Es normal, sobre todo cuando la tertulia se hace insulsa, que al personal le dé por ponerse a predecir el futuro. Tal y como están las cosas, se suele decir, lo más probable es que suceda tal y cual. Los más lanzados prescinden del probable y se zambullen en la certeza.
La capacidad de pensar en el futuro como algo incierto es quizá lo que más nos diferencia de los animales. Es esa capacidad la que nos suministra la prudencia. "Más vale un porsiacaso que dos penséque", decíamos en el colegio. Y nos maravillábamos de la ingeniosidad del dicterio.
Para hacer planes hay que pensar en el futuro. Sopesas las posibilidades en función de la información disponible. Después tomas la decisión. Y actúas o no.
Sopesar las posibilidades en función de la información es ardua tarea. Tan ardua que los griegos de cuando la Hélade, tan listos como eran, transfirieron la tarea a las pitonisas. En Delfos moraba la más famosa. Había allí un templo dedicado a Apolo que tenía un frontispicio en el que se podía leer: "Conócete a ti mismo" "Nada en demasía" . La gente, cuando quería hacer algo de cierta transcendencia iba allí a preguntar si convenía o no convenía hacerlo. Era entonces cuando la pitonisa se iba a la fuente Castalia para narcotizarse con los vapores que de allí salían. Una vez colocada, pronunciaba el augurio como si fuese algo venido del más allá. Augurio, todo hay que decirlo, que se solía prestar a múltiples y contradictorias interpretaciones. Pero para eso había sacerdotes en el templo, para ayudar a interpretar. Así que el demandante de consejo dejaba allí su crátera de plata o sus copas de oro y se iba tan contento con la decisión tomada. Luego, si salía mal la empresa no echaban la culpa al dios Apolo que había hablado por boca de la pitonisa sino a los sacerdotes por haber interpretado mal el augurio. Los sacerdotes hacían de chivo y los que erraban quedaban libres de sentimiento de culpa. La triquiñuela era perfecta y Delfos el mejor negocio de toda la Hélade.
Ahora no es Apolo, pero hay unas cadenas de televisión que se forran prediciendo el futuro a los angustiados. Parece una cosa de chiste, pero funciona a las mil maravillas.
El caso es que no hay manera racional de acertar. Son tantas las variables que conforman el río de la historia que los más esforzados apenas llegan a controlar un pequeño porcentaje de ellas. Por eso escribió el autor:
"Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época"
O sea, a verlas venir. Y a correr el riesgo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario