jueves, 9 de febrero de 2012
Los escitas
Los hay que gustan de vivir anclados en el firme convencimiento de que resistir es vencer. Por contra, también los hay que se acogen a la idea de que una retirada a tiempo es una doble victoria. Bien, como se suele decir, para gustos se hicieron los colores y, si con el gusto no basta, ahí tenemos a la Historia dispuesta a servirnos en bandeja los hechos acaecidos que confirman nuestras tesis. Y, también, si somos listos y honrados, los que las desmienten, que de todo hay en la viña del Señor.
Como soy bastante leído les podría poner un taco de ejemplos de heroicas resistencias que hicieron desistir al enemigo, pero como lo que cuenta al respecto es la memoria colectiva no queda más remedio que traer a colación lo de Numancia y Cartago, dos errores de cálculo, o testarudeces, con resultado de aniquilación.
In the other hand, tenemos la retirada a tiempo. Aquí, diría yo, la Historia no es tan explícita, quizá porque retirada se asocia a cobardía y todo el mundo sabe que los relatos sobre cobardes nadie los compra en las librerías. Sin embargo, con todas las reservas que se merece cualquier toma de partido, les debo confesar mi simpatía hacia este tipo de opciones. Retirarse a tiempo fue la táctica de los escitas que tantos quebraderos de cabeza le costó a Jerjes cuando iba al mando del ejercito más poderoso del que tiene noticia la Historia.
La táctica de los escitas, he ahí un pozo de sabiduría del que a no más tardar será necesario beber. Porque, como ha dicho una ministra italiana, lo de quedarse toda la vida cerca de mamá ya no es posible. Y menos, deseable, añadiría yo. Ahora, a poca metemática que sepas, todo es ver al jefe aproximarse con la máquina de exprimir y salir zumbando hacia dos continentes más allá. En busca de mejores perspectivas. Pura lógica escita. O sea, menos mamá, menos trastos, menos enraizamientos ponzoñosos... menos colmillos en definitiva. Y más alas.
En fin, allá cada cual. Yo, ya digo, como Anacarsis, escita hasta la muerte.
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Pues fíjate tú que a mí me parece que si hay una raza escítica donde las haya, experta en huir de la realidad y no plantarle cara esa somos nosotros. Porque no es sino algo contra la naturaleza de las cosas el que toda derecho de un chino o un vietnamita iletrado consista en currar doce horas en una fábrica maloliente montando iPhones mientras que el de un españolito con el mismo nivel de formación sea levantar vidrio y cobrar el paro mientras se hacen tres o cuatro chapucillas. Igualmente es escítica la huida de la realidad de nuestro gobierno, que está convencido de que nos puede sacar de la crisis manteniendo lo superfluo (subvenciones a sindicatos, organizaciones empresariales, partidos y demás entidades sustentadas por prevendas variadas) y cortando en lo indispensable, como la inversión en enseñanza e investigación.
ResponderEliminarBueno, sí, es una forma de verlo. Sin embargo yo lo tomo más en el sentido de no enfrentar lo que no se puede vencer. Por ejemplo, si veo que la seguridad social te hace esperar dos años para operarte de almorranas no me pongo a batallar para conseguir mi derecho sino que me voy a una mutua y me hago socio. Si algo me está dando pol saco y veo que su reparación será costosa prefiero abandonar los despojos y largarme con la música a otra parte. Por contra los que se obstinan en resistir porque piensan que sus derechos o propiedades son sagradas, veo que se amargan mucho la vida por poca cosa.
ResponderEliminarPor lo demás creo que los escitas no huían de la realidad sino del poderío del ejercito persa. Le hostigaban y cuando los Persas iban a por ellos se desparramaban por la estepa rusa y se hacían invisibles. Eso es lo que yo llamo hacer el escita. Hacerse invisible cuando conviene, pero no antes de haber dejado claro lo que vale un peine.
La cosa era aprovechando que el Guadiana pasa por Valladoliz, ya sabes. Decía uno muy sesudo que la democracia a la larga siempre perdería contra los totalitarismos, porque estos tienen una épica de paraísos, luchas, y demás que apelaban al exceso de adrenalina y hormonas (o lo que sea) que exaltan a la juventud. La democracia no es otra cosa que eso, el aburrimiento de retirarse a tiempo a los cuarteles de invierno para negociar con el enemigo o acostarse con él. César nunca escribía sobre lo que hacía en esos cuarteles: la gente no le habría tomado en serio, pero posiblemente la verdadera sabiduría sea elegir el camino del aburrimiento no el mussoliniano del vivir peligrosamente. Ahora, todos hemos tenido veinte años (excepción de los que nacieron hace menos de diecinueve...)
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