viernes, 30 de marzo de 2012

El juicio


Tengo el papo hinchado, pero ya no me duele. El dentista, un chico joven y amable, hizo un trabajo impecable. Apenas media hora me tuvo gimiendo en el tostador. ¡Dios mío, pero mira que estamos mal hechos algunos! Por qué tiene que ser que esas muelas nazcan atravesadas en la trasera de la mandíbula... un mal, al parecer, tan frecuente. Se lo pregunté al chico joven y amable y me respondió algo sobre la evolución de las especies y los cientos de millones de años que eso lleva. O sea que, podría haber añadido, nosotros tenemos el tajo asegurado por los siglos de los siglos. Bien sûr.


El caso es que llevaba unos veinte días soportando un apestoso dolor por toda la parte derecha de la cara. Y bien es sabido hasta qué punto el dolor físico redime de todos los demás males. Sobre todo del mal por antonomasia en estos tiempos que nos ha tocado vivir, el de pasarse la vida anhelando quimeras. Soñando paraísos vedados al aburrimiento. Arguyendo inteligencias que ocultan limitaciones. Elevando las pequeñas preferencias a la categoría de insoslayables.


Pues sí, te empiezan a doler las muelas, o lo que sea, y ya no hay sitio en la cabeza para otra cosa que para acabar con eso. Sin remilgos. Cortando por lo sano si es preciso. Y nada de quimeras, ni ensoñaciones, ni inteligencias, ni pequeñas preferencias, ni leches. Todo estaba bien como estaba hasta que empezó el azote. 


Así que, Padre si es posible pase de mi este cáliz, que de ésta voy a salir más razonable y no me voy a quejar tanto.









 

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