viernes, 24 de febrero de 2012

Tiempo de pecios


Un signo de los tiempos es que aparezcan por todos los sitios caballos desorientados y famélicos. Sobre todo en Andalucía, pero también en Cantabria. Son miles y las asociaciones de amantes de los animales, que son muchas, no dan a basto a recogerlos y sacarles la mugre de encima. Porque es que, tal como están, ni para carne sirven. Un síntoma en definitiva de algo que está pasando y que sería difícil diagnosticar en toda su magnitud. Quizá, pienso a veces, tenga algo que ver con aquel discurso que una vez hace ya mucho le escuché al entonces President Pujol: "Tenin de tot. Per una banda tenim..., i a mes a mes tenim.., i tambe tenim..., y per l´oltra banda tenim... ", ¡Dios mío!, me dije, pero mira que tiene cosas esta gente. ¿Cómo se las apañarán para mantenerlas todas? Porque si hay algo que haya aprendido con los años es que las cosas hay que mantenerlas y, eso, cuesta. Algunas, diría yo, más que un hijo vago. Total, que es fácil deducir que de tantas cosas habidas el piso haya cedido y los caballos se hayan escapado.


Vayamos con otro signo. Estaba ayer a media mañana entretenido con mis habituales quehaceres cuando, de pronto, empiezo a escuchar golpes y palabras sobre mi cabeza. Me descentré y salí a la terraza a indagar. Había mucha gente en el tejado manipulando los paneles esos para calentar el agua que ponen ahora por ley en los tejados de todas las casa nuevas. Conté: eran seis tipos, vestidos todos como de trabajadores de pluma que dirían en mi pueblo. Les saludé y traté de informarme. Por lo visto aquellos paneles tan nuevecitos no funcionaban y querían llevarse un par de ellos para investigar las causas. Y ya, de paso, me pidieron permiso para sacarlos por mi terraza. Faltaría más, les dije, y añadí, ¿pero no son ustedes demasiados para un trabajo así? Se rieron e hicieron algún chiste sobre la crisis y el paro. Y, en estas sonó el timbre y fui a abrir. Era otro de la misma empresa que traía agarrado por el asa un maletín de cuero de esos que se suelen regalar al padre el día del padre. Un jefecillo, pensé. Me dijo con extrema delicadeza que si le permitía pasar a la terraza. Faltaría más, pero no me hagan  allí una asamblea reivindicativa, le dije. El tipo sonrió y me dio las gracias. Yo volví a lo mío, pero no podía concentrarme porque siete tipos porfíando justo a dos metros de distancia me lo impedía, así que salí a ver de qué iba la porfía. Entonces volvió a sonar el timbre. Es fulanito dijeron todos ellos. Pero qué pasa, es que vienen a tomar Troya, les dije. Abrí y entró un tipo joven de no mucha talla, con un abrigo desabrochado. Pronto vi que se trataba de uno más jefe todavía. Uno de los del tejado que parecía el jefe de los de arriba le dijo al jefe de los de abajo que subiese a ver las cosas in situ. Bueno, no dijo in situ, pero ese era el sentido. El del abrigo desabrochado contestó que no le apetecía subir, que no tenía día de tejados. Bajar los paneles y vámonos, añadió imperativo. Entonces, como vi que los paneles eran enormes y pesados y estaban chorreando agua, intenté echarme atrás y les dije que porqué no traían uno de esos artilugios para subir y bajar cosas que se alquilan por dos perras. Se me vinieron todos abajo y cedí, pero no sin antes haberles dicho unas cuantas cosas sobre su competencia y demás. Bueno, a unos obreros no me hubiese atrevido, pero estos a todas luces eran de diplomado para arriba y se tomaron mis observaciones a chanza. Salieron por el piso con los paneles poniéndolo todo hecho un asco. El jefecillo del maletín me pidió una fregona y le dije que se lo agradecía, pero que no merecía la pena. Luego estuvieron en el descansillo como media hora intentando meter los paneles en el ascensor, cosa que un niño de dos años hubiese comprendido en dos minutos que era de todo punto imposible. Ocho tipos con dos paneles enormes en un descansillo que no creo que llegue a los dos metros cuadrados y todos opinando y contraopinando, la cosa, comprenderán, se parecía muchísimo a lo del camarote de los Hermanos Marx. Al final con gran desconsuelo y humillación tuvieron que admitir que tendrían que bajarlo por las escaleras. Seis pisos calculando al milímetro. No les arrendé las ganancias. Me metí para adentro y volví a lo mío. Pero no acaba aquí la historia. Dos horas después decidí ir al super a proveerme de goods. Bien, pues justo al lado de casa hay un container de basuras orgánicas. Allí estaban apoyados los dos paneles y, a su lado, lo que parecía un matrimonio de gitanos, no sé si españoles, rumanos o portugueses, que todos se parecen ya, admirando la calidad del pecio y discutiendo sobre la actitud a seguir: ella abogaba por llevárselo tal cual y él prefería desmontarle in situ y llevarse sólo el cobre. Sin duda venció ella porque cuando volví del super no quedaba ni rastro del pecio.  

2 comentarios:

  1. Qué desperdicio, chacho; si en vez de escribirlo aquí, haces con el mismo tema el guion de "Torrente Cinco" y se lo mandas a Santiago Segura, el año que viene por estas fechas habrías ganado cuatro o cinco Goyas, incluido el de efectos especiales. De tío del maletín haría Julián Muñoz, de jefe Paquirrín y del resto de la coya Buenafuente, uno de Gran Hermano, Alberto Aza y el marido de Belén Esteban. Fliparíamos. A Urdangarín, a Marichalar y al nuevo novio de la Infanta también se les podía dar trabajo. De algo tendrán que vivir, digo yo...

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  2. Sí, Jacobo, verdaderamente no se entiende la porquería de guiones que se hacen en este país porque sólo hay que mirar un rato alrededor y te jartas de ver comedias, esperpento, tragedia, tragicomedia... sólo hay que sacar el lápiz y ponerse a copiar.

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