"Cuando Franco era Franco nos daban pan blanco, ahora que es Caudillo nos dan pan amarillo". Bien, pues hay gente que todavía parece seguir en eso. Como si, por así decirlo, la imaginación no les hubiese dado para encontrar otro leit motif más actual. Ellos son puros y guardan el templo. Al menos eso es lo que se creen. Pero, a lo mejor, lo único que pasa es que están enfermos. De odio concretamente.
Leo a Ortega:
"Llámase en un diálogo platónico a este afán de comprensión, <<locura de amor>>. Pero aunque no fuese la forma originaria, la génesis y culminación de todo amor un ímpetu de comprender las cosas, creo que es su síntoma forzoso. Yo desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera cuando no le veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera hostil. Y he observado que, por lo menos, a nosotros los españoles nos es más fácil enardecernos por un dogma moral que abrir nuestro pecho a las exigencias de la veracidad. De mejor grado entregamos definitivamente nuestro albedrío a una actitud moral rígida, que mantenemos siempre abierto nuestro juicio, presto en todo momento a la reforma y corrección debidas. Diríase que abrazamos el imperativo moral como un arma para simplificarnos la vida aniquilando porciones inmensas del orbe. Con aguda mirada, ya había Nietzsche descubierto en ciertas actitudes morales formas y productos del rencor."
Bueno, hoy, por enésima vez, le han tirado pinturas al medallón de Franco que hay en la Plaza Mayor de Salamanca. La típica gamberrada de estudiantes que van de retirada cuando ya apunta el sol por el lado de la sierra. Y todo podría quedar en eso, pero no, se ha convertido en motivo para que unos y otros saquen sus espadas afiladas. Como lo de Garzón, que si lo miras de puertas adentro casi da risa, pero que visto desde perspectivas foráneas es para preocupar porque parece ser que ellos no nos quieren ver de otra manera que así, como digo, con las espadas afiladas y en alto. Es como si se les desmoronase algo si un día caen en la cuenta de que España es más o menos como ellos. Los franceses, los ingleses. no sé si los alemanes... escuchas sus telediarios y te preguntas cómo puede ser que alguien de nuestros cuerpos diplomáticos no les diga algo sobre el tremendo error en el que están cuando nos describen. Porque, aquí, en España, lo de Franco, como los bailes regionales, es folklore residual. Y puestos a considerar con un poco de rigor, apostaría que tiene mucho más pasado franquista la izquierda que la derecha. Comparen, si no, los antecedentes e Rajoy con los de Rubalcaba.
Sigue Ortega:
"Nada que de éste provenga puede sernos simpático. El rencor es una emanación de la conciencia de inferioridad. Es la supresión imaginaria de quien no podemos con nuestras propias fuerzas suprimir. Lleva en nuestra fantasía aquel por quien sentimos rencor, el aspecto lívido de un cadáver, lo hemos matado, aniquilado con la intención. Y, luego, al hallarlo en la realidad firme y tranquilo, nos parece un muerto indócil, más fuerte que nuestros poderes, cuya existencia personifica la burla, el desdén viviente hacia nuestra débil condición.
Una manera más sabia de esta muerte anticipada que da a su enemigo el rencoroso, consiste en dejarse penetrar de un dogma moral, donde, alcoholizados por cierta ficción de heroísmo, lleguemos a creer que el enemigo no tiene un adarme de razón ni una tilde de derecho."
En fin, ya digo, pasarán más de mil años, muchos más, y los estudiantes de Salamanca seguirán tirando pinturas de colores al medallón de Franco cuando vayan de retirada de sus juergas nocturnas. Una tradición más, como la de los Lunes de Aguas, por poner un ejemplo de todos conocido.
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