jueves, 21 de junio de 2012

Itaca




No lo voy a ocultar, mi particular Itaca está en Madrid. Más precisamente en sus ensanches del XIX y principios del XX.  Ahí es donde quiero ir a tensar por última vez el arco. 


Donde digo "donde quiero" mejor sería decir en donde me gustaría, porque del deseo a su cumplimiento, tratándose de España, hay un gran trecho. Aquí, huelga decirlo, no rigen las leyes comunes del mercado ni de nada. ¡Faltaría más! Y así es que la oferta se ríe de la demanda como si de una comedia de enredos se tratase. Va uno por las calles y no hay portal en el que no se vean tres o cuatro anuncios de pisos en venta o alquiler. Y, luego, vas y te paras frente al escaparate de una inmobiliaria y ¡madre mía, qué precios! Un piso de 60 metros cuadrados a reformar de 300 000 euros para arriba. Un verdadero delirio.


Pero la nave va. Por lo menos en apariencia. Pasea uno por las calles a la caída de la noche y observa un bullicio reglado, de convivialité, en esas ringleras de mesas a un lado de las aceras donde la gente del barrio cena fritangas. O hamburguesas. O pizzas. O shawarmas. O lo que sea, que otra cosa no, pero para escoger... y todo inmejorable, se lo aseguro, que aquí la competencia sí que funciona como lo atestiguan los numerosos ceses de negocio o traspasos que hay por todas las partes. Por cierto que ayer proyecté ir a comer a un restaurante colombiano en el que me trataron muy bien el año pasado y al llegar al lugar me encontré que se había convertido en afgano y lujoso por demás.


 En fin, paciencia y barajar, y confiar en que algún día reinará la cordura con la consiguiente adaptación de la oferta a la demanda. Y entonces será la mía. 

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