"Pero para nosotros que estamos persuadidos que la ley ha sido instituida desde el principio siguiendo la voluntad de Dios, no observarla sería una impiedad. ¿Qué se podría cambiar en ella?, ¿qué se podría encontrar mejor?, ¿qué podrían aportar las otras leyes para mejorarla? ¿Cambiaría alguien el conjunto de nuestra constitución? ¿Qué ley podría ser más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo, la que encomienda a los sacerdotes administrar los asuntos más importantes en interés público y que confía al sumo sacerdote, a su vez, la dirección de los demás sacerdotes?"
Así escribe Flavio Josefo acerca de la constitución teocrática que rige los destinos del pueblo judío desde que Moisés bajara del monte.
Siempre me ha inspirado curiosidad el pueblo judío. Y también sentimientos ambiguos. Y por eso ha sido, quizá, que nunca he desaprovechado ocasión de ilustrarme acerca de su origen, pasado y presente. Y no siempre es fácil. Como en todo lo que desata pasiones es muy difícil separar el grano de la paja.
Sostiene Josefo que a un judío no le puede pasar lo que a lo mayoría de los que no lo son, que se enteran de la existencia de una ley cuando les llega el castigo por haberla infringido. Los judíos son todos doctos en leyes desde la más tierna infancia. No hay otra enseñanza a la que den más importancia. La más bella y necesaria, dicen. La ley es estricta y omnipresente. Lo regula todo. Y todos la observan. Y de ahí la armonía en la que viven en las comunidades judías.
Sí, qué duda cabe de que Flavio Josefo es un avezado propagandista de lo suyo. No escatima florituras: ¿Cómo podría honrarse mejor a Dios que disponiendo a todo el pueblo a la piedad, confiando a los sacerdotes las funciones eminentes, de manera que todo el estado quede organizado como una ceremonia religiosa?
Funciones eminentes, es decir, vigilar a todos, dirimir las controversias, castigar a los condenados. Porque es que, añade, la mayor parte de las trasgresiones de la ley se castigan con pena de muerte.
La piedad, ahí está la clave del arco que sostiene todo el edificio judío. Una piedad que consiste en cumplir y hacer cumplir las leyes. Sin perdón posible, por así decirlo, para quien la trasgrede.
Así las cosas, no me queda más remedio que preguntarme cómo habrá sido que para mí, que vengo de esa tradición, la palabra piedad viene a significar, en cierto sentido, quizá el más importante, justamente lo contrario, es decir, sentir compasión por el que ha vulnerado la ley y aliviarle la pena tanto como sea posible. Porque el que vulnera la ley no es un sinvergüenza, es un desgraciado que ha actuado así por la fuerza de las circunstancias.
Sin comerlo ni beberlo, porque un tipo murió en la cruz, hemos pasado de un dios implacable a un dios misericordioso. Muy bien, maravilloso, pero amarra los machos y pásate por la armería, porque, no nos engañemos, con un dios misericordioso la ley es agua de borrajas. A la vista está.
Buena traducción: me parece que es la publicada en Akal, la de José Vara, recio zamorano que me dio clase en los dos primeros cursos en la facultad (y que tuvo los güevos de aprobarme con dos exámenes en blanco, lo más alucinante que me ha pasado en mi vida académica). El pobre hombre intentó durante esos años convencernos de que en ese pasaje de los evangelios donde dice que quién le dará a su hijo un escorpión (skorpion) en realidad lo que ponía era "cagajón" (kropion), que en la tradición textual se había cambiado porque parecía cosa de poco decoro y tal.
ResponderEliminarEn fin, perdón por la batallita. Con respecto al tema, fíjate tú que desde hace unos años en Israel uno de los debates más acalorados (amén del lingüístico, que también lo es, porque el hebreo que hablan los árabes se considera generalmente más "puro" que el de los judíos) es el que qué futuro tiene una sociedad en la que el laicismo va tomando posiciones a marchas forzadas, si es posible mantener la fábrica de esa sociedad, en tantas cosas admirable, sin la argamasa de la fe, que como dices es el sustento de la ley.
Luego la piedad de los católicos: fíjate tú que ha habido muertos de casi todas las profesiones y estamentos y sólo ha faltado uno: los curas. Por muy fachas que fueran se han salvado. No se muerde a la mano que te da de comer, ni tampoco a la que te ofrece la absolución con tan poco esfuerzo. Me recéis el rosario al día durante una semana y pelillos a la mar...
Los traductores son Ramón Busto Saiz para "Sobre la antigüedad de los judíos" y Mª Victoria Spottotno Díaz-Caro para "Autobiografía". La editorial es Alianza.
ResponderEliminarEn el caso al que te refieres es de suponer que a los curas no les mataban porque eran ellos los que organizaban el cotarro. Claro que hay sociedades en las cuesta distinguir quienes son los curas. Escucha a cualquiera del PNV o de Convergencia i Unio y te darás cuenta hasta que punto están imbuidos de la retorica manipulativa. Siempre parece que hay algún malvado que les está impidiendo llevar a su pueblo a la tierra prometida.
Pues no sé, ni idea de quién son esos dos, pero lo cierto es que las traducciones que publica Alianza no suelen ser malas.
ResponderEliminarCon respecto a lo otro ahora se me ocurre que los periodistas deben de estar rezando para que no se acabe la crisis, porque si no de qué se van a nutrir. Aunque, qué bobada, como si tuvieran algo que ver la realidad con el periodismo; que se lo pregunten a Federico, digamos.
Luego lo de los curas y el nacionalismo: qué peste. Si dejáramos de adorar las banderas a lo mejor hacíamos lo mismo con los dioses. Ya lo decía aquel: mientras los dioses no cambien...