Como se da la circunstancia de que ahora tengo cerca de casa una videoteca pública y, por cierto, muy bien surtida, no es de extrañar que haya redoblado las horas dedicadas a una de mis aficiones favoritas, o sea, ver historias en la pantalla.
Todo hay que decirlo, casi ninguna de las historias vistas últimamente es nueva para mí. Desde "Simón del Desierto" a "Café Bagdad", pasando por "La Gata sobre el tejado...", "Stromboli", etc., todas, por más que agua pasada, no dejaron de mover el molino de mis emociones. Unas para más admiración si cabía y otras, c´est domage, para la inesperada decepción.
Ahora bien, si las películas me atraen peligrosamente, lo que ya es casi enfermiza pasión es el gusto por las series televisivas. Más o menos, pienso, que la que sentía antaño por las novelas, sobre todo las del XIX. Historias pormenorizadas donde nada parece escapar al ojo inquisidor de los dioses. Personajes que capítulo a capítulo van entrando en tu vida hasta el punto de que a veces es difícil distinguir a qué mundo perteneces. Ríes, amas, odias, sufres, deseas, lloras, incluso más que en la que se considera vida real. Como si la ficción no lo fuese.
Así es que me gustaría mencionarles algo coincidente en tres series que tengo recientes. Tres joyas para mí. "Retorno a Brideshead", "Teresa de Jesús" y "Los gozos y las sombras". Se trata, ni más ni menos, que de la retransmisión en directo de la muerte. Y tres actores de lujo para representarla: Sir Laurence Olivier, Concha Velasco y Amparo Rivelles.
En estos tiempos que dicen son como si la muerte no existiese de banalizada que está. Desde la tierna infancia se está viendo a diario morir a centenares en la pantalla. Y, como si nada hubiese pasado, la vida sigue igual. Vi a Concha Velasco demorándose -¡Ay, Señor, qué largo es esto!- en el trance para el que había estado preparándose toda la vida. Siempre, al parecer, deseándolo. "Pues, Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida, si no que me beséis con beso de vuestra boca, y que sea de manera, que aunque yo me quiera apartar de esta amistad y unión, esté siempre, Señor de mi vida, sujeta mi voluntad a no salir de la vuestra; que no haya cosa que me impida pueda yo decir ¡Dios mío y gloria mía! con verdad, que son mejores tus pechos y más sabrosos que el vino."
Sir Laurence, un aristócrata decadente, se diría que se regodea en su última y más elaborada representación. Porque, como diría un catalán, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y el haber llevado una vida licenciosa y descreída no tiene porque querer decir que a la hora de la verdad no se vayan a poner las cosas donde siempre debieran haber estado. Es decir, en perfecta sintonía con las convenciones sociales. Es una más de entre las muchas ventajas que tiene la catolicidad, que se puede invertir el rumbo a voluntad. Una somera contrición y todos lo entienden.
Amparo Rivelles es otra cosa. Un vestigio Ancien régime. Gestiona su muerte como si de un negocio se tratase. El negocio con el que intenta resarcirse del fracaso de todos los que intentó anteriormente. Una humillación es su desencadenante. La soberbia su reparación.
La verdad es que he visto morir a unas cuantas personas en la vida real y siempre,creo, fue bastante anodino. Mi impresión es que no se enteraron de nada desde mucho antes del tránsito definitivo. Preparados de antemano o no, todos lo hicieron divinamente. Sin teatro. Pero haberlo visto en la pantalla tres veces seguidas en poco tiempo y de forma tan divinamente teatral, confieso que me hecho meditar en el asunto. Sí, me he dicho, en el mejor de los casos, esto ya está cerca. Y no pasa nada. Mientras pueda seguir pedaleando, quiero decir.
Espero que veas "El sol del membrillo" en mi honor, o por lo menos "El Sur", por el morbo de la Bollaín, claro.
ResponderEliminarEl Retorno a Brideshead es un auténtico flipe. La habré visto no sé cuántas veces. Intenté leer el libro en la facultad y después otras dos veces: no he sido capaz de pasar creo que de la página cincuenta, qué coñazo.
Santa Teresa la he visto varias veces, pero me resulta un poco desagradable ver sin gafas a ese señor que hace de arzobispo de Sevilla, más que nada porque nunca le he podido perdonar el que me pusiera solo un aprobado en la literatura española contemporánea cuando soy tan listo. Eso sí, el verlo rodeado de sus penenes y becarios que sostenían el palio y las velas tiene su morbo.
Lo de doña Mariana siempre me ha recordado cuando se murió mi bisabuela, que llamó por la mañana al cura, le dijo que esa misma tarde la palmaba (cumplió como siempre había cumplido sus promesas), sacó un fajo de billetes de la mesilla de noche y se los entregó (me imagino que no confiaba en sus hijas) para que rezara misas por su alma; nunca viene mal una ayudita...
De acuerdo, volveré a ver el Sol del membrillo. Por cierto que el membrillero que tengo en el patio de la casa de Alar dio el año pasado una cosecha enorme de la que todavía estamos disfrutando en casa. Hice una mermelada que mezclada con yogur viene siendo postre de todas las cenas. Lastima que ya esté en las últimas. A la mermelada me refiero, claro está.
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