Lo de predecir el futuro siempre ha sido un negocio fabuloso. Desde la antigüedad más remota. Coges, agarras, el que podemos considerar primer libro de historia, los nueve tomos de Heródoto, y ves que allí no se movía un dedo sin ir antes a consultar al oráculo de Delfos, o al que fuese, eso sí, llevando siempre algo en pago , una crátera de plata cuanto menos. La mancia le llamaban y todo servía, desde los sueños al vuelo de pájaros, pasando por la disposición de las vísceras de los animales sacrificados, para que los charlatanes dijesen la suya que, por supuesto, siempre solía servir lo mismo para un roto que para un descosido, o sea, una cosa y su contraria lo suficientemente bien envueltas como para ser sólo distinguibles a toro pasado. Tretas del oficio que, todo hay que decirlo no siempre ponían a salvo de la ira del rey derrotado. Muchas fueron las veces en las que el adivino, a la postre, fue el perfecto chivo expiatorio ofrecido por el poderoso para aplacar las iras del populacho.
El caso es que hace treinta años o poco más, alguien se dedicó a preguntar a las mentes más esclarecidas del momento, premios Nóbel y todo eso, por cómo sería el mundo a treinta años vista. Bien, pues ninguno de ellos predijo nada de entre lo más importante de lo que ha pasado, ni el fin de la Guerra Fría ni la difusión del internet ni nada de nada. Es lo que tiene la historia que es caprichosa donde las haya. Lo único que podemos saber a ciencia cierta es que los descubrimientos científicos y tecnológicos nunca son en vano, pero nunca tendremos la menor idea ni de cuales van a ser esos descubrimientos ni en qué sentido nos van a afectar caso de producirse.
Y así fue que ayer, un domingo otoñal, desapacible como corresponde, decidimos comer por ahí. Pasamos por las Bodegas Montaña y sorprendentemente estaban casi vacías. Claro, fácil explicación, habían vuelto por sus fueros de subir el menú dominical hasta los 16€. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa como dicen en Cataluña y, como decimos por aquí, ni el horno está para bollos ni el bolsillo para alegrías. Así que nos llegamos hasta la cafetería Picos de Europa que, confieso, es mi preferida. Allí el menú seguía en los 11,50 € de todos los días y, claro, ni que decir tiene que estaba a rebosar. Nos dieron un arroz caldoso con mejillones y langostinos y después una chuleta de ternera con pimientos y patatas fritas. De postre, pastel de hojaldre. De estrella Michelín todo, se lo juro. Y trato de cliente habitual.
La comida, todos los días, y buena y abundante. ¿Que futuro le auguramos a eso? Ahora somos siete mil millones y para pasado mañana se esperan nueve mil. Y no veas lo mal que está llevando el planeta todas las mierdas que le echan encima para que las cosechas den más y más. ¿A dónde vamos así si con sólo los pedos de las vacas estamos derritiendo el Ártico? Esto, o lo soluciona la ciencia, y pronto, o peta. Porque todo eso que preconizan los ecolos y demás "alternativos" no son más que maniobras de distracción. Consumo de cercanía, métodos artesanales, no son más que mamarrachadas con las que tratan de justificarse los que no quisieron estudiar.
Esto, ya digo, sólo lo soluciona la ciencia. Y en ello, me consta, está. Y tenemos que estar preparados para lo que venga, cualquiera que sea ello. Porque se trata de sobrevivir. De momento he visto cosas sorprendentes. La carne en algunos sitios ya no viene de las granjas sino de los laboratorios. Cogen una placa de Petri, le echan unos cuantos potingues, ponen encima un par de células madre, y a los pocos días tienes allí un filete que te cagas. Por no hablar de los viveros de insectos varios que son una fuente inextinguible de proteínas de primera calidad. Las cucarachas y así. Y las hortalizas, en el trastero. Porque nada va ser lo que era y lo de los Picos de Europa pronto será sólo mitología.
En fin, que sólo de una cosa podemos estar seguros, de que lo que hay hoy día no se aguanta. Todas esas chuletas que se comían ayer en los Picos, ¡madre mía, como les dé a los mil millones de indios por quererlas! Que parece que va a ser que sí.
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