domingo, 13 de marzo de 2011
El culebrón nuclear.
En Fukushima, al norte de Tokio hay una central nuclear con diez reactores. Pues bien, debido a un encadenamiento de sucesos desgraciados las cosas se han puesto difíciles allí. En principio, las alarmas funcionaron perfectamente y los reactores se apagaron antes de que la tierra comenzase a temblar. Eso excluyó la producción de reacciones en cadena y que todo saltase por los aires como pasó en Chernobyl. Pero un reactor no es un mechero y el hecho de que se apague no quiere decir que aquello deje de producir un calor infernal. Se necesita refrigeración para que su núcleo no se funda y empiece a soltar todo tipo de gases desagradables y no precisamente por su olor. Bien, pues en Fukushima los sistemas de refrigeración no funcionaron, primero porque el terremoto destruyo el suministro eléctrico de esos sistemas, segundo porque el tsunami inutilizó los generadores de emergencia. Consecuencia: el núcleo de dos reactores se ha fundido. Lo cual, en principio, es controlable dado el espesor de la carcasa que contiene el reactor. Sin embargo, los ingenieros han considerado que la presión de los gases producidos por la fusión estaban poniendo a prueba la resistencia de la carcasa por lo que han decidido soltar esos gases. Todo el mundo sabe el alivio que supone soltar gases cuando la cosa se pone molesta. Lo malo es que los gases que suelta la carcasa son radiactivos.
Les cuento todo esto que seguramente ya sabrán porque un acontecimiento de este tipo es munición pesada para una de las partes en la controversia que no cesa sobre la energía de origen nuclear. Y así es que no han pasado aún dos días desde que ocurrió el desastre y ya está ese cantamañanas con clase que es Cohn-Bendit pidiendo un referéndum sobre la conveniencia o no de seguir con la energía nuclear en Europa.
Yo, la verdad, ni escucho la COPE, ni la SER, ni veo Intereconomía, ni nada por estilo, así que me comprenderán perfectamente si les digo que no tengo ni idea sobre cual sería la postura más conveniente a tomar sobre la energía de origen nuclear. A veces, cuando paseaba por el monte con mis amigos los Proscritos, me quedaba pasmado ante su seguridad sobre el asunto. Para ellos, la culpa de todo, una vez más, la tenía Felipe González por haber decretado la moratoria nuclear. Se lo habían escuchado a Federico, claro está, aquella misma mañana. Y luego, para apuntalarse en la idea recibida, estaba la última factura de la luz que les había dejado temblando.
Yo, ya digo, ni idea. Porque las he escuchado de todos los colores y todas bonitas. Pero hay una cuestión de orden práctico sobre la que no me cabe duda alguna. Se trata de las enormes cantidades de energía que necesitamos generar para mantener nuestro modelo de vida. Así que, una de dos, o llenamos los ríos de presas, o atiborramos el paisaje de molinos, o quemamos carbón y gas a porrillo, o nos resignamos al riesgo nuclear, o, por contra, nos acostumbramos a desplazarnos a pinrel o a pedal, a calentarnos con manta y brasero de carbón vegetal, a prescindir de los cientos de electrodomésticos que nos aligeran la vida, a, en definitiva, volver a los viejos tiempos cuando, como diría Don Quijote, no existían las palabras, mío, tuyo, porque es que había tan poco de todo que no hacían falta.
En fin, para qué engañarse, en esto como en todo lo demás, será lo que Dios quiera. Que generalmente suele ser que sigamos adelante con los faroles. Es decir, asumiendo el peligro que toda buena vida esconde en sus entrañas.
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Bueno, sí, los gases que suelta la carcasa son radioctivos, pero la salida tiene un filtro que recoge gran cantidad de las partículas, con lo que la radioactividad es similar para uno que viva a unos kilómetros de la central a la que me ha producido el que me hicieran cuatro radiografías por mi accidente de bicicleta durante un mes.
ResponderEliminarMiraba hoy "El País" y me preguntaba si hablaban de el mismo sitio donde estoy viviendo. Aquí, salvo los alarmistas que siempre hay, la gente está por lo que está: echarle una mano a la pobre gente del norte que lo ha perdido todo, reconstruir el país y seguir adelante con su vida. Como decía uno una vez: "Nos conviene dramatizar".
Ya sabes, dramatizar para darse importancia y también para autoafirmarse en las propias convicciones que, como sabes, no son más que opiniones repetidas una y otra vez hasta que acabas creyéndotelo. Y en eso, mucho me temo que "El País" es maestro. Y, desde luego, seguro que da mucho más importancia a los dicterios de Cohn-Bendit que a los de cualquier físico nuclear. ¡Faltaría más!
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