lunes, 2 de abril de 2012

La cosa tiene su miga


Supongo que todos saben que esta semana que ahora comenzamos la vamos a dedicar a conmemorar, o sea, recordar todos juntos, lo que PASIÓN significa y produce. 


El concepto de pasión, a lo que he podido saber nunca dejo indiferentes a los más insignes filósofos. Desde Aristóteles a Hegel fueron muchos los que echaron su cuarto a espadas al respecto. Porque es que, así, a primera vista se presta a equívocos para los profanos. Así, a primera vista, y ateniéndonos sólo a la lógica del lenguaje, deberíamos considerar que si una persona de acción es una persona activa, una apasionada debería ser pasiva. Por tanto, aceptando que activo y pasivo son contrarios, lo mismo debieran serlo acción y pasión. Y no, la realidad es bien diferente, la pasión es actividad continua. El que agarra una pasión sufre una alteración del espíritu que ni la razón ni la voluntad pueden controlar. Por decirlo llanamente, el apasionado normal es alguien que coge una perra y es incapaz de darse cuenta de la tabarra que esta dando a familiares, amigos y vecinos. Por ejemplo, un jubilado que, de pronto, se apasiona por la jardinería o el bricolaje. Ya te puedes largar lejos, porque ni dios le para con razonamientos. 


Pero vayamos a las, por así decirlo, pasiones excepcionales. Hegel dice: "Si llamamos pasión al interés en el cual la individualidad entera se entrega con olvido de todos los demás intereses múltiples que tenga o pueda tener, y se fija en el objeto con todas las fuerzas de su voluntad, concentrando en este fin todos sus apetitos y energías, debemos decir que nada grande se ha realizado en el mundo sin pasión."  


Y efectivamente, esto que andamos conmemorando estos días, al margen de cómo le caiga a cada uno, es algo grande. El inicio de una gran mutación simbolizada en la pasión y muerte de un gran apasionado.  O pirado, si quieren. Un ser capaz de entusiasmar con su discurso a las masas un día y empavorecerlas al siguiente tras consultar dichas masas con la almohada las consecuencias de los cambios que se les ofrecen. 


Es fácil de entender. Todos hemos visto en la vida a tipos notables que son rápidamente tachados de locos y apartados de la circulación porque lo que preconizan es demasiado bueno para ser aceptado por la inmensa masa de los mediocres.  Porque, no nos engañemos, en todas las sociedades, y cuanto más al sur más, la mesocracia es la medida de todo y a lo que sobresale se le corta la cabeza con gran regocijo del respetable, no vaya a ser que produzca una mutación y vayamos a tener que cambiar la barra del bar por el pupitre en la academia. 


Por eso les digo que yo, aunque el cristianismo ni fu ni fa, que me dice mucho más lo del paganismo, no por eso dejo de mirar con mucha curiosidad esas representaciones que se multiplican estos días por los pueblos en las que a un tipo llamado Jesús, primero le alaban con sincero regocijo y luego le martirizan con refinado sadismo. Me parece que más allá de su mera concepción como atractivo turístico que pudiera traer clientes a los hoteles y bares de la zona, hay en esa representación un simbolismo crudo y  fácilmente interpretable de la parte más intensa de nuestras vidas. La que hace referencia a nuestro anhelo de cambiar las cosas para que las cosas sean mejores. Y queda claro que sin pasión y muerte nada se consigue. 




Bueno, los griegos le decían vivir en la agonía. Es decir en lucha permanente por hacer realidad nuestros sueños. Lo contrario, el dame de comer y llámame alfombra, cosa de los wolking dead. O sea   

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