Anunciaban grandes calores en Madrid, pero no ha sido para tanto. Está nublado y de vez en cuando caen unas gotas que refrescan el ambiente. Perfectamente adecuado para lanzarse al océano urbano a la búsqueda de pecios.
Esta mañana, por variar, tiré hacia Cuatro Caminos. Hilarión Eslava. Cea Bermúdez. Avenida Filipinas. Desgraciadamente "La Islita de la Moda" está de liquidación por cierre. Ellas, que querían ser todas como Marilín. ¿Se imaginan? Me meto por el parque Santander. Me sorprende ver allí una ringlera de olmos. Claro, no son negrillos, son siberianos y por eso será que se han salvado de la asesina grafiosis. En su conjunto, salvedad hecha de la chorrada del golf que han puesto allí, el parque me parece espléndido. Las ringleras malvas de lavanda haciendo contraste con el amarillo apagado de la falsa manzanilla, o lo que sea, quedan muy chulo. Una verdadera aubaine, que diría un francés, tener algo así cerca de casa. Sigo por Ibañez de Ibero. Me intereso por el personaje. Un general ilustrado del XIX que fue el primer director del Instituto Geográfico Nacional que, por cierto, está allí mismo en un magnífico edificio neoclásico de ladrillo rojo. Voy a dar a la Avenida Reina Victoria. El edificio de la Cruz Roja, también de ladrillo rojo. Y enfrente, ocupando toda la manzana, un bloque de viviendas de estilo racionalista recién restaurado. A mi juicio, de lo más elegante. ¡Jo! Como decía Larra, la diferencia que hace el hambriento del harto, que el uno de todo filosofa y el otro de todo se ríe. Pues lo mismo de la capital a la provincia, que en la una ni se dan cuenta y en la otra todo el día con el mira lo que tengo aquí.
Llego a Cuatro Caminos. Aquello es otro mundo. Así como en donde me alojo, por Argüelles, se tiene la sensación de estar volviendo a la homogeneidad étnica, lo de Cuatro Caminos es un melting pot auténtico. Bien es verdad que predomina lo caribeño, pero hay de todo, de todos los colores. Y ya no te digo peluquerías, que se diría que no tienen los humanos por allí otra preocupación que el arreglo de su cabellera. Bueno, los chinos por 6,50 ofrecen servicios completos que incluyen masajes y demás. Un chollo. Como lo es todo en general. Nunca vi precios semejantes en sea lo que sea. Y así es que está aquello que no se puede dar un paso y, de sentarse a descansar en un banco, ni te digo, que en todos ellos hay una asamblea de caribes con aspecto de estar allí para largo. Veo allí una iglesia con una cúpula enorme. Como empiezo a acusar cansancio pienso que quizá allí me podré relajar un rato. Es San Francisco de Sales. De los salesianos. Entro por un jardincillo, franqueo la puerta y, madre mía, nunca vi chose pareille, no cabía un alma más dentro del recinto sagrado. Sabe Dios qué estarían celebrando. Así que, visto lo visto, decido volverme para lo de Angelines a descansar un rato antes de ir a comer.
Como es un poco pronto para comer decido entrar en Zara a comprar camisetas de manga larga. Todas las que tienen expuestas son de manga corta. ¡Vaya hombre, qué fatalidad! La manga corta es un incordio para tocar la guitarra porque te suda el brazo y destrozas el barniz. Veo por allí una dependienta muy mona y le comento la jugada. Bueno, no veas la amabilidad con la que me ha tratado y las vueltas que ha dado hasta que ha satisfecho mi demanda que, total, solo ha importado quince euros. Cosas veredes...
En el Argos me han dado de comer divinamente. Gazpacho, chipirones fritos con ensalada, melón, café, todo, once euros. Con mantelito y servilleta, blancos de algodón, camareros con mandilón negro, ventanales a la calle y ¡ah!, se me olvidaba, dos medios huevos duros rellenos de aperitivo. El no va más.
Y la siesta, después, en lo de Angelines, la cuadratura del círculo.
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