Ahora, cuando apenas llevo una semana instalado en una pequeña ciudad, recién venido de la aldea a donde había acudido desde una gran urbe, me pregunto sobre algo que suele ser tema de conversación intranscendente cuando no hay nada mejor de qué tratar. ¿Qué sitio es más agradable para vivir, las metrópolis, las ciudades por los ciento y pico mil habitantes, el campo...?
Bien, pues si he de ser fiel a la memoria de mis emociones al respecto, les tendré que confesar que tanto da que da tanto. Es decir, lo comido por lo servido. Lo que en un sitio son ventajas en otro son inconvenientes y viceversa. Y a la hora del balance sólo encuentro un parámetro para marcar diferencias: el grado de anonimato. Lo cual, por cierto, no es cuestión baladí.
Del pasar desapercibido al estar permanentemente controlado hay un gran trecho que se mide por habitantes por kilómetro cuadrado. Así es que cuando menos personas tienes alrededor más ojos te observan y cuantas más personas te rodean más transparente te vuelves. Y eso, cada cual, en diferentes momentos de su vida, lo sobrelleva con diversa afición. Los estados de ánimo, el grado de autoestima, y todas esas cosas que configuran el carácter, tienen que ver con la aceptación o no del destino que tocó en suerte.
Decía todo esto porque acabo de leer un artículo que dice que los habitantes de las metrópolis desarrollan alteraciones en las regiones cerebrales que controlan las emociones y el estrés. Como no podía ser menos lo acaban de descubrir gracias a la resonancia magnética. Y, además, parece ser que esas alteraciones hacen que se sea más propenso a desarrollar esquizofrenia. ¡Vaya por Dios!
Por otra parte, estoy cansado de leer artículos en los que se asegura que los habitantes de las zonas rurales tienen el doble de probabilidades de desarrollar cánceres de todo tipo. Dicen que es a causa de la utilización masiva de fertilizantes y pesticidas, pero para mí que quizá tenga también que ver con las dosis de aburrimiento que tienen que tragarse.
Porque, vamos a ver, ¿qué es lo que produce más ansiedad y, en definitiva, estrés, el continuo miedo a no llegar a la hora convenida de la gran ciudad o el aburrimiento del haber llegado ya sin haber salido de casa de la vida de la aldea?
Yo, la verdad, como tengo una cabeza de chorlito, cuando me ataca lo uno, corro a buscar lo otro. Y de Guatemala suelo ir a Guatepeor. Aunque, confieso, por el camino paso unos días la mar de entretenido. Y, ahora, pretendo haberme quedado en el justo medio, la pequeña ciudad, con vistas a la catedral gótica y al Cristo del Otero. Ya veremos lo que da de sí.
¡Qué bonito el cruce de Shibuya desde el cielo! Pocos sitios me emocionan más que ese: las tiendas de música, la calle de España con sus retaurantes, los jóvenes cada uno con un atuendo más raro, los "love hotels" en los que las habitaciones se alquilan por horas... Una vez -ya te lo he contado, creo- me senté en unas silla que tienen en la puerta de unos grandes almacenes que hay por allí, me puse a mirar a la gente y se me pasó el tiempo en un pispás.
ResponderEliminarTokio tiene otra ventaja que según yo sé no hay ninguna otra ciudad del mundo que la disfrute: a unos minutos caminando en bicicleta de ese punto que debe de ser uno de los más bulliciosos del planeta te encuentras con calles tranquilas, apenas transitadas, con parques en los que se puede escuchar el ruido de una mosca.
Lo siento mucho: que me busquen en Tokio, en Londres, en Madrid incluso. El campo para el que se lo trabaje.
Sí, desde luego que en las grandes urbes no dejas de sorprenderte a poco que seas capaz de abandonarte al medio. El bombardeo de mensajes y el necesario estado continuo de alerta es algo que supongo va modelando la mente en una determinada dirección. La del pragmatismo, quizá. De hecho, es posible que a las personas que nunca han vivido en una de esas aglomeraciones humanas se les note una cierta ingenuidad a la hora de interpretar la realidad. A parecido nivel cultural, son mucho más progres en provincias. Me parece.
ResponderEliminarVamos hombre, como si la inteligencia y el conocimiento dependiera del número de habitantes que uno tiene próximos, cuando se es tontuelo no hay salvación posible y si en cambio natura te favoreció con sus dones y te dió un buen cerebro cualquier lugar es bueno para gozar. Bueno, eso creo.
ResponderEliminarPues será como dices, anónimo.Pero como todo está sujeto a causas diversas, no me parece del todo descartable que unos ambientes favorezcan más que otros el desarrollo de la persona a igualdad de inteligencia. Desde luego que lo que sí se nota, me arece, es la cuestión de la tolerancia, mucho más desarrollada, creo, en las grandes aglomeraciones.
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