"Luego despierto y me veo, soy mucho menos que nada."
Para despertar, argumentaba la gran María Zambrano, es condición indispensable venir del sueño. Así, a primera vista, parece una perogrullada, pero si se paran a pensar un poco no tardarán en caer en la cuenta de que la cosa tiene su miga. O sus perendengues, si es que así les gusta más.
Porque el caso es que nos creemos despiertos, pero, mayormente, seguimos soñando. Y de pronto, zas, un susto, y despertamos a la realidad como si de un parto se tratase. Con el mismo dolor. Porque entonces te ves y sabes que eres mucho menos que nada. Pero no te asustes, porque, así, acabas de dar el primer paso para ser un valiente. Que los valientes, ya sabes, andan solos. "Lonely are the Brave", por decirlo con la debida propiedad.
Pues bien, estábamos anoche de sobremesa y para mayor deleite de nuestros espíritus especulábamos sobre los entresijos del que se ha dado en denominar el "séptimo arte". Opinó alguien que hay dos temas que se repiten en ese arte con machacona insistencia. Y siempre con la misma aceptación por parte del respetable. Uno, la mafia. El otro, los vampiros.
Las mafias y los vampiros, dos constantes en el arte porque lo son en la vida. Y si no lo ven así, miren con detenimiento a su alrededor, o dentro de sí, quién sabe, y seguro que despiertan. Porque la pura verdad es que, si excluimos a los que son mucho menos que nada, no hay otra cosa en el mundo. Mafiosos y vampiros en permanente estado de somnolencia. Y no por nada, sino porque ese es en el único estado en el que pueden seguir avanzando entre los cadáveres que van haciendo con su dulce actividad. De otra manera, les mataría el remordimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario