Dice Isabel Allende que "si hoy fuera joven, estaría orgullosa protestando en la calle". Bueno, quizá se pudiera mejorar esa sintaxis, pero, en cualquier caso, se entiende perfectamente lo que quiere decir.
Nunca leí nada de esta señora que no fuese algún artículo. También la he escuchado en alguna entrevista. Y siempre me dio la impresión de estar afectada por ese truculento síndrome conocido como papaítis. Como en "Oh, mi papá...", aquella canción un tanto empalagosa que cantaba Elder Barber. Yo te recuerdo así,/ cuando iba a tus brazos a llorar,/ convertías mis lágrimas en sonrisas. Y cosas por el estilo.
Yo no la critico por ello. Faltaría más. Todos somos hijos de nuestras circunstancias y las suyas hay que reconocer que son de órdago. Un padre convertido en una de las más acrisoladas leyendas del pensamiento progresista. Me parece lógico que ella dé pábulo a la historia siguiendo esa corriente.
Pero, claro, uno ha visto y revisto "El hombre que mató a Liberty Valace". Y no ha sido en vano porque de esa historia se extrae una muy interesante moraleja: "cuando la leyenda supera a la realidad, nosotros contamos la leyenda", responde el director del periódico local cuando el hombre al que todo el mundo creía responsable de la muerte de Liberty le dice que no ha sido él.
Así que, ojo al parche. Nunca se debe dejar de escrutar con el máximo cuidado lo que hay detrás de toda leyenda. Porque, por lo general, suele tener bastante poco que ver con la realidad. Del dicho al hecho...
Y el hecho fue que Salvador Allende fue sucedido por Augusto Pinochet. Salvador y Augusto, ¡qué coincidencia! Lo uno trae lo otro. Las tonterías de uno, las atrocidades del otro. Porque la verdad es que Salvador, como, por lo demás, suele suceder con todos los salvadores, cometió tonterías a mansalva. Quizá le ayudase a ello su incontrolable dipsomanía -forma elegante de llamar a alguien borracho- . Ya se sabe, los tragos producen exaltación de la amistad, amor cósmico y todas esas emociones que empujan a querer repartirlo todo con los pobres, incluso lo que tiene dueño. Y en este caso los dueños contrataron a Augusto para que parase la karmesse. ¡Y vaya si la paró!
Pero claro, los periódicos insisten con la leyenda porque es más bonita. Demócrata intachable, o sea, progresista, defenestrado por tirano despreciable, o sea, de derechas. Es lógico que su hija siga el rollo. ¡Oh, mi papá! Mi papá se sentiría orgulloso de ver a su hija entre los acampados de Sol. Para dar apoyo, por supuesto, porque por necesidad... ¡vade retro, la hija de un héroe!
Bueno, no es hija: es sobrina, pero para el caso es lo mismo.
ResponderEliminarSucede un poco como con la II República. A Franco y a su gentuza le deben la leyenda: alguien por ahí ha escrito cosas sobre la historia económica de ese período. Azaña, sin ningún escrúpulo, confesaba que no entendía ni le interesaba la economía: gobernaba en verso, libre, claro, que ya se llevaba por entonces, y así le salió. Luego hay que ver lo bien que organizaron el perder una guerra que tenían ganada, porque en su poder estaban las zonas más ricas e industriales del país.
La leyenda... Y hablando de leyendas me he enterado de que en el nuevo diccionario histórico del que tanto despotrica El País Cebrián (sí ese, el gran y mundialmente reputado historiador) redactó la biografía de Felipe González.
Pues de haber sabido que era sobrina hubiera escrito otra cosa. Pero algo hubiese escrito porque cuando la gente guapa se pone estupenda me dan unas ganas de decir algo que no veas.
ResponderEliminarMe se olvidaba: una amiga mía polaca -a lo mejor la conociste y todo- tradujo "De amor y de sombra" o algo así. Parece ser que las negociaciones fueron duras para obtener los derechos de autor. Parece que no entendía muy bien la situación económica del país, o si la entendía le daba igual. Al final mi amiga hizo la traducción. Si yo fuera novelista y alguien me dijera que me quieren traducir al polaco hasta les invitaría a algo. En fin.
ResponderEliminarPor cierto, no sé si has leído algo de ella. Yo creo que tras meterme novela y media (no recuerdo ni los nombres) acabé con una sensación de empalago que no pude catar el dulce en una buena temporada.