domingo, 22 de abril de 2012
Cultura a secas
Andaba ayer distrayéndome con un somero surfeo por la red cuando de pronto voy y veo un artículo sobre Leonard Cohen. Bueno, qué decir de él si todos ustedes le conocen seguramente mejor que yo: esa voz por el lado más grave de la tesitura que desgrana bellos textos sin perder la compostura. Uno más de entre las miríadas de judíos trascendentes. Pero no era su arte sin fronteras lo que daba enjundia a el artículo. Era algo mucho más universal, las flaquezas de la condición humana que llevan, incluso a los más avisados de los mortales, a tropezar en piedras señaladas hasta la saciedad por el saber popular. En este caso: no metas la polla en donde sacas la olla. Pues bien, el bueno del Leonard se lió con su manager, de resultas de lo cual quedó más pelado que el gallo de Morón. Y así fue que ya de muy viejo, setenta y cuatro años, se tuviese que ir de gira por no verse viviendo debajo de un puente. Y todo ello con el agravante de que la manager le seguía dando la vara día y noche por todos los medios que la tecnología pone al alcance de las malvadas: le mandaba sin cesar mensajes en los que se aseguraba que Leonard la tenía muy pequeñita, casi inexistente. ¡Qué cosas! En fin, que parece ser que han sido precisos los tribunales para parar a la despechada.
Pero no es por esas menudencias por las que se lo traigo a colación. No. Es que me hizo mucha ilusión saber que Leonard tiene una guitarra igual que la mía, comprada en la pequeña tienda de los Hermanos Conde, herederos de Esteso, en la calle Gravina, justo al lado de la plaza de Chueca.
Yo supe de esa tienda y sus guitarras por las malas compañías que frecuentaba en Salamanca. Así que un día, cogí, agarré, y me fui allí a agenciarme una. Ciento sesenta mil del ala. El sueldo de un mes y algo más. Y, a decir verdad, casi el único dinero que no he tirado en mi vida. Porque es que desde aquel día somos inseparables. Siempre la tengo a mano para darle un manoseo. Nunca me falla.
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La guitarra nunca traicionará a Leonard. No se puede imaginar mejor compañía.
ResponderEliminarEl caso, Jacobo, es que seguramente tienes razón. Porque no es otra cosa que una cuestión de exigencia. Tu le das constancia y ella te devuelve placer. Hay que haberlo vivido para saber lo que es eso.
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