sábado, 19 de mayo de 2012
Entre peñascos acerbos
Entonces fue y dijo:"Estoy hasta los cojones de todos nosotros". Y se levantó de su escaño y se largó y nunca más le volvieron a ver por la Carrera de San Jerónimo. Creo que era catalán el tipo. De cuando los catalanes no tenían empacho en decir "nosotros" para referirse a los españoles. Pero eso es otra historia.
Pues sí, hasta los cojones, los mismísimos cojones, está uno de esta imbecilidad rampante que señorea el mundo. Les diré la última mamarrachada salida del caletre de los gobernantes de "la provincia": poner un teleférico para subir al Castro Valnera.Y ¿saben qué? Que lo más probable es que se salgan con la suya. Porque no hay despropósito en el que esta sociedad no ponga todo su empeño.
Cuando yo era joven sólo íbamos a la montaña cuatro señoritos. Las típicas pandillas de veraneantes: excursiones por el campo, baños en el río, guateques al atardecer. Recuerdo perfectamente el día que por variar nos impusimos el reto de subir al Castro Valnera. No era moco de pavo: no conocíamos a nadie que se hubiese atrevido a tanto.
Tuvimos que madrugar mucho más de lo acostumbrado para tomar el camión de la leche hasta más allá de San Roque de Riomiera, bien avanzada ya la ascensión al Portillo de Lunada. Íbamos como una docena o así apiñados en el estrecho espacio que las ollas dejaban en la caja del camión. Nos apeamos en una curva de la que partía un sendero que ascendía por el centro de una vaguada.
Aquello nos parecía largo y trabajoso. No tardaron en comenzar las deserciones, mayormente femeninas. Al final quedamos tres. Uno de ellos el tío de algunos de los excursionistas que se había prestado a acompañarnos como garante de nuestra seguridad. El buen señor tenía por profesión la de dirigir el tráfico aéreo lo que de refilón le proporcionaba unos considerables conocimientos meteorológicos. Y así fue que en momento determinado dijo resoplando: aquellos cumulus nimbus no me gustan nada, yo me vuelvo.
Los dos que quedamos subimos hasta arriba y allí nos comimos el bocadillo. Fue una hazaña de la que no fue preciso blasonar porque a la vista estaba. Algo, por así decirlo, como iniciático: la superación de un reto. Cuestión de amor propio, cabezonería, fuerza de voluntad o como quieran llamarlo.
Bien, pues lo que ahora pretenden estas mugrientas autoridades es romper todo el encanto y misterio del mito. Ya nadie podrá tener su iniciación subiendo a tan emblemática cima porque al coronar se dará de bruces con un restaurante en el que las mesnadas de imsersatos estarán intentando desquitarse del hambre que pasaron de niños.
Estos hijos de perra iletrados que quieren relanzar la economía "implementando" los medios necesarios para que la gente se entretenga y gaste más yendo de aquí para allá. O sea que en su inconmensurable burricie pretenden salir de la crisis magnificando los mismos errores que nos han llevado a ella. ¡Más diversión! ¡Más entretenimiento! Más pasen señores y vean.
Ya digo, todo invita a retirarse a donde no lleguen ni siquiera los ecos de tanta que parece estulticia pero en realidad es maldad.
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En mi despacho, hoy sábado por la tarde, no se oye ni el vuelo de una mosca. He ido a la biblioteca y he sacado una docena de libros sabios que nadie tocaba desde hace varias décadas. No hay nadie en el curro. Horas y horas conversando con gente que nos dejó hace siglos pero que nunca defraudan. Mientras nos dejen estos rincones -no sé si será mucho tiempo o poco, pero lo que sea- que nos quiten lo bailao.
ResponderEliminarAhí esta el punto, encontrar un sitio en el que no se oiga el vuelo de una mosca. No descansare hasta encontrarlo.
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