Jeremías". Les adelanto un párrafo:
"Las fuerzas que producen elevación y derrumbe no las lleva nadie de un ronzal o no serían tan poderosas; nadie puede torcerlas porque nadie las orienta, así como nadie enciende los volcanes o abre la tierra con temblores siniestros. La maquinaria hipertécnica está por encima de nuestros mezquinos deseos. Negociemos un acuerdo. Estas fuerzas pueden parecerse a nosotros mismos proyectados hacia afuera en forma de colosos destructivos ante los que quedamos petrificados. También el paranoico cree verse a sí mismo bajar por la calle y saludar de un sombrerazo al cruzarse consigo. Fantasmas producidos por una culpa recóndita, la de creer que hay "razones" para lo que pasa y para lo que es, como si la vida de la especie o el cosmos mismo atendiera a razones humanas y diera explicaciones. Digámoslo con mayor brevedad. Pasó ya el tiempo de la riqueza inmerecida y ahora llega el tiempo de la pobreza que nos corresponde. Todo lo demás es petulancia y perseguir viento. Ni nos habíamos ganado la riqueza anterior, ni ahora sabremos qué hacer con la pobreza."
Ya digo, no es la política sino la historia lo que acapara mi atención. Quiero saber lo que pasa. ¿Qué es lo que obliga a taparse la nariz a esas dos lumbreras del pensamiento redentor que vuelven de los San Fermines? ¿Qué será lo que han visto que se está pudriendo allí? Quizá a mozos que ríen como idiotas mientras corren delante de un toro.
Bueno, ya digo, nada que ver lo que pasa con lo que los entendidos dicen que son los porqués de lo que pasa. Y si quieren profundizar en el tema acudan al blog de Félix de Azúa y lean una de sus últimas entradas titulada "Contra Jeremías". Les adelanto un párrafo:
"Las fuerzas que producen elevación y derrumbe no las lleva nadie de un ronzal o no serían tan poderosas; nadie puede torcerlas porque nadie las orienta, así como nadie enciende los volcanes o abre la tierra con temblores siniestros. La maquinaria hipertécnica está por encima de nuestros mezquinos deseos. Negociemos un acuerdo. Estas fuerzas pueden parecerse a nosotros mismos proyectados hacia afuera en forma de colosos destructivos ante los que quedamos petrificados. También el paranoico cree verse a sí mismo bajar por la calle y saludar de un sombrerazo al cruzarse consigo. Fantasmas producidos por una culpa recóndita, la de creer que hay "razones" para lo que pasa y para lo que es, como si la vida de la especie o el cosmos mismo atendiera a razones humanas y diera explicaciones. Digámoslo con mayor brevedad. Pasó ya el tiempo de la riqueza inmerecida y ahora llega el tiempo de la pobreza que nos corresponde. Todo lo demás es petulancia y perseguir viento. Ni nos habíamos ganado la riqueza anterior, ni ahora sabremos qué hacer con la pobreza."
domingo, 4 de septiembre de 2011
Sobreabundancia de polen
La verdad, espero de todo corazón que se hayan acabado las fiestas de una vez por todas. Vine el viernes porque creía que ya sería agua pasada. Habían comenzado el viernes anterior y, con la crisis, me decía, no pueden durar más de una semana. Pero me equivoqué de medio a medio. Lo mismo el viernes, que ayer sábado, los romeros no han dejado de berrear en todo el día, de forma y manera que me he visto obligado a encerrarme a cal y canto en casa. ¡Qué prepotencia y potencia para dar la lata, madre mía!
El caso es que anoche, pensando que la cosa estaría de retirada después de la traca triunfal de petardos y fuegos, me eché a la calle a tomar el aire. ¡Corría fresco, pardiez! Y había gente a mogollón por las calles principales. Así es que me escamoteé hacía el río por calles secundarias. Aquello estaba agradable, como un día ordinario. Seguí la alameda y cuando ya llegaba a la altura del puente de hierro pude comprobar que en la cera de enfrente, en la explanada que llaman Salón, no cabía un alma más. Más por necesidad que por curiosidad pasé rozando aquella turbamulta. Las sandalias se pegaban al pavimento y todo el mundo chorreaba grasa por las comisuras. Salí zumbando, so pena de vomitar, por un lateral para ganar la Plaza de España y, desde allí, por Modesto Lafuente, volver a casa. ¡Dios mío, me decía, a qué grado de enchusmamiento puede llegar el personal si desde las instituciones se le alimentan las pulsiones dionisiacas!
Llegaba ya a casa cuando noté que un adolescente se me adelantaba en la puerta y no hacía el menor ademán, no digo ya de cederme el paso, sino, ni siquiera de mantenerme la puerta abierta. Tuve que correr para que no se me escapara. Y también conseguí, a duras penas, colarme con él en el ascensor. El chaval, sin duda, iba nerviosísismo. ¿Qué, tienes prisa, eh?, le dije. Sí, es que voy a tomar algo para ir a los recortes, me contestó. ¿Recortes?, le interrogué. Sí, con los toros, dijo apresurado, porque ya habíamos llegado al rellano donde le esperaban su madre y una hermana menor. Me metí en casa escuchando lo que me pareció ser una bronca de la madre, pero no sé, por que la madre también parecía nerviosa, quizá por lo de los recortes. Recortes que, por cierto, no tengo ni idea de en qué consisten, pero a fe que debe de ser algo interesante.
¡Dichosa adolescencia! Que dura, dura y dura más que las pilas duracell. Bien, pues resulta que había estado por la tarde dedicado a rematar el Diario de Gide. Era el año 1948. O sea que andaba el autor por los setenta y nueve. Escribe el 24 de enero:
Ninguna vergüenza tras los momentos de voluptuosidad fácil. Especie de paraíso vulgar y de comunión por abajo. Lo importante es no darles importancia, ni creerse envilecido por ellos: no afectan en absoluto al espíritu, ni tampoco al alma, que no les presta demasiada atención. Pero, en la aventura, una diversión y un placer extraordinarios acompañan la alegría del descubrimiento y la novedad.
El once de junio reflexiona sobre un libro que acaba de leer sobre Platón. Lo ha escrito un cura y, en general, lo valora en términos elogiosos. Platón, dice el cura, busca ante todo el bienestar armonioso de la ciudad. Y entonces, Gide, va y dice, sí, todo eso está muy bien, pero hay un escamoteo:
...: esa sobreabundancia de polen que estorba al adolescente, ¿cómo podrá encauzarse? ¿Espera que la abstinencia la absorberá entera?... Es en este punto preciso donde tiene lugar la trampa: se escamotea la exigencia de la carne, de la exoneración necesaria de las glándulas,...
Y añade:
Yo sostengo que el buen orden de la ciudad se encuentra menos comprometido por el contacto voluntario entre jóvenes machos, y comporta menos consecuencias que cuando la líbido dirige inmediatamente los deseos de esos adolescentes hacia el otro sexo.
Bueno, no se preocupen que no voy a seguir transcribiendo. Sólo recordarles, por si no han caído en ello, que cuando Gide escribía ésto todavía no se había inventado la pilule. No sé si el dato tendrá valor de cambio, pero ahí lo dejo por si las moscas. Por lo demás, reconocerán conmigo que cualquier procedimiento encaminado a sacar ese polen por sus conductos naturales es mil veces mejor que dejar que se suba a la cabeza con las consecuencias de todos conocidas y, sobre todo, padecidas.
Coda.- Ya he descubierto en qué consisten los recortes. La foto lo dice todo. Algo que, sin duda, no precisa de resolver integrales para poder ser practicado.
El caso es que anoche, pensando que la cosa estaría de retirada después de la traca triunfal de petardos y fuegos, me eché a la calle a tomar el aire. ¡Corría fresco, pardiez! Y había gente a mogollón por las calles principales. Así es que me escamoteé hacía el río por calles secundarias. Aquello estaba agradable, como un día ordinario. Seguí la alameda y cuando ya llegaba a la altura del puente de hierro pude comprobar que en la cera de enfrente, en la explanada que llaman Salón, no cabía un alma más. Más por necesidad que por curiosidad pasé rozando aquella turbamulta. Las sandalias se pegaban al pavimento y todo el mundo chorreaba grasa por las comisuras. Salí zumbando, so pena de vomitar, por un lateral para ganar la Plaza de España y, desde allí, por Modesto Lafuente, volver a casa. ¡Dios mío, me decía, a qué grado de enchusmamiento puede llegar el personal si desde las instituciones se le alimentan las pulsiones dionisiacas!
Llegaba ya a casa cuando noté que un adolescente se me adelantaba en la puerta y no hacía el menor ademán, no digo ya de cederme el paso, sino, ni siquiera de mantenerme la puerta abierta. Tuve que correr para que no se me escapara. Y también conseguí, a duras penas, colarme con él en el ascensor. El chaval, sin duda, iba nerviosísismo. ¿Qué, tienes prisa, eh?, le dije. Sí, es que voy a tomar algo para ir a los recortes, me contestó. ¿Recortes?, le interrogué. Sí, con los toros, dijo apresurado, porque ya habíamos llegado al rellano donde le esperaban su madre y una hermana menor. Me metí en casa escuchando lo que me pareció ser una bronca de la madre, pero no sé, por que la madre también parecía nerviosa, quizá por lo de los recortes. Recortes que, por cierto, no tengo ni idea de en qué consisten, pero a fe que debe de ser algo interesante.
¡Dichosa adolescencia! Que dura, dura y dura más que las pilas duracell. Bien, pues resulta que había estado por la tarde dedicado a rematar el Diario de Gide. Era el año 1948. O sea que andaba el autor por los setenta y nueve. Escribe el 24 de enero:
Ninguna vergüenza tras los momentos de voluptuosidad fácil. Especie de paraíso vulgar y de comunión por abajo. Lo importante es no darles importancia, ni creerse envilecido por ellos: no afectan en absoluto al espíritu, ni tampoco al alma, que no les presta demasiada atención. Pero, en la aventura, una diversión y un placer extraordinarios acompañan la alegría del descubrimiento y la novedad.
El once de junio reflexiona sobre un libro que acaba de leer sobre Platón. Lo ha escrito un cura y, en general, lo valora en términos elogiosos. Platón, dice el cura, busca ante todo el bienestar armonioso de la ciudad. Y entonces, Gide, va y dice, sí, todo eso está muy bien, pero hay un escamoteo:
...: esa sobreabundancia de polen que estorba al adolescente, ¿cómo podrá encauzarse? ¿Espera que la abstinencia la absorberá entera?... Es en este punto preciso donde tiene lugar la trampa: se escamotea la exigencia de la carne, de la exoneración necesaria de las glándulas,...
Y añade:
Yo sostengo que el buen orden de la ciudad se encuentra menos comprometido por el contacto voluntario entre jóvenes machos, y comporta menos consecuencias que cuando la líbido dirige inmediatamente los deseos de esos adolescentes hacia el otro sexo.
Bueno, no se preocupen que no voy a seguir transcribiendo. Sólo recordarles, por si no han caído en ello, que cuando Gide escribía ésto todavía no se había inventado la pilule. No sé si el dato tendrá valor de cambio, pero ahí lo dejo por si las moscas. Por lo demás, reconocerán conmigo que cualquier procedimiento encaminado a sacar ese polen por sus conductos naturales es mil veces mejor que dejar que se suba a la cabeza con las consecuencias de todos conocidas y, sobre todo, padecidas.
Coda.- Ya he descubierto en qué consisten los recortes. La foto lo dice todo. Algo que, sin duda, no precisa de resolver integrales para poder ser practicado.
jueves, 1 de septiembre de 2011
Efebos
Es hora de retirarse a los cuarteles. Con gusto. María se fue ayer por la cosa laboral y yo hubiese andado por aquí como alma en pena de no haber sido porque me acompañaba a todas partes el Diario de Gide. Qué tipo, qué época, qué, en fin, mundo éste. Hoy día, ni siquiera en Francia se permitiría une chose pareille. Un pederasta contando sus aventuras amorosas sin que por ello, no digo ya, sufra persecución por la justicia, no, es que en absoluto parece afectar a su prestigio. Prestigio que, por lo demás, parece muy merecido.
Acaba de enviudar y no hay forma de aliviar la pena. Madeleine, lo que la hizo sufrir. Si no son remordimientos es algo parecido. Pero... hay que seguir con la cruz a cuestas. Se va de viaje.
Luxor, 3 de febrero.
No, ya no tengo un gran deseo de fornicar; por lo menos ya no es una necesidad como en los hermosos tiempos de mi juventud. Pero necesito saber que, si querría, podría; ¿lo comprendéis? Quiero decir que un país sólo me gusta si se presentan múltiples ocasiones de fornicación. Los más bellos monumentos del mundo no pueden sustituir eso; ¿Por qué no confesarlo francamente? Esta mañana, por fin, cruzando el Luxor indígena, estuve servido.
Quedan atrás, muy atrás, aquellas loas al comunismo. Un mundo nuevo, y todo eso, en el que tengo depositadas todas mis esperanzas. Le invitan a visitar la UURS con otros intelectuales. Les tratan como a reyes. Pronuncian discursos en la Plaza Roja ante turbas enardecidas. La repanocha. Pero hay detalles que a Gide le hacen torcer el gesto. Y eso que del gulag, ni idea de su existencia.Vuelve a Francia sin haberse apeado del burro, pero, ya, nada que ver con el entusiasmo que siguen manteniendo sus compañeros de viaje. Observa, reflexiona, y a poco más de diez años de aquel viaje:
1940
7 de febrero
Su espíritu se agita en un mundo seco y reducido como un problema. Al principio quise creer que lo que les empujaba al comunismo era un amor sufriente hacia nuestros hermanos; no pude engañarme mucho tiempo. Quise creer entonces que esos seres secos, insensibles, abstractos, eran malos comunistas, que perjudicaban a una noble causa y yo me negaba a juzgar ésta basándome en ellos. pero no: me equivocaba de arriba abajo, de medio a medio. Los verdaderos comunistas, se me aseguraba, se me demostraba, eran precisamente ellos. Ellos seguían con exactitud la línea; y era yo el que la traicionaba aportando un corazón con el que no tenían nada que hacer...
Y lentamente me iba convenciendo de que, cuando me creía comunista, era cristiano, si es que se puede ser cristiano sin "creer"...
La guerra de España ha terminado como ha terminado y todo apunta a que el resto del mundo quiere seguir con la fiesta. Es la hora del lamento de los lúcidos.
1940
28 de julio
Indulgencia. Indulgencias... Esa especie de rigor puritano por el que los protestantes, esos pelmas, se han hecho a menudo tan odiosos, esos escrúpulos de conciencia, esa intransigente honradez, esa puntualidad sin escrúpulo, es lo que más nos ha faltado. Molicie, abandono, relajación en la gracia y el desahogo, otras tantas amables cualidades que debían conducirnos con los ojos vendados, a la derrota.
Y, en la mayoría de los casos, simple innoble negligencia, pachorra.
La guerra sigue su curso y Gide sigue con sus viajes. Quiere ser testigo de excepción de las grandes partidas que se juegan en el tablero mundial. Lo cual no quita...
1942
3 de agosto
Conocí en Túnez, el pasado junio, dos noches de placer como ya no pensaba que conocería a mi edad. Las dos maravillosas, y la segunda aún más sorprendente que la primera. F., a la hora del toque de queda, había venido a verme a mi habitación del hotel... Dice tener quince años y no parece tener más. ...
...Sus arrebatos eran de una frescura que, creo, no puede engañar; lo mismo que... (¿me atreveré a decirlo?) su agradecimiento. Todo su ser cantaba: gracias.
... Convencerse de que es absurdo prestar a otros los propios sentimientos; y particularmente en materia amorosa. Ciertamente muchos seres, cuando aún son jóvenes, no tienen ninguna necesidad de juventud y de belleza en su cómplice, para alcanzar con él, gracias a él, la cima del éxtasis, a la cual su juventud y su belleza nos invitan.
También, crítica literaria. Grandes elogios a la biografía de Johnson escrita por Boswell. Lástima, dice, de Johnson.
Su sabiduría es admirablemente representativa de la de su época, pero nunca se eleva por encima de ella. Tiene bromas y réplicas muy sabrosas, pero uno le escucha sin verdadero provecho y siente los límites de su genio. Encorsetado además por el credo al que se sujeta sin cesar; pero uno duda si libre de ese corsé habría sabido aventurarse muy lejos.
Otro día.
Acabé anoche el Boswell. Esas mil trescientas páginas se leen casi sin ningún momento de fatiga o de aburrimiento. Hasta tal punto esa robusta inteligencia de Johnson se ve anquilosada o frenada por sus convicciones religiosas y su perpetuo temor a desbordarlas... Y no es uno de los menores intereses de ese libro el de permitirnos asistir al estrechamiento voluntario de ese hermoso pensamiento libre. "He was prone to superstition, but no to credulity" , dice excelentemente Boswell. Ahí es donde su libro resulta más instructivo, a su pesar: vemos, ejemplarmente, como un vigoroso espíritu puede quedar trabado por el dogma...
Acerca de Jünger:
El libro de Ernst Jünguer sobre la guerra del 14, "Tormentas de acero", es incontestablemente el más bello libro de guerra que he leído; de una buena fe, de una veracidad, de una honradez perfectas. Lamento mucho no haberlo conocido aún antes de recibir su visita en la calle Vaneau. Le habría hablado de forma muy diferente.
Bien, creo haberles contado cosas de los diarios de Jünguer alguna vez. No son de los que se olvidan fácilmente. El personaje engancha.
Me voy a hacer las maletas.
Tapa imperial
Anoche se escucharon movimientos en el hotel. Vaya, nos dijimos, se acabó la tranquilidad. Unos jóvenes se bajaron de una furgoneta con un montón de trastos y entraron por la puerta de servicio. Después, el silencio. Esta mañana he bajado a desayunar y he empezado a hilar. Se ha producido un déferlement de imsersatos troncholaris sobre el césped del jardín. Ciento cincuenta euros, he escuchado que le decía una a otra. Luego, desde la habitación, he seguido la pesquisa. Justo, debajo de la ventana han colocado una mesa en la que una pareja de jóvenes con bata blanca atendían a los pacientes imsersatos. Éstos entregaban una carta como de seguridad social y la pasta. Los jóvenes firmaban y devolvían la carta. Y los imsersatos se han ido amontonando alrededor de la puerta por donde anoche entraron con los aparatos. Después, en un visto y no visto, han desaparecido todos. Sabe Dios qué será lo que les están haciendo, pero apostaría cualquier cosa que tiene que ver con la extracción de mantecas.
Está claro, los jubilados son un "nicho" de negocios que no tiene fondo. Sólo hace falta un poco de imaginación y bastante cara dura para ponerse en marcha. Los pobres, con ese aburrimiento que busca inútilmente alivio. Se tiran a todos los pozos con la fe del catecúmeno y raramente reconocen que han salido escaldados. Y, a veces, incluso pillan, y viven una breve primavera.
Pero bueno, no era eso lo que yo quería contarles hoy. A lo que me quiero referir es a las inmensas posibilidades de satisfacción que se les ofrece si se deciden a venir a Laredo cualquiera de los tres primeros fines de semana de septiembre. Podrán comer y beber como un emperador con solo seguir La Ruta de la Tapa Imperial. Tienen dos opciones: crianza o caña, 2,5 €; cosechero, penique o mosto, 2€. Les confieso que no sé lo que es penique pero les prometo que antes de retirarme hoy ya lo habré aprendido. En cualquier caso, para más información: www.desembarcodecarlosv.org. Que no sabía Carlos V lo que habría de dar de sí su desembarco fortuito en Laredo.
Y luego no sólo eso, que por otra parte está el colorido renacentista de la villa marinera. ¡Menudas fotos que se pueden hacer entre tapa y tapa.
Está claro, los jubilados son un "nicho" de negocios que no tiene fondo. Sólo hace falta un poco de imaginación y bastante cara dura para ponerse en marcha. Los pobres, con ese aburrimiento que busca inútilmente alivio. Se tiran a todos los pozos con la fe del catecúmeno y raramente reconocen que han salido escaldados. Y, a veces, incluso pillan, y viven una breve primavera.
Pero bueno, no era eso lo que yo quería contarles hoy. A lo que me quiero referir es a las inmensas posibilidades de satisfacción que se les ofrece si se deciden a venir a Laredo cualquiera de los tres primeros fines de semana de septiembre. Podrán comer y beber como un emperador con solo seguir La Ruta de la Tapa Imperial. Tienen dos opciones: crianza o caña, 2,5 €; cosechero, penique o mosto, 2€. Les confieso que no sé lo que es penique pero les prometo que antes de retirarme hoy ya lo habré aprendido. En cualquier caso, para más información: www.desembarcodecarlosv.org. Que no sabía Carlos V lo que habría de dar de sí su desembarco fortuito en Laredo.
Y luego no sólo eso, que por otra parte está el colorido renacentista de la villa marinera. ¡Menudas fotos que se pueden hacer entre tapa y tapa.
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