viernes, 9 de marzo de 2012
Chop suey
El pasear por los montes de los alrededores de Alar en compañía de "los proscritos" me proporcionó no pocas satisfacciones. Aprendí a ver e interpretar un montón de los signos que el bosque mantiene ocultos a los ojos del profano. Me enteré de que la misa y el pimiento son cosas de poco alimento. Y muchos otros chistes y chascarrillos sobre la iglesia y su clero. Pero sobre todo lo que más me interesó fue conocer de primera mano las leyendas urbanas con las que las gentes sencillas se defienden de la insidiosa amenaza que para ellos supone cualquier cambio. El mecanismo es tan sencillo como ineficaz, se ridiculiza lo nuevo y así no hay que esforzarse para comprenderlo y aceptarlo. Por eso, para ellos, el internet, por ejemplo, era la pantalla tras la que se escondían violadores y estafadores. Ni siquiera las tarjetas bancarias se libraban de leyenda. Y ya, qué decir, de la invasión en curso de los chinos. Porque hasta aquellas apartadas regiones habían llegado con sus negocios de bazar.
Así era que de los chinos tenían para contar y no acabar. Porque todo el mundo sabía que allí donde se abría un restaurante chino empezaban a desaparecer los gatos del vecindario. Por eso era muy importante saber diferenciar las costillas de gato que son de sección circular de las de conejo que son de sección aplanada. Y, claro, cuando se les calentaba la boca, se hubiesen dejado matar por defender la veracidad de que el destino final de los chinos son los platos de chop suey. ¿Porque tu has visto alguna vez un entierro de chino? No, hasta los tontos saben que cuando los chinos mueren sus familiares les trocean y les mezclan con verduras y glutamato. Y a forrarse.
El caso es que no sólo es a nivel de "proscrito" que corren las leyendas sobre chinos. También gente con estudios gusta de denigrarles: son sucios, feos, antipáticos, mal educados, insolidarios. ¡Si todos hiciésemos como ellos... vivir para trabajar! ¡Como si no hubiese otras cosas!
Y los chinos, chino-chano. Venga y dale a ocupar nuevos espacios. Desde el colmado nocturno a la tragaperras del bar de la esquina. Se desparraman como el aceite. Silenciosos y eficaces.
Y entonces, cuando estábamos en esas, va y se descuelga con unas sorprendentes declaraciones el hombre del momento: el dueño de MERCADONA. Si queréis salir de la crisis, dice, hacer como los chinos. ¡Tremenda constatación, compañero!
Y mientras tanto los sindicatos deshojan la margarita de la huelga general. ¿Me quieres, no me quieres? No hay forma de que esa gente aprenda de una vez. Ni te quiero ni te dejo de querer, ¡hombre!, lo que pasa es que uno de cada cinco es chino y eso no hay huelga general que lo remedie. Acaso un holocausto nuclear...
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