No lo puedo remediar, cada vez que cruzo en dirección norte los Pirineos, a las pocas horas, me entra la gran depresión. No por nada sino porque constato que no soy ni valiente ni inteligente ni tantas otras cosas que merece la pena ser en esta vida. Porque si fuese alguna cosa de esas a buenas horas me iban a pillar a mí viviendo en España.
Es penoso viajar. Y más en coche acarreando las bicicletas. Pero de pronto llegas a una ciudad, Bordeaux en concreto, aparcas y preparas las bicicletas. Y a randonear se ha dicho. Toda la ciudad está preparada para la bicicleta. Y la gente lo aprovecha. Hasta los ancianos de cien años para arriba se desplazan pedaleando. Aunque Bordeaux, que muestra todo el esplendor de haber sido la capital mundial del vino, en la actualidad no es más que más de lo mismo: pasto para turistas. Turistas pour ci, pour là, y su corolario inevitable, los camareros. Camareros simpáticos, eso sí, pero demasiados. En fin, lo de siempre, ellos están donde están porque nosotros venimos.
De Bordeuax a Lacanau-Ocean hay una piste cyclable, pero como hemos cometido el tremendo error de llevar el coche no nos queda más remedio que llevárnoslo, porque un aparcamiento en Bordeaux te cuesta un ojo y la mitad del otro. Lo dejamos en el Étang de Lacanau, un lugar que parece un cuadro de Seurat. Bueno, Seurat más unos aviones que están repostando continuamente agua para apagar un fuego que hay por allí cerca. La gente parece disfrutar de lo lindo con el espectáculo móvil en ristre para dejar constancia de que ellos estuvieron allí.
Desde el Étang vamos por la piste cyclable hasta Lacanau-Océan. Todo el rato entre Pinos.
Nos instalamos en L´Hotel L´Oyat de Lacanau. La habitación, con vistas al mar. 104 € al día a media pensión para dos personas. La cena ni te digo. En cualquier lugar de España no la pagas con los ciento cuatro euros. En fin, ya digo, son las cosas que me deprimen.
Luego, por la mañana, después del desayuno a cicloturistear por el sinnúmero de pistas para bicicleta que hay por los alrededores.
Ya digo, si pertenecemos a la misma comunidad económica, por qué esas diferencias de precio y calidad.
Por lo demás he podido comprobar que la gran aportación española a la cultura universal comtemporánea son las tapas. Multitud de bares las ofrecen.
A mí me pasaba una cosa similar en mi infancia cuando me llevaban a San Sebastián a casa de mis abuelos. Era pasar las montañas del norte de Burgos y encontrarte con otro mundo: gente que dejaba la pasta para la bombona junto a ésta y nadie la mangaba, los periódicos en las puertas por la mañana y lo mismo... Cuando pasaron los años dejé de tener esa sensación: no sé si porque la miseria del nacionalismo igualó por lo bajo o fue que el nivel castellano subió. Me imagino que ambas cosas contribuyeron.
ResponderEliminarLo que hablas seguro que tiene mucho que ver con la ilustración; recuerdo esas librerías de las ciudades del sur de Francia con material que no se veía por las de España, o la biblioteca de la Universidad de Aix cuando fui a ver a una amiga con un erasmus, que daba siete vueltas a la de Salamanca en todo. En fin...
Sí, supongo que son los siglos de escuela pública que nos llevan por delante. Pero sirve de poco consuelo porque eso quiere decir que quizá nuestros biznietos podrán ver algo parecido por aquí, pero lo que es nosotros.
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