En su última novela, "La carte et le territoire", Michel Houellebecq hace que sean indistinguibles los personajes sacados de la vida real de los puramente ficticios. Novela con toques biográficos, biografía novelada, la cosa tiene su morbo. Pues bien, uno de los personajes reales que aparecen es un tal Frédéric Beigbeder, un, por así decirlo, animador cultural que lo mismo presenta un programa de televisión, que monta una retrospectiva, que escribe una novela. Pero Fréderic es ante todo un niño bien. De muy buena familia y no menos bueno currículum académico. Y también, que todo hay que decirlo, con una incontrolable adicción a la cocaína.
El caso es que el otro día, cuando paseaba por Madrid, al pasar por delante de FNAC me dije: vamos a echar un vistazo. Subí a la cuarta planta donde tienen la literatura en lenguas extranjeras. Y allí estaba, a primera vista, la novela que desde hace ya tiempo tenía ganas de leer: "Un roman français" de Frédéric Beigbeder.
"Un roman français" es una autobiografía sin paliativos. Devoto de la verdad, mi impresión es que a veces se pasa cuando se recrea con los sucesos más escabrosos de su propia vida y la de su familia. Pero claro, ya lo dice el título, es un roman, una novela, y una novela es literatura, o sea, que conviene exagerar para dotar de tensión al relato, que sin tensión, ya se sabe, se cae el libro de las manos.
Exageración o no, lo que nos cuenta Frédéric sobre su familia en lo que respecta a la colaboración con el régimen de Vichy es meridiano: no hicieron asco alguno. Como una gran mayoría de la Francia acomodada, los padres de Fréderic no vieron con malos ojos lo de dejarse ocupar por los nazis, ni tampoco que el precio a pagar por ello fuese mandar al matadero a unos cuantos judíos. Algo normal, pura supervivencia.
Todo esto que les he contado viene a cuento de una de entre las tantas estériles polémicas que entretienen estos días a mis compatriotas. ¿Era Franco totalitario o autoritario? ¡Agárreme esa mosca por el rabo! Lo que si puedo decirles es que una parte nada despreciable de la población española se adaptó de mejor o peor grado a convivir con la forma de gobernar del General y, con el transcurrir de los años y la mejora del poder adquisitivo, no sería aventurado afirmar que a una mayoría de los españoles les iba la marcha cantidad.
"Haga como yo, no se meta en política", dicen que le dijo Franco a Noséquién. Bien, pues eso es lo que hizo la mayoría y ni tan mal que le fue. Y además, ese arte del pasar desapercibido fue el que luego, cuando las circunstancias cambiaron, les permitió apuntarse a caballo ganador como si fuese su opción natural.
Por lo demás, cuando lo de Franco, si no te metías en política, tenías bastante margen de maniobra. Podías hacer negocios, ver una obra de Shakespeare en el Español, viajar al extranjero a ampliar horizontes, comprar las Guerras del Peloponeso de Tucidides o las Púnicas de Tito Livio, en cualquier librería... en fin, un sin fin de posibilidades para los que sabían sobreponerse al irrefrenable deseo, el más humano de entre todos, de poseer lo prohibido.
Así y todo, cuánto placer no le deberemos tantos y tantos al franquismo por aquello de habernos puesto a huevo las delicias de la transgresión. Pasar un libro prohibido en el fondo del maletero por la frontera de Hendaya y cosas por estilo. La tarea del héroe, en definitiva.
Hace una buena temporada me enseñó un compañero alemán un libro que traía una colección de fotos de un grupo de artistas que en la Alemania del Este comunista pasaba de todo, hacía su vida bohemia a escondidas y disfrutaba como nadie. No sé qué habrá sido de ellos, pero seguramente ahora estarán cobrando una misérrima pensión en uno de esos depauperados Länder orientales y añorarán tiempos mejores. En fin, que pasa en todas partes.
ResponderEliminarCon respecto a lo de la biografía de Franco, qué decir. Otra bobada más. Como si no nos conociéramos todos ya y no supiéramos lo que somos. Si eso se pagó con dinero público también del mismo fondo han salido las memorias históricas y cosas por el estilo. Tan reprobable una cosa como la otra. Como si hubiera necesidad de que los libros de historia los pagara el contribuyente, cuando si son buenos se venden como rosquillas. En fin...
Lo de alemanes como en todas partes, por supuesto. Cuando uno vive bien, la mente trabaja para justificar lo que te favorece por muy deleznable que sea. Opinión es sinónimo de situación, dijo Noséquién.
ResponderEliminarLo de las biografías o memorias oficiales, creo, no es otra cosa que una muestra más de la insaciabilidad socialdemócrata. Y cuando digo socialdemócrata no me refiero sólo a Zapatero y sus muchachos, me refiero a absolutamente todos los políticos de todas las pretendidas ideologías. Porque todos sin excepción quieren meterse en todo, pero sobre todo en lo que tiene que pensar la gente y como se tiene que divertir. No lo pueden remediar. No paran de organizar eventos para que la gente no se quede en casa, no vaya a ser, si se queda, que se ponga a pensar. En fin.
¿Y qué me dices de los huevos que le echa el director de la RAH cuando los periodistas (EL País, Público) le acosan con preguntas impertinentes que solo buscan un titular? Me consta que no es gremio de su agrado, particularmente por lo mal que se expresan y la pésima influencia que ejercen en el escribir y el hablar actual. Voy a mandarle una carta de apoyo, de enhorabuena por la paciencia en recopilar 40 000 biografías mas un paraguas gallego con el que pasar el chaparrón, que escampará cuando aparezca otro trend-topic que atraiga las iras de "Santa Inquisición de la Progresía (A. Burgos)"
ResponderEliminarPor cierto: mil ejemplares a tres mil quinientos euros son tres millones y medio de euros, y creo que ya se han vendido casi todos. Ergo: el susodicho (catedrático de historia económica) se estará tronchando de lo bien que le ha salido la inversión gracias al ruido de los medios.
ResponderEliminarPues se me ocurre que para forrarnos de una vez por todas podríamos hacer un diccionario con los cuarenta mil tópicos de la Santa Progresía. En realidad, sería muy fácil. Bastaría con ir, cuadernillo en ristre, a la concentración de Sol y apuntar uno a uno todos los dicterios que aparecen en los miles de pancartas esparcidas por allí. Bueno, se podrían suprimir los que piden por favor que no se venga a mear aquí.
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