Los que me conocen saben de mi poca afición a los viajes. O, por decirlo con mayor propiedad, a los turisteos. Pero, mira tú por donde que de poco han servido en este caso los gustos o preferencias porque han sido las malvadas circunstancias las que me han obligado a iniciar el camino hacia ciertos lugares en los que, por así decirlo, nunca da el sol.
Para que se me pueda entender les tengo que contar que me estoy sirviendo de aquella metáfora, o como le quieran llamar, que un día se le ocurriera al insigne Josep Pla: "las enfermedades son los viajes de los pobres". Bueno, para su tranquilidad les aclaro que este viaje en el que me hallo inmerso es, y así Dios lo quiera, de bajos vuelos. Como de andar por los alrededores o cosa por el estilo, aunque la duración ya se me vaya haciendo penosa y aliente la esperanza de que el tren que tomé esta misma mañana sea el del regreso definitivo.
En fin, cosas de los materiales elásticos avejentados que, como saben, pierden resiliencia. Es decir que, coges, vas, y les estiras y, cuando sueltas, ya no vuelven a lo que eran: la retracción se queda a medio camino. Leyes de la física y ley de vida. Conviene saberlo y nunca olvidarlo por más que vivamos tiempos de sirenas cantando por todas las esquinas. Sí, es verdad, las ciencias avanzan que es una barbaridad, pero todavía no lo suficiente para devolver la resiliencia a los materiales avejentados. Lo prudente, pues, será no abusar de los estiramientos. Aunque también es verdad, como ya señalara el gran Erasmo, que nada puede resultar tan peligroso como una prudencia a destiempo.
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