martes, 7 de junio de 2011
Desconsuelo
En una de aquellas viñetas de los años del humor aparecía un tipo que tras ímprobos entrenamientos había conseguido doblar el espinazo lo suficiente como para poder mirarse el ombligo como quien dice de frente. Bueno, también hubo, según cuentan, poetas malditos que se hicieron rebanar las costillas flotantes
para conseguir una flexión del tronco que les permitiese la autofelación. Pero ésta es otra historia que dejaremos para más propicia ocasión.
A lo que quería ir hoy es a que uno, ya sea individuo, pueblo o nación, empieza a mirarse el ombligo, insiste en el invento hasta que le coge gusto y acaba, indefectiblemente, en el más amargo desconsuelo.
En el Parque de la Ciudadela de la Barcelona de mis amores, justo enfrente del Parlamento Regional hay una estatua que representa el desconsuelo. Es una señora que está la mar de bien. Un cuerpo equilibrado con las carnes adecuadas. Buenas tetas, buen culo, todo eso. Pero está de un triste que tira para atrás. ¿Cogen el mensaje? Desconsuelo, tristeza de una hermosa mujer, Cataluña, I souppose, por todo lo que tiene que padecer por culpa de quien todo el mundo sabe. O sea, el marido que la niega el divorcio que, por otra parte, tampoco ella sabe si lo desea. O conviene. Un sin vivir, en definitiva, que te deja pal arrastre... justo delante del que dicen es el templo de la soberanía popular... y dos huevos duros. Que sean tres.
Y esas pobres chiquillas persas a las que exigen demostrar al mundo que ellas no son como las otras, que son mucho más recatadas y discretas. Me imagino que si fuese por ellas se quitaban hasta las bragas, pero a los ayatolas de Irán les suprimes esos símbolos y se quedan en nada. ¡También es desgracia! Con lo fácil que sería ser como son, o sea, como todos los demás. Es decir, ellas gustosas de exhibir la mercancía y ellos muy dados a fantasear adquisiciones. O viceversa.
Es la eterna adolescencia, la cerrazón en si mismo, el cansino complejo de inferioridad, sustanciados en poder e inagotables ganas de joder, hablando pronto y claro.
"¡Ay, la moral! ¿Dónde creéis que tiene sus más peligrosos, más rencorosos defensores?... He aquí un fracasado que no posee suficiente espíritu para sentirse satisfecho de lo que tiene y que, no obstante, ha recibido suficiente cultura como para saberlo; se aburre, siente hastío de sí mismo, se desprecia;..." Para más saber sobre este asunto se recomienda leer a Nietzsche.
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