Yo nunca he creído que la psicología sea una ciencia ya que nada de lo que sostiene se puede demostrar de forma fehaciente. Algunos la incluyen en la categoría de las ciencias blandas lo que viene a querer decir que es algo que sólo se sustenta en conjeturas. Conjeturas más o menos brillantes que hacen en ocasiones sentir a mucha gente que se ha dado en el clavo. Y, entonces, vamos y le damos la categoría de verdad, pero no nos engañemos, nos estamos basando en sentimientos, algo que, como todo el mundo sabe, se mueven con las circunstancias como las veletas con el viento.
En cualquier caso no tenemos mejor arma para orientarnos en la maraña de los acontecimientos que esa frágil ciencia blanda. Observamos y conjeturamos lo más finamente que podemos para, con ello, tratar de encontrar la mejor terapia para nuestros agobios. Porque, admitámoslo de una vez, la vida en un porcentaje abrumador se compone de agobios y más agobios. Y la búsqueda de la sabiduría, o del conocimiento si quieren, nunca fue otra cosa que una lucha inteligente por aliviar esos agobios, todo hay que decirlo, con muy pobres resultados.
Les he largado este preámbulo porque hoy me pide el cuerpo ponerme a conjeturar sobre una de las características más constante y dañina a fuer de estúpida, de la psique humana: la tendencia a exagerar. ¿Por qué esa necesidad de exagerarlo todo? Es como si se padeciese de una miopía de la percepción que necesitase de las lentes de aumento de la exageración para corregirla. Los acontecimientos sólo parecen verse nítidos bajo el prisma de la exageración.
¿Se acuerdan lo bien que estábamos como país hace, pongamos, seis años? Era el desideratum. Quien más quien menos se estaba forrando con sus operaciones inmobiliarias. Compro por dos y mañana vendo por cuatro. Y si no vendo sé que he doblado mi patrimonio y para celebrarlo me voy a un cuatro tenedores o a un cinco estrellas al otro lado del mundo. Así era casi todo y Dios te librase de introducir en el discurso la sombra de una duda. Entonces, te acusaban de ser como cuando la famosa cáscara amarga de antaño. Envidia y resentimiento en definitiva.
Ahora, por contra, no podemos estar, no digo ya regular, o mal, no ahora la cosa va de estar al mismísimo borde del despeñadero. Eso es lo que mola. Y por eso vuelven a tacharte de insensato, o acaso facha, si disientes. Bien, pues me da igual, que me llamen lo que quieran, pero yo disiento.
En mi humilde opinión, que sólo es conjetura, lo que nos pasa en la actualidad no es otra cosa que la incomodidad del adolescente al que sus padres no dejan ponerse de largo. Una crisis de crecimiento. Un cuerpo en expansión dentro de un traje estrecho. El traje de la socialdemocracia para individuos sanamente constituidos como tales. No sirve.
Les pondré un ejemplo que conozco bien. Santander. Valdecilla. Hospital de referencia, dicen. ¡Mentira! Se quejan amargamente los caciquillos regionales porque el Estado ha cerrado el grifo de las grandilocuencias. Y ahí hay unas gigantescas obras paradas para las que nadie tiene solución. ¡Con lo fácil que sería! Como diría Critilo, sólo hay que dar con el portillo del caer en la cuenta. Me limitaré a sólo tres apuntes para desfacer el entuerto:
1.- La riqueza de una sociedad la constituye principalmente su capital humano y de eso, en el campo de la sanidad, se han dado sobradas pruebas de estar bien provistos.
2.- La sociedad cántabra en su conjunto es lo suficientemente rica en dinero y madura en desilusiones como para pagarse la sanidad sin que nadie venga a decirle, u obligarle, sobre la forma más adecuada de hacerlo. Si el noventa y pico de los cántabros han tenido dinero para ir a ver Petra o el Everest desde un helicóptero, digo yo que con mucho menos esfuerzo se podrán pagar una mutua privada.
3.- Tal y como le quiso su fundador, el hospital de Valdecilla debería ser mitad público, mitad privado. Respeto obliga. Con la parte privada se ayuda a sostener la pública. Yo me formé en un Valdecilla que funcionaba así. No era la repanocha por razones tanto humanas como presupuestarias, pero había ciertos valores que convendría recuperar. Dar una asistencia más o menos igualitaria en lo fundamental a toda la ciudadanía salvando las diferencias en lo accesorio, por citar algo de no poca repercusión a la hora de cuadrar las cuentas.
En fin, ya digo, no conviene exagerar. Lo que sí convendría, creo yo, sería cambiar de traje al niño. Ponerle de largo y que empiece a vivir su vida por su cuenta y riesgo. Sin muletas socialdemócratas, por decirlo sin rodeos.
Pienso estos días si no será nuestro mal el que los que nos gobiernan sean casi todos licenciados en facultades de letras, mientras que Alemania la lleva una científica con una trayectoria amplia en el campo experimental.
ResponderEliminarPor otro lado, se dice que el nivel del PIB (creo que es) está ahora en el nivel de hace diez años. Bueno, pues hace diez años era la época de ser los reyes del mambo. Incluso aunque retrocedamos al de hace veinte o treinta, vaya...
Bueno, aquí tenemos un jefe de la oposición que es de ciencias y ya ves.
ResponderEliminarDesde luego que el único problema que tiene lo de la bajada del PIB es que sea a ti a quien pilla el toro. Por lo demás, creo que España empieza a estar mucho más agradable que lo estaba los últimos años que se podrían definir como de "Vino y rosas"