domingo, 1 de abril de 2012
El síndrome Buridán
Buridán fue un tipo que, allá, por los albores del Renacimiento, se puso a defender el libre albedrío. Sostenía que el ser humano no necesita que nadie le pastoree porque dispone de la razón para ponderar sus decisiones. ¡Y madre mía la que armó! Se le echaron encima todas las Pilares Raholas del momento. Y, alguna de ellas, más ingeniosa que las otras, por nacionalista supongo, inventó la paradoja que se conoce como la de "el asno de Buridán".
El pobre burro, después de una jornada agotadora, se moría de hambre y sed. Su dueño, que lo intuía, le puso delante un montón de paja y un cubo de agua. Pero el burro, ¡ay!, no supo decidirse sobre cual calmar primero, el hambre o la sed. Miraba al cubo y pensaba que mejor el hambre. Miraba la paja y le apetecía más el agua. Y así toda la noche hasta que por fin, al amanecer, estiró la pata sin haber probado ni la paja ni el agua.
Es público y notorio que Buridán tenía razón, los seres humanos estamos capacitados para tomar decisiones. Pero a sus detractores no les pierdas de vista, porque también es público y notorio que el común de los humanos está muy limitado para apechugar con las consecuencias adversas que sus decisiones suelen traer. Cuando toca pagar, todos tenemos tendencia a cantar aquello de "que yo no fui, que fue Tantín, que fue mi hermano el chiquitín". Porque a la hora de la verdad todos creemos tener un hermano pequeñin que tiene la culpa de todo lo que nos pasa por nuestra mala cabeza.
Por eso, por no querer echar echar la culpa al hermano chiquitín que saben que no tienen, es que algunos acaben estirando la pata como el Burro de Buridán. No han pasado cinco minutos desde que pensaron que ya tenían clara la decisión a tomar cuando se le precipitan en trompa los inconvenientes que tal decisión conlleva. Entonces para en seco y decide posponer que es sufrir de incertidumbre.
Sufrir de incertidumbre o, si mejor quieren llamarlo, amargura del presente. Es el precio que se paga por no dejarse pastorear y acabar como las ovejas balando contra los banqueros.
La otra opción es aceptar el suicidio por etapas como una de las bellas artes.
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