domingo, 14 de octubre de 2012
Por donde solía
La extraña sensación del volver a por donde solía. No sé, quizá una cierta desazón. O regodeo. Melancolía en cualquier caso. Yo, personalmente, si por mí fuera, sacaría los coches de allí. Pero me hago cargo, el pueblo llano es como es y gusta de los amontonamientos para presumir de lo suyo. Precisamente, estábamos sobre el puente del Batán, en una de sus aceras, y un Mercedes, último modelo, cargado de lo que parecían menestrales, pugnaba por desplazarnos para poder aparcar. Los pobres, les comprendo. Alguien les dijo que las cosas son como no son y se lo creyeron. Porque la física es la física y el continente nunca puede ser mayor que el contenido. Además, allí se puede llegar en tren. Un magnífico tren que va y viene cada hora. Así que, ¿a qué meterse en líos? Coges, agarras, sacas un billete a La Cavada, haces trayecto hasta allí escuchando los trinos de los romeros que nunca faltan: "la ropa blanca tendida y un jilguero en el balcón". Optosílabos encadenados, puro romance. Cosas así. Te apeas y subes por esas callejas hacia La Lombana para tomar la pista que lleva a Angustina. Angustina, cuatro casas sobre la ladera de levante al otro lado de la Casa Blanca. Se llegaba antaño por un puente que mandó construir el marqués de Valdecilla. El puente sigue, pero los viejos caminos de acceso apenas son una trocha en plena selva. Llegas como mejor puedes al puente, comes el bocadillo y tal y tiras para abajo por la carraterra nueva que bordea el río por su lado de levante. Rubalcaba, La Vega, La Rañada. Miles de anécdotas que les podría contar. Un café en La Giraldilla, regentada ahora por paraguayos... paraguayos, Santander, Rafael Barrett, nos dio para un rato de cháchara a la sombra de la casa que me vio nacer. Es lo que tiene tener años, que dan para mucho hilar. La casa que me vio nacer, tal cual, lo único casi que no se santillanizó. Un milagro. Porque es lo que tiene haber tenido en su día una cierta clase, que entonces ya nadie te libra de la peste de la santillanización... y, luego, claro, a ver quién es el majo desantillanizador que te desantillaniza, ect...
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Ay la física. Aquí íbamos a estar nosotros si hubiéramos estudiado más física. En fin... Siempre nos quedará París, quiero decir Feynman. Por cierto, ¿te imaginas que el rey, la Infanta Elena o Urdangarín en lugar de lo que son fueran doctores en física o algo parecido?
ResponderEliminarDe lo que si estoy seguro es de que si el rey fuese doctor en física o conociese algo de los clásicos (lo de la esfinge de Edipo y así), ya haría mucho tiempo que iría con bastón, porque es que hay que ver qué pena da el pobre cuando se mueve. Una tercera pierna, sin duda, le aliviaría mucho los dolores de cadera que no puede ocultar al ojo medianamente avisado. Ganaría en dignidad y gobierno. Bien sur.
ResponderEliminarUsted solía, otros por simpatía adoraban y algún estúpido hasta dibujó y pintó. Fotos que duelen, por un pasado irecuperable, por unos amigos casi perdidos, por unos paisajes que aunque los vuelva a ver ya no son los mismos. En primer plano, la risa que se me antoja cruel de quien sabe estar disfrutando de lo que otros ya no pueden.
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