lunes, 15 de octubre de 2012

Caquitas



Se ha puesto a llover y yo que me regocijo. Porque es que, además, han bajado las temperaturas, lo cual que como miel sobre hojuelas. Duermo mucho mejor y ya no sudo cuando salgo a pasear. Aunque eso sí, a pasear con muchas precauciones porque una de las consecuencias directas e inmediatas de las muchas lluvias habidas es que los propietarios de los siete millones de perros que andan por aquí alrededor ya no se sienten obligados a recoger los excrementos. Bueno, no es que antes de las lluvias los recogiesen todos, pero sí la mayoría. Ahora, sin embargo, el agua con los excrementos que nadie recoge forma una patina altamente lubricante que si se le añade a la pendiente del 25% o más de las cuestas que necesariamente he de bajar si quiero alejarme de casa... comprenderán ustedes que para qué habría de molestarme yo en acudir al Alto Campoo o, incluso, a Baqueira Beret, si tengo la  estación deslizante, aquí, a la puerta de casa. ¡Es fantástico! Y necesario verlo para poder creerlo, que no exagero un pelo, se lo juro. 

Yo, la verdad, les comprendo. En su caso estaría deseando que nunca dejase de llover aunque ello me comportase serios problemas de reuma. Porque es que eso de pasarse todo el día recogiendo caquitas sin por ello poner un mal gesto, bueno, sí, lo comprendo que lo haga una sufrida ama de casa que para eso está, para sacrificarse por lo que sea, pero un señor hecho y derecho, que sabe un huevo de furbo y se ha cansado de presumir en el bar del barrio del descomunal tamaño de sus atributos masculinos... la verdad, pienso en la Santísima Trinidad y me parece un misterio más fácil de resolver. 

Y sigo dándole vueltas tratando de encontrarle su lado positivo. A lo de recoger las caquitas me refiero, que no a los perros en sí que no les encuentro gracia alguna y mira que se la busco para no quedarme aislado. Sí, cuando yo era chaval había por las calles un borde line al que llamaban Gene que se dedicaba a asustar a los niños y a atrapar a los perros callejeros con un lazo. Laceros llamaban a los que vivían de ese oficio. Bueno, el Gene y los demás laceros agarraban a los perros que pillaban por ahí y los llevaban al matadero en donde les convertían en chorizos que la gente comía sin la menor aprensión. Chorizo de perro, pues sí, y bien bueno que estaba. Como la paella de perro estaría si la gente se decidiese a dejar a los bogavantes en paz, madre mía, con lo que cuestan los bogavantes que, además, son de importación, que todo sería sustituirlos por los perros y se matarían dos pájaros de un tiro, dejar de recoger caquitas y mejorar la balanza de pagos. Una luz al final del túnel de esta maldita crisis, en definitiva. 

Bueno, quizá, quizá, rizando mucho el rizo podríamos dar en concebir que ese gesto despreciable, e indudablemente muy desagradable, es en el fondo un acto de humildad supremo. Justo algo de lo que está tan necesitada esta sociedad que si de algo peca es de no parar de tirar sus cuescos más altos que lo que su culo parece permitirles. Sí, se empieza así y se acaba cuidando a los seres de la propia especie tan a millones dejados de la mano de Dios. Anda ya, que se caga uno de esos en la calle porque le ha dado un mal retortijón y huyen todos de su alrededor cual alma que lleva el diablo. Pero quién sabe, después de esta cura de humildad vía perros, hasta los abuelitos de cada cual van a recibir visitas. 

En fin, que seguiré muy atento a las diversas evoluciones de las caquitas caninas para tenerles informados de lo que de ellas puede extraerse. 

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