jueves, 24 de marzo de 2011

Dar pistas al enemigo

De todas las  imbecilidades que uno puede cometer en esta vida, una de entre las mayores es dar pistas al enemigo. Y el caso, triste por demás, es que está muy bien visto. Yo soy como soy y lo que soy, y no tengo por qué ocultarlo. Porque, por descontado, estoy muy orgulloso de ser como soy y de donde soy y de lo que soy. 

De Santander de toda la vida, sí, muy bien, no hace falte que lo jures, se te nota a la primera de cambio. Y claro, sólo de pensar en el mérito que comporta esa pertenencia, ya, se me abren las carnes. Y ya no digo nada de vascos y catalanes, que, por sólo serlo, parece como si viniesen al mundo con siete doctorados bajo el brazo. La provincia, en definitiva. Mala cosa de la que alardear.

El otro va y quiere dejar clara su ideología. Porque quiere exhibir su buen corazón en un caso, su inteligencia en el otro. Y el pobre no hace otra cosa que dejar al descubierto su hemiplejía moral. Su incapacidad para  vislumbrar la complejidad de los sistemas que nos rigen.

Por no hablar ya de la pertenencia a una confesión religiosa. Esa vaguería espiritual con respuestas para todo como en los juegos de los niños. Una verdadera provocación. Como la de esos musulmanes entre nosotros que pregonan su arrogancia por medio de disfraces ridículos que les identifican como tales. Olvidan los muy estúpidos los espantosos motivos que nos han dado para que andemos muy cabreados con ellos. Es, por así decirlo, como si quisiesen prender la mecha de una vez por todas.

Y ese nuevo rico que se muere por dar noticia de su éxito y no hace otra cosa que poner tras sus pasos a todos las charlatanes que quieren vivir del cuento. El pobre desgraciado compra todas las motos rotas del mercado. Y ni siquiera da pena.

En fin, a quién en su sano juicio le puede importar de donde eres, lo que tienes, lo que piensas, lo que crees. En todo caso, si algo importase de alguien, sería por lo que sabe hacer, por lo que le ha costado saber hacer lo que hace, que eso sí que comporta mérito. Y el mérito, quizá, sí que tendría derecho al orgullo. No sé.

2 comentarios:

  1. A qué se debe que sea tan difícil considerar y sentir que hemos nacido en un lugar concreto por casualidad y que posiblemente hemos emigrado a otro lugar por motivos de trabajo. Donde cada uno debiera intentar realizar su trabajo lo mejor que pueda según sus capacidades y esfuerzo, sin alardear, sin prepotencia, sintiendo bienestar interior por la tarea realizada.

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  2. Algo de eso me lo explicó una vez, hace muchos años, el maestro Alberto Pico. Contaba como los emigrantes asturianos en Bélgica regresaban cada vacación a toda velocidad, jugandose la vida, con el sólo objetivo de llegar de día a su pueblo y que, así, la gente del pueblo pudiese morirse de envidia al ver el magnífico coche en el que venían.
    Desde luego que siempre ha sido un enigma para mí esa querencia de los emigrantes por la madre que les ha expulsado a golpes de miseria.
    Luego está el asunto, completamente ridículo para mí, de los que están entusiasmados por vivir en donde han nacido. Al parecer, para ellos, huelga conocer cómo se vive en otros sitios. Lo más, lo más,les basta con darse una vuelta de una semana por el mundo para extraer conclusiones: como lo mío nada.

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