Quien más, quien menos, todos, o casi todos, escondemos en los trasteros unos cuantos activos tóxicos. A veces, no sólo no los escondemos sino que los exhibimos con fervor de mancebo, que diría el clásico. Nos persuadimos con engaño de que su posesión nos beneficia y damos por livianas las molestias que nos proporciona. Los hay, incluso, de los que ni siquiera nos planteamos su cuestionamiento por considerarlos ya como parte integrante de nuestra realidad física y mental. Extensiones de nuestro ser existencial sin cuyas supuestas aportaciones viviríamos como caballeros mutilados de los de antes de la guerra.
Y así es que lo anteriormente dicho es preámbulo preventivo que arguye justificación de decisiones inminentes. A saber: la malbaratación de un toyota yaris 1.33 TS de mi propiedad.
¡Ay, el coche! El don de la ubicuidad y todo eso que te asemeja a los dioses. Imprescindible, bien sur. Y sin embargo...
Allá, cuando andaba por los cuarenta, decidí prescindir de él. Vivía en la ciudad, así que à quoi bon, me dije. Si algún día necesito uno, lo alquilo. Y así fue que sucedió en raras ocasiones. En la ciudad hay trenes, aviones y autobuses que te llevan a todas partes mientras miras por la ventanilla, lees un libro, o, en aquellos tiempos, te fumabas un porro. Pero, ¡ay!, las circunstancias de la vida, como los designios del Señor, son inescrutables, y un buen día me indujeron a creer en la utopía campera... que descansada vida la del que huye... y todo eso que tan ladinamente nos supo vender Fray Luis. Y claro, vivir en el campo sin coche... ¡ya me dirán ustedes! Con lo lejos que queda Mercadona.
En fin, que por unas u otras de mi alocado ir y venir, aquí me veo con un coche que no uso apenas, nuevo, prodigio de la tecnología, etc., etc. Y lo quiero vender. Y, el que más me da, apenas ofrece la mitad de lo que me costó el año pasado. ¡Puerca miseria!
Ya, y entonces voy y recuerdo aquello que dijo el clásico: "de balde compra el que compra lo que ha de menester". Y entonces voy y me pregunto: ¿pero es que yo había de menester un coche el año pasado cuando le compré? Evidentemente, no, pero ya saben que el consumo compulsivo es la terapia idónea para solventar los malos momentos. Y algo de eso debió ser. En fin. Lo que sea.
Pero es que, ¿cuanto dinero vas a tirar?, me argumentan mientras desayuno. Bueno, no sé lo que contesto, pero sí lo que pienso: que un activo tóxico es un activo tóxico, o sea, dinero que se te cayó al pozo. Así que si puedes recuperar algo, cógelo y corre y no mires para atrás.
¡Ah!, por cierto, si alguien quiere cien, o doscientos, ejemplares de "A la sombra de la Peña Pelada" se los regalo de mil amores.
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