Como ha amanecido con un cielo ceñudo y un fuerte viento del norte nos ha parecido que lo más apropiado para pasar el día sería subirse a la bicicleta y encaminarse hacia el sur. Hemos tirado por los caminos de sirga, canal abajo, hasta Herrera. Allí hemos girado a la izquierda para tomar la carreterita que sigue la margen izquierda del Pisuerga. Al llegar a Zarzosa hemos cruzado el río y hemos seguido por la carretera de la margen derecha. Tan llano y con el viento de popa, era como si llevásemos motor. Casi sin enterarnos hemos llegado a Olmos de Pisuerga. Un poco más y San Llorente de la Vega. Y ya se veía entre la espesura de las choperas la torre de la iglesia de Melgar. Melgar de Fernamental quiero decir. Ni dos horas nos ha llevado el viaje. Tal era la fuerza del viento que nos impulsaba por entre el fuerte oleaje de los trigales.
Melgar no estaba como el último día que estuvimos que parecían celebrarse las fiestas en honor de Dionisos. Hoy, quizá por lo desapacible del tiempo, quizá porque no tocaba, el tráfago entre bares era mortecino. La plaza estaba desierta y hemos tenido que esperar un rato a que apareciese alguien adecuado para preguntar por un restaurante. Nos han indicado tres y ante nuestra insistencia de una mayor precisión se han despachado con imprecisiones, salvo una señora que pasaba por allí y ha dicho como si no fuese con ella, Casa Leo donde mas barato y mejor.
En Casa Leo nos han recibido como a clientes de toda la vida. El padre, la hija y el nieto. Mientras esperábamos a ser atendidos, el patriarca de la casa nos ha puesto al día. Enterados que se han de que procedíamos de Alar del Rey ya todo han sido confidencias no exentas de cierto calado ideológico. La familia provenía de Herrera de Pisuerga en donde gracias a su espíritu emprendedor habían montado muy diversos negocios. Un bar, un supermecado y una barra americana. Entonces, María, que a veces parece estar encaramada en el guindo de por vida, ha preguntado al viejo: ¿una barra americana? ¿Qué es eso? Y el viejo, sin cortarse un pelo, ha contestado a la vez que hacia el típico gesto procaz de codos hacia atrás y caderas hacia delante: pues chicas de meter. Después se ha extendido en una serie de consideraciones referentes al relativismo moral y la excelencia del dinero. Luego ha dicho que la semana que viene se irá Murcia con los ciegos. ¿Es que está ciego?, ha inquirido María. Sí, bueno, no, pero me lo hago. Y en esto han llegado las alubias y el tipo se ha largado.
Alubias, albóndigas, tarta al güisky. Aceptable en su conjunto. Estábamos de sobremesa cuando he escuchado que la hija del ciego ordenaba imperiosa, "palillos a la dos". Entonces he caído en la cuenta de que estaba intentando sacarme de entre los dientes un molesto residuo de albóndiga con mis uñas de guitarrista. Al instante ha venido su hijo con los palillos. La madre y el hijo, de buen ver los dos, parecían formar un equipo indestructible. Desde mi puesto en el comedor he podido ver como se echaban bailongos en la cocina mientras el cocinero les preparaba las comandas. Eso sí, el chaval, universitario por lo visto, siempre con el gintónic a mano.
Hemos ido a tomar café a la terraza del bar Carmelo. Un sitio moderno y hasta lujoso aunque, visto de cerca, aquello tenía algo de Slumdog Millonaire. No por nada, sino por la cantidad de mierda que cubría suelos y mesas. De todos modos nos hemos quedado allí porque daba un solecillo muy agradable y estaba a resguardo de los vientos. Dentro del bar, la animación era notable. Sin duda la clientela se siente atraída por la confortabilidad que proporciona al lugar un espeso suelo flotante a base de cascaras de gamba. En fin, que el café estaba estupendo, y eso es lo que cuenta.
Por la carretera hacia Osorno el viento nos daba de lado. Así que para aliviar la molestia hemos vuelto a los caminos de sirga del canal que están flanqueados de chopos y un sotobosque de olmos. ¡Pena de olmos! Cuando crecen tres metros o así, mueren irremisiblemente.
Osorno siempre sorprende. En esta ocasión se celebraba por todo lo alto la Feria de Abril. En la plaza, adornada con girnaldas, sonaba Camarón y la gente bebía finos y comía pescaitos fritos. Todo el mundo estaba vestido para la ocasión de riguroso andaluz. Ellos y ellas. Y unos cuantos de ellos, de ellas. Y los caballos engalanados. No faltaba detalle. En la estación nos han dicho que acababa de pasar el tren, así que hemos vuelto a la fiesta. Sonaban sevillanas y las señoras las bailaban. Hemos entrado al café de toda la vida a tomar un café. Estaba lleno de hombres. Sólo hombres. Los hombres del pueblo de toda la vida. Campesinos curtidos por los elementos. Todos miraban por la cristalera lo que pasaba en la plaza. Ni un comentario, ni un gesto que delatase sus pensamientos. Como si estuviesen viendo pasar el aire.
Y vuelta para la estación a tomar el tren. La estación de "Bad day at Black Rock" que les contaba un día ya lejano.
Una pena que no hubiera una cámara para recoger la escena de "¿Qué es una barra americana?" Desde luego no hay que irse al otro lado del mundo para buscar la aventura. Lo del viejo que se hace el ciego, en la mejor tradición de la picaresca lazarillera. El que en un pueblo de Castilla se celebre la feria de abril con sevillanas y trajes de faralaes, como de película de Berlanga. No os podéis quejar.
ResponderEliminarNo sé si será por la crisis, o por la abundancia, pero sí, esto cada vez está más berlanguiano. La gente sólo quiere juerga y la inventiva para justificarla no tiene límites. Puro I+D.
ResponderEliminar