Sostiene Cándido desde su púlpito natural que "nuestro comité confederal unánimemente nos otorgó a la Comisión Ejecutiva Confederal un voto de confianza para que llegáramos a un acuerdo...". De confederal a Confederal y tiro porque me toca.
A mí este personaje siempre me ha hecho gracia. En realidad, después de lo de Voltaire cualquiera que se llame Cándido me la hace. Les veo y ya me estoy imaginando a un Pangloss educándoles y a una Connegunda poniéndoles los cuernos. Es la cosa de los nombres, que nunca son en vano. Llamas a un hijo César o Alejandro y puedes tener la certeza de que el día de mañana intentarán mandar en lo que sea. Si le pones Tristram, aunque sea por error, tenderá a la tristeza. Si le pones Pedro, negará al jefe tres veces antes de que cante el gallo. Y así, cada cual con su destino marcado por le elección de sus padres el día que le inscribieron en el Registro Civil.
Así es que Cándido Méndez, por no ser menos, hace honor a su nombre. Y entonces va y dice: "el gobierno ha abaratado el despido y las cosas siguen igual". Pues claro hombre, faltaría más. Como si el culo tuviese algo que ver con las témporas. Pues anda que no tienen los empresarios formas de abaratar el despido recurriendo a la legalidad. Mi vecino de Barcelona vivía de esos negocios y ganaba tanto dinero negro que un domingo por la mañana pudimos ver como se colocaba frente a nuestra casa una grúa gigantesca que subió hasta su piso, un séptimo, una no menos gigantesca caja fuerte. "Ya sabes -me dijo un día-, si tienes algo que guardar..."
El tipo, como era de Bilbao, no perdonaba el poteo de mañana y tarde. Así es que cuando coincidíamos en el ascensor se mostraba muy locuaz y tendente a las confidencias. A veces, al llegar a nuestro común rellano, me retenía más de media hora con sus historias financieras. Iba a cobrar facturas millonarias a lugares remotos y se venía a casa con el botín en el bolsillo. Pero lo que le daba para largar de lo lindo era el rollo de los despidos. Cuando una empresa quería deshacerse de su plantilla por lo que fuese, él era el hombre providencial. Para empezar, ponían la empresa a su nombre por medio de una falsa venta. Entonces, él, se declaraba en quiebra. Y como no tenía ni un céntimo a su nombre, los empleados a reclamar indemnización al maestro armero. Luego, eso sí, entre poteo y poteo, visita a los juzgados. Y poteando la palmó un día. Y más de cinco años habían pasado desde aquel día funesto y todavía no había semana en la que algún correo judicial no llamase desde el telefonillo del portal preguntando por él. Ese señor falleció hace muchos años, respondía siempre yo. Pero daba igual, a los cuatro días llamaba otro correo judicial. ¡Menuda herencia la que dejó aquel hombre aventajado!
Así que ya me dirás tú lo que tendrá que ver la indemnización de los despidos con el paro. En fin, les choses de la vie
No hay comentarios:
Publicar un comentario