La verdad es que cada vez leo menos los periódicos. Procuro que la excursión por entre ellos que suelo hacer por las mañanas no me lleve más allá de los diez minutos. Ni siquiera los extrangeros me interesan ya. Así y todo, en esos diez minutos a veces hay sorpresas. Algunas con verdadero horror.
Así, como en la de arriba, estaba cuando tuve la suerte, aunque por entonces no era muy consciente de ello, de estudiar allí.
Así, como en la de abajo, está hoy en día. Y dicen que hay tanta mierda por los suelos que al andar se pegan las suelas de los zapatos. Y que las barandillas parecen de plastilina de lo pegajosas que están. Por lo visto es el paraíso del "botellón".
"Éste es el Templo del Saber y yo soy su Sumo Sacerdote", dijo Unamuno en un memorable acto académico en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, allá, por los comienzos de aquella guerra civil de tan infausta memoria.
La Complutense de Madrid estuvo llamada a ser Templo de Templos del Saber de toda España. No hubo genío en el país que no acabase enseñando allí. Y esa estatua, regalo, por cierto, de una escultora norteamericana, es la representación simbólica de la transmisión del saber. Debiera ser sagrada. Y los que la pintarrajean deberían ser quemados en la hoguera pública.
No sé, pero me da muy mala espina ese que parece ser desprecio, o falta de respeto, hacia los Templos del Saber. Y más, cuando parece crecer hasta límites rayanos en la patología el aprecio y respeto por los templos del creer.
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