viernes, 10 de junio de 2011
Deyecciones
Nunca fui muy aficionado que se diga a turistear, pero es que, a medida que fui cumpliendo años la poca afición se convirtió en aversión. Y no ha sido poco lo que he indagado en mi subconsciente para tratar de hallar una explicación a esa, a todas luces, inusual propensión. Bien, pues si no fui capaz de dar con una respuesta convincente, sí, al menos, encontré algunos de los trazos que pudieran haber contribuido a perfilar esa, digamos, herética característica de mi psique. Les hablaré de uno de ellos, por lo demás de gran poder disuasorio.
El caso es que cuando iba de viaje por ahí, había una cosa que me sacaba de quicio. Salías del hotel por la mañana con mejor o peor disposición de cuerpo y espíritu dependiendo de cómo se habían desarrollado las habituales funciones fisiológicas: dormir, defecar y tal. Paquí, pallá, tomabas el metro, el autobús, y no había pasado media hora y ya tenías unas ganas de mear que no podías más. Y si no las tenías tú las tenía tu compañía. Pues, ale, a buscar un sitio en donde evacuar consultas. Y no se crean que era fácil encontrarlo. Por lo general había que tirar millas con la vejiga a reventar hasta que dabas con el lugar idóneo. A veces, era tanta la urgencia que había que inventárselo. Y así una detrás de otra. De hora a hora en el mejor de los casos. Un verdadero incordio que me hace recordar aquellos viajes como una incesante correría a la búsqueda de mingitorios.
Henry Miller, que tantas páginas gloriosas dio a la literatura a propósito de sus andanzas parisinas, decía en sus postrimerías que, desde que las autoridades municipales habían decidido suprimir los urinarios públicos ya no soportaba París. Bueno, los viejos suelen tener poliuria a causa de la natural hinchazón prostática, pero, no se hagan ilusiones, porque los jóvenes suelen padecer similares sintomatologías que traen causa del natural uso y abuso de las partes pudendas.
Me ha venido todo esto al recuerdo al ver a Vargas LLosa de excursión hacia El Rocio. Ha dicho que quiere comprobar en propia carne lo que el mito tiene de realidad. Con finalidad literaria, me imagino. Y es que para mí El Rocio, histerias aparte, es sobre todo un enorme problema sanitario. Porque ¿dónde cagan y mean ese millón largo de personas en movimiento? Pues una de dos, o la logística sanitaria es gigantesca o aquel maravilloso entorno tiene que acabar hecho una pocilga. No sé, pero en cualquier caso me gustaría que alguien me aclarase este extremo.
Resumiendo, que el único turisteo al que me apunto de buena gana es el de las excursiones campestres, en petit comité, claro está. No por nada, sino porque puedes resolver las urgencias fisiológicas sin mayores contratiempos sin causar por ello estragos en el medio ambiente.
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Te lo digo yo, no te preocupes: acaba todo hecho una pocilga. Es más, la última moda es tirar las cenizas de los muertos en los alrededores. La ceniza no es problema, pero la urna, total, para lo que sirve... Han puesto un contenedor de urnas para reciclaje, pero con todo y con eso...
ResponderEliminarAquí hay un servicio en cada esquina: los de los grandes almacenes son de un lujo realmente oriental. No hay ningún problema en eso, hasta si vas a pasear al monte al lado de casa encontrarás uno (te lo juro). A mí lo que me jorobaba de viajar era lo contrario: el estreñimiento que me producían las marranadas que comes en los hoteles, por ejemplo.
Ayer precisamente escuchaba en la BBC hablar de que ya no existían aventuras y decía el experto: "Cómo que no. Yo me fui a la Meca disfrazado de moro. Haz tú lo mismo". Sugería otras cosas, como Afganistán y cosas así. Vale, muy bien, pues tú mismo. A mí las aventuras, que me pillen en una casa, a ser posible, ya sabes, a prueba de seísmos...
Estreñimiento, sí, por supuesto. Ese es otro de los encantos. Pero el estriñimiento no quita las ganas de mear sino que las acrecienta ya que al estar las visceras bajas llenas de mierda comprimen a la vejiga y la dejan menos espacio para almacenar. En fin.
ResponderEliminarRespecto a las cenizas es muy curioso lo que ha pasado en Suiza, que se han sublevado los habitantes de un valle al que van los familiares de los clientes de Dignitas a tirar las cenizas de los citados clientes. Por cierto, en la última novela de Houellebeq hay un episodio a propósito de Dignitas que merece la pena leer. Toda una declaración de principios sobre la eutanasia. Da qué pensar.
Para información de los escribientes les diré que ya existen urnas ecológicas y que se autodestruyen en el tiempo que lo hace un trozo de cartón. Respecto las deyecciones, a todo se aprende, es bueno en la vida estés donde estés comer cuando hay comida y descomer cuando estás en el lugar adecuado, es cuestión de adaptación, un sencillo proceso de sofisticación.
ResponderEliminarGracias, anónimo, por la información sobre las urnas. Se tendrá en cuenta. Respecto al "sencillo proceso de sofisticación" me gustaría saber algo sobre el material y métodos a utilizar. Porque mi experiencia, como digo, es devastadora al respecto. Aprietan las ganas y ya sólo ves, o no ves, posibles mingitorios.
ResponderEliminarSi se pueden controlar los sentimientos y las pulsiones violentas, controlar una vejiga es una cuestión sencilla, suponiendo siempre que el recipiente no esté en su máxima capacidad de dilatación, desconozco páginas web especializadas en la materia, pero seguro que las hay. Suerte.
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