Desde luego que las habrá iguales, qué duda cabe, pero mejores no creo. Me refiero a esa película, "Barfly"
El verano, la estación ideal para quedarte en casa viendo las películas que prestan en la biblioteca municipal. Y, también, si se tercia, echar una ojeada a esos libros que sacas de la misma biblioteca. Y entre unas y los otros, para variar, abres una botella de Rivera, sacas la lasaña de Mercadona del frigorífico y te pegas un festín. Luego, cuando cae la noche y empieza a correr el viento, te das una vuelta por la ciudad, más que nada, por hacer algo diferente.
Pues sí, no me importa confesarlo, "Barfly" es una de mis películas favoritas. Y eso que a los bares sólo entro si tengo ganas de mear. Y bebedor no es que lo sea mucho. Para acompañar la comida y poco más. Y, sin embargo, siento una emoción tierna hasta casi el llanto viendo la elegancia con la que Chinaski sobrelleva su derrota. La elegancia, esa cualidad que sólo es medible cuando las circunstancias aplastan.
Luego, vas y te pones a ver "Dies Irae" por aquello de los laureles que soporta. Sí, ya la había visto y no me acordaba de nada. Mala señal. Una historia de gente insignificante que ha alcanzado cierto poder porque ha permanecido demasiado tiempo en el mismo sitio. Y allí siguen expectantes para que nadie se les desmadre. Con el fuego siempre a mano por si el aire corre fresco. Asco de gente que sólo sabe cerrar puertas.
Y, así, por matar un rato, me pongo a leer un libro de un tal "Gaziel". Gaziel, un periodista catalán de mucho predicamento que anduvo por el Madrid de la posguerra. Y cada dos por tres comiendo en "Lardy", siempre, eso sí, acompañado de gente importante. ¡Puaf! Qué tío más seboso. No pierde ocasión para señalar lo de "Catalunya y España". Y, luego, qué aburrimiento, con ese "yo ya lo dije", para demostrar lo listo que es, por ser catalán más que nada. Ni media hora me duró. Lo mandé a la mierda para siempre.
En fin, menos mal que me tragué de una sentada "Shakespeare nunca lo hizo" de Charles Bukowski, el alter ego de Chinaski. Es el relato de un viaje que hizo por Europa para promocionar sus libros. Lo dicho, elegancia a raudales.
domingo, 31 de julio de 2011
sábado, 30 de julio de 2011
La cuna del requiebro
Los agricultores estaban en Callao regalando pepinos y pimientos y la cola era descomunal. "Orgullo Rural", ponía en una esquina de la pancarta. Bueno, allá ellos. Yo, que he conocido a unos cuantos pueblerinos, he concluido que lo único que le preocupa a esa gente es reunir dinero para comprarse un Mercedes. Y, si no lo consiguen, viven abrumados porque su vecino sí lo consiguió y está todo el día pasándoselo por los morros. Es horroroso lo de vivir teniendo tanto en cuenta al vecino. "Estamos hartos", dicen. ¿Hartos de qué?, me pregunto yo. Porque lo que tienen lo heredaron y todo lo que saben hacer no cuesta ni dos horas aprenderlo.
Por lo demás Callao sigue siendo el lugar por donde merece la pena pasar con calma. Y por si había poco, ahora, esa pantalla gigante que han puesto sobre la fachada del cine Callao... que hay que andarse con cuidado porque te puedes embobar en medio de todos aquellos carteristas.
Y, luego, Sol. Impresionante metáfora de la España postburbuja. Toda aquella mugre amablemente consentida por las autoridades competentes por razones que no alcanzo a comprender. Supongo que ahí será donde se inspiran Standard & Poor´s y Moody´s para fijar el rating.
Y, alucina, vecina. ¡Qué nivel hostelero! En la calle Desengaño no sólo hay putas. También está "Public", un restaurante donde por 10,30 € comes de lujo. Parece imposible viniendo de donde venimos.
De la "España Cañí". Porque vamos a ver, ¿qué es lo que está haciendo el perro sobre la muerta? O acaso sólo está dormida. Y el otro que se mesa los cabellos porque la otra está muerta, esta sí. A los pies de la que sostiene la guitarra y a duras penas se tapa la vergüenza de abajo. ¡Jo, menuda imaginería! Ni Roland Barthes agotaría sus significados.
Bueno, de las rebajas ni les hablo porque esa es otra historia. Todo del 50% para abajo.
Por lo demás Callao sigue siendo el lugar por donde merece la pena pasar con calma. Y por si había poco, ahora, esa pantalla gigante que han puesto sobre la fachada del cine Callao... que hay que andarse con cuidado porque te puedes embobar en medio de todos aquellos carteristas.
Y, luego, Sol. Impresionante metáfora de la España postburbuja. Toda aquella mugre amablemente consentida por las autoridades competentes por razones que no alcanzo a comprender. Supongo que ahí será donde se inspiran Standard & Poor´s y Moody´s para fijar el rating.
Y, alucina, vecina. ¡Qué nivel hostelero! En la calle Desengaño no sólo hay putas. También está "Public", un restaurante donde por 10,30 € comes de lujo. Parece imposible viniendo de donde venimos.
De la "España Cañí". Porque vamos a ver, ¿qué es lo que está haciendo el perro sobre la muerta? O acaso sólo está dormida. Y el otro que se mesa los cabellos porque la otra está muerta, esta sí. A los pies de la que sostiene la guitarra y a duras penas se tapa la vergüenza de abajo. ¡Jo, menuda imaginería! Ni Roland Barthes agotaría sus significados.
Bueno, de las rebajas ni les hablo porque esa es otra historia. Todo del 50% para abajo.
lunes, 25 de julio de 2011
El verano en Castilla
Misa mayor en El Pajarón de Campos. Domingo a las 12 del mediodía. Con las mejores galas. Con música de órgano. Tesoro Antiguo.
Cigüeñas y más cigüeñas. Cientos, miles. El próximo centro de interpretación a instalar en cualquier lugar de la Meseta bien pudiera dedicarse a los vertederos y sus secuelas.
El cielo se prolonga sobre el río.
Economía sostenible.
Circulación fluída.
Peregrinos sin fronteras.
domingo, 24 de julio de 2011
Oslo
El otro día me envió Jacobo un vídeo en el que se podía ver y escuchar a varios castellano-leoneses que en la actualidad residen en Oslo. Me lo envió, no por nada sino porque nos aclaraba el paradero de Manolo Berrocal. Manolo, un músico excepcional que me introdujo en los ambientes artísticos y un tanto bohemios de Salamanca y al que perdí la pista a causa de su recuperación de la fe cristiana en la versión pentecostalista. Por lo visto en Noruega hay una especie de Vaticano pentecostalista y allí que se fue Manolo con un par de chorizos en la mochila y la guitarra en bandolera. Manolo esta bien. Casado y con un hijo. Ejerce de traductor en las jornadas multiculturales de su particular Vaticano y en los ratos libres imparte doctrina, su verdadera vocación. Tiene hasta su segunda vivienda en el campo, cerca del mar. Y, supongo, deleitará a sus correligionarios con su arte extremado/ por su sabia mano gobernado. Oslo, Noruega, el paraíso atemperado por los rigores del clima.
Y, ayer, volví a ver Oslo por los medios. Un loco lo había puesto en el centro del mundo. El terror una vez más. Los cuerpos amontonados de Vigeland esta vez eran de verdad y chorreaban sangre.
El terror. Poner una bomba o disparar a quemarropa sin objetivo concreto más allá de causar el mayor daño posible. Bien, eso ya lo sabemos. Y también sabemos de la chifladura de los ejecutores. De sus razones delirantes. Y que son imprevisibles como el brote esquizofrénico. Un día les da por ahí y no hay forma de pararlos.
Y luego, lo que me maravilla y extraña es la facilidad para procurarse los cuerpos del delito: explosivos, armas, etc.. Cualquiera parece tener acceso a ellos. Vas a la droguería y compras tanto de esto, tanto de esto otro, y luego lo mezclas según fórmula que encontraste en internet. O sabe Dios cómo. Y las armas para cazar a las que cualquiera tiene derecho con sólo saber dar el pego de normalidad.
Los atentados, como hecatombes humanas para aplacar la ira de los dioses cabreados por lo que siempre se cabrean los dioses. Porque estamos trastocando su orden. Pretendemos suplantarlos y sólo conseguimos arrasar lo que no nos pertenece, cual hiciera Faetón. Faetón, el hijo maleducado al que su padre, el Sol, no le niega nada.
O sea, que porque los dioses quieren hay un tipo, o unos tipos, que no sólo están están cabreados por lo que ven, como lo estamos tantos, sino que, también, les ha dado por pensar que ellos saben como arreglarlo. Terapia de choque. Ponerlo todo patas arriba para que el personal piense mientras se afana en recoger los restos de la masacre. A qué engañarse, suele dar resultado.
Sí, no se engañen, en contra de lo que se repite hasta la saciedad, el terrorismo, si no da los frutos apetecidos por sus autores, sí, al menos, se acerca bastante a ellos. Y sino se lo creen, estén expectantes a lo que pasará en Noruega. Apuesto a que la policía empieza a llevar armas de fuego y en el parlamento votarán una ley sobre inmigración mucho más restrictiva que la actual.
Pues sí, cuando el carro de Faetón va desbocado a Zeus no le queda más remedio que lanzar un rayo para pararlo. Imagínense como debe de quedar el carro al final de la aventura.
Coda.- Y por si no subiésemos tenido bastante, va Amy y se nos va. Desde luego que hay días...
Y, ayer, volví a ver Oslo por los medios. Un loco lo había puesto en el centro del mundo. El terror una vez más. Los cuerpos amontonados de Vigeland esta vez eran de verdad y chorreaban sangre.
El terror. Poner una bomba o disparar a quemarropa sin objetivo concreto más allá de causar el mayor daño posible. Bien, eso ya lo sabemos. Y también sabemos de la chifladura de los ejecutores. De sus razones delirantes. Y que son imprevisibles como el brote esquizofrénico. Un día les da por ahí y no hay forma de pararlos.
Y luego, lo que me maravilla y extraña es la facilidad para procurarse los cuerpos del delito: explosivos, armas, etc.. Cualquiera parece tener acceso a ellos. Vas a la droguería y compras tanto de esto, tanto de esto otro, y luego lo mezclas según fórmula que encontraste en internet. O sabe Dios cómo. Y las armas para cazar a las que cualquiera tiene derecho con sólo saber dar el pego de normalidad.
Los atentados, como hecatombes humanas para aplacar la ira de los dioses cabreados por lo que siempre se cabrean los dioses. Porque estamos trastocando su orden. Pretendemos suplantarlos y sólo conseguimos arrasar lo que no nos pertenece, cual hiciera Faetón. Faetón, el hijo maleducado al que su padre, el Sol, no le niega nada.
O sea, que porque los dioses quieren hay un tipo, o unos tipos, que no sólo están están cabreados por lo que ven, como lo estamos tantos, sino que, también, les ha dado por pensar que ellos saben como arreglarlo. Terapia de choque. Ponerlo todo patas arriba para que el personal piense mientras se afana en recoger los restos de la masacre. A qué engañarse, suele dar resultado.
Sí, no se engañen, en contra de lo que se repite hasta la saciedad, el terrorismo, si no da los frutos apetecidos por sus autores, sí, al menos, se acerca bastante a ellos. Y sino se lo creen, estén expectantes a lo que pasará en Noruega. Apuesto a que la policía empieza a llevar armas de fuego y en el parlamento votarán una ley sobre inmigración mucho más restrictiva que la actual.
Pues sí, cuando el carro de Faetón va desbocado a Zeus no le queda más remedio que lanzar un rayo para pararlo. Imagínense como debe de quedar el carro al final de la aventura.
Coda.- Y por si no subiésemos tenido bastante, va Amy y se nos va. Desde luego que hay días...
viernes, 22 de julio de 2011
El San Martin de L´HOMME
Acabo de leer un libro al que creo que el mejor calificativo que se le podría aplicar es el de transparente. Se trata de "Un roman français" de Frédéric Beigbeder. Por así decirlo, Frédéric se despelota. Lo cuenta todo sobre él y su familia. O, al menos, eso es lo que parece.
Frédéric es un pijo ilustrado hijo de sesentayocheros de libro. O sea, que sus padres eran de los que resbalaban en el semen que cubría los suelos de la Sorbona por aquel entonces. Y claro, todo el mundo sabe que esa gente, si no otra cosa, ha dado mucho que hablar con su afán de destrozar todas las ataduras que durante milenios tuvieron al personal sometido al imperio de la moral de doble filo, es decir, la de las virtudes públicas y los vicios privados.
Así es que como los hijos tienden a ser réplica corregida y aumentada de lo que fueron sus padres, a Frédéric no le quedó otra que tirarse a tumba abierta por la calle de enmedio. Sin complejos. Sin memoria. Y así hasta que una noche la policía le pilla esnifando rayas de cocaína colocadas sobre el capó de un coche aparcado en una calle frecuentada por la movida nocturna parisiense. Domage. Le detienen y le hacen pasar en prisión preventiva más tiempo del normal, precisamente, porque Frédéric es famoso y el juez quiere aprovechar el dato para dar una sentencia ejemplarizante.
Tiempo eterno pasado en el calabozo bajo los efectos del síndrome de abstención. La memoria vuelve. Y con ella la reflexión. Relato de una vida con los puntos y comas que no es frecuente poner. Esa es la novela. La autobiografía de un espejo en el que, en muchas ocasiones, es doloroso contemplarse.
No sé si me atrevería a recomendar su lectura.
Frédéric es un pijo ilustrado hijo de sesentayocheros de libro. O sea, que sus padres eran de los que resbalaban en el semen que cubría los suelos de la Sorbona por aquel entonces. Y claro, todo el mundo sabe que esa gente, si no otra cosa, ha dado mucho que hablar con su afán de destrozar todas las ataduras que durante milenios tuvieron al personal sometido al imperio de la moral de doble filo, es decir, la de las virtudes públicas y los vicios privados.
Así es que como los hijos tienden a ser réplica corregida y aumentada de lo que fueron sus padres, a Frédéric no le quedó otra que tirarse a tumba abierta por la calle de enmedio. Sin complejos. Sin memoria. Y así hasta que una noche la policía le pilla esnifando rayas de cocaína colocadas sobre el capó de un coche aparcado en una calle frecuentada por la movida nocturna parisiense. Domage. Le detienen y le hacen pasar en prisión preventiva más tiempo del normal, precisamente, porque Frédéric es famoso y el juez quiere aprovechar el dato para dar una sentencia ejemplarizante.
Tiempo eterno pasado en el calabozo bajo los efectos del síndrome de abstención. La memoria vuelve. Y con ella la reflexión. Relato de una vida con los puntos y comas que no es frecuente poner. Esa es la novela. La autobiografía de un espejo en el que, en muchas ocasiones, es doloroso contemplarse.
No sé si me atrevería a recomendar su lectura.
jueves, 21 de julio de 2011
Bendito atolondramiento
Yo no quiero engañar a nadie. Y menos que a nadie, a mí mismo. Lo que en realidad vengo buscando con desesperación desde hace mucho tiempo es un grado de atolondramiento tal que sea suficiente para liberarme de sufrimientos varios. A veces, confieso, lo consigo, pero por breves momentos porque, ¡maldición!, todo parece conjurarse para devolverme a la realidad. A una realidad que, para ser exactos, suele ser doliente más veces que las que lo es dichosa.
Fíjense en este párrafo que escribe Félix de Azúa en su blog:
Soy ahora plenamente consciente de que estoy escribiendo una columnita para el blog. El silencio campestre, por desdicha, está siendo atacado por una taladradora neumática. Un simpático vecino ha procedido a mejorar su vivienda. Soy consciente de que cada día soporto peor el estruendo. Pero sobre todo soy consciente de que soy consciente.
Soy consciente de que soy consciente de que el infierno son los otros. Y justo por eso es por lo que ando de retiro en retiro. Pero nada más inútil, porque es precisamente en el retiro donde más se oye la taladradora neumática del vecino que ha decidido mejorar su habitáculo. Porque, convénzanse, si hay algo inevitable en este mundo es tener un vecino que quiere mejorar su habitáculo. Y no por nada, sino porque, como bien apuntó el gran Pla, la gente, cuanto más desordenado tiene lo de dentro, la cabeza en concreto, más se obsesiona con ordenar lo de afuera. Y mi vecino, como todo hijo de vecino que se precie, para no ser menos, suele tener muy desordenado el "celebro" y necesita compensar.
Así es que esta vez, para variar un poco, he buscado el retiro en el corazón de las tinieblas, donde ruge la marabunta, la senda de los elefantes o como quieran llamar al lugar donde late el corazón de la ciudad. Porque quiero someterme a una terapia de trepidación mundana, por decirlo de una forma que suene a medicina alternativa. Justo sobre las vías, al lado de la estación, puedo sentir el trepidar de los trenes cuando son de mercancías y su silbido cuando son de pasajeros. Al lado de por donde desemboca el túnel subterráneo que enlaza las dos dos ciudades que aparta, precisamente, el tren.
Tengo al lado la biblioteca, la piscina, el parque, la estación, la Calle Mayor... el restaurante donde por 7,50 € sirven un magnífico menú -parece ser que es de unos frailes-.
Y luego que, según tengo entendido, y si la crisis no lo remedia, pronto comenzará la tres jolie vacarme que supongo supondrá el soterramiento de las vías.
Y, además, un vecindario que tira con alegría de los medios de comunicación de masas, que fríe pescado todas las noches y en vez de usar el aspirador de humos abre la ventana del patio para que el vecindario pueda segregar jugos sin recurrir al aperitivo. Y unas cuantas cosas más que no les cuento para no parecer cenizo.
En fin, que si de ésta no me atolondro del todo...
Fíjense en este párrafo que escribe Félix de Azúa en su blog:
Soy ahora plenamente consciente de que estoy escribiendo una columnita para el blog. El silencio campestre, por desdicha, está siendo atacado por una taladradora neumática. Un simpático vecino ha procedido a mejorar su vivienda. Soy consciente de que cada día soporto peor el estruendo. Pero sobre todo soy consciente de que soy consciente.
Soy consciente de que soy consciente de que el infierno son los otros. Y justo por eso es por lo que ando de retiro en retiro. Pero nada más inútil, porque es precisamente en el retiro donde más se oye la taladradora neumática del vecino que ha decidido mejorar su habitáculo. Porque, convénzanse, si hay algo inevitable en este mundo es tener un vecino que quiere mejorar su habitáculo. Y no por nada, sino porque, como bien apuntó el gran Pla, la gente, cuanto más desordenado tiene lo de dentro, la cabeza en concreto, más se obsesiona con ordenar lo de afuera. Y mi vecino, como todo hijo de vecino que se precie, para no ser menos, suele tener muy desordenado el "celebro" y necesita compensar.
Así es que esta vez, para variar un poco, he buscado el retiro en el corazón de las tinieblas, donde ruge la marabunta, la senda de los elefantes o como quieran llamar al lugar donde late el corazón de la ciudad. Porque quiero someterme a una terapia de trepidación mundana, por decirlo de una forma que suene a medicina alternativa. Justo sobre las vías, al lado de la estación, puedo sentir el trepidar de los trenes cuando son de mercancías y su silbido cuando son de pasajeros. Al lado de por donde desemboca el túnel subterráneo que enlaza las dos dos ciudades que aparta, precisamente, el tren.
Tengo al lado la biblioteca, la piscina, el parque, la estación, la Calle Mayor... el restaurante donde por 7,50 € sirven un magnífico menú -parece ser que es de unos frailes-.
Y luego que, según tengo entendido, y si la crisis no lo remedia, pronto comenzará la tres jolie vacarme que supongo supondrá el soterramiento de las vías.
Y, además, un vecindario que tira con alegría de los medios de comunicación de masas, que fríe pescado todas las noches y en vez de usar el aspirador de humos abre la ventana del patio para que el vecindario pueda segregar jugos sin recurrir al aperitivo. Y unas cuantas cosas más que no les cuento para no parecer cenizo.
En fin, que si de ésta no me atolondro del todo...
miércoles, 20 de julio de 2011
Instituto de la Felicidad
Ocho islas para vivir un verano idílico. Así reza el anuncio que encabeza hoy la página digital del diario El Mundo. Un verano idílico, ocho islas, ya se me está haciendo agua la boca. O el culo, piritoedros, como decíamos en el colegio. La felicidad al alcance de un puñado de euros.
El caso es que ayer acababa de ver "Rosalie va de compras", el relato de un extraño por exitoso caso de felicidad familiar conseguido a base de fe en la integración a ultranza en el sistema. O sea, en el consumo, para decirlo de una vez y sin rodeos. La acababa de ver y como por descuido fui a dar en el canal 24 Horas en el que estaban retransmitiendo lo que parecía ser un estrambótico telediario. Se estaba extendiendo la presentadora de nariz mal retocada en una noticia que pronto captó todo mi interés. No por la noticia en sí, que era una verdadera patochada, si no por su procedencia. Tenía su origen en un denominado "Instituto de la Felicidad".
No me lo podía creer. ¿También hay un Instituto de eso? Y estará financiado con dinero público para más inri. Desde luego que no hay límites para la sinvergüenzonería. Aseguraban los del Instituto que las personas más felices vivían más y tenían menos ataques cardiovasculares. Algo que hasta un niño sabe que es, exactamente, todo lo contrario. A no ser, digo yo, que se haya inventado recientemente una nueva máquina para medir la felicidad que compute como positivas las más onerosas privaciones. ¡Por Dios bendito, pero a donde vamos a llegar si ya ni siquiera va a poder salir la danza de la panza!
Conmocionado como estaba, apagué la tele y encendí el ordenador en busca de veracidad. Y sí, efectivamente, hay un Instituto de la Felicidad, pero no exactamente. Para hablar con propiedad hay que decir Instituto Coca-Cola de la Felicidad. O sea, que está financiado por Coca-cola, algo a lo que el telediario, por causas que se me escapan, no aludió. Pues bien, ¿saben quien es la luminaria que encabeza el plantel de "nuestros expertos" del citado Instituto? Pues, pásmense, el Sr. Eduard Punset. Esa mezcla de embaucador, marciano y catalán -por lo de las pesetas que no son puñetas-. Nunca vi a nadie decir más tonterías tan bien adobadas de verosimilitud. Cualquiera con tendencia a desprevenirse se las puede tragar como si fuesen la quintaesencia de la sabiduría consolidada. El pájaro es un avezado maestro en presentar lo que son meras suposiciones, agradables suposiciones por lo general, indemostrables por lo demás, como si fuesen verdades demostradas por la experimentación científica de altos vuelos. La resonancia magnética y todo eso.
En fin, otros nombres relevantes e ilustres entre "nuestros expertos": Vallejo Nájera, Tierno, Pimentel, Urra...
Así que nada, si quieren un poco de felicidad, ya saben, denle a la Coca-cola. Yo, lo confieso, de vez en cuando, cuando necesito subir la moral mayormente, no puedo resistirme, me voy a un Mac Donald y me endoso entre pecho y espalda un menú a base de Big Mac, patatas fritas y coca-cola. ¡El paraíso! Se lo juro. Y no vean como sienta. Ni rastro de resaca.
El caso es que ayer acababa de ver "Rosalie va de compras", el relato de un extraño por exitoso caso de felicidad familiar conseguido a base de fe en la integración a ultranza en el sistema. O sea, en el consumo, para decirlo de una vez y sin rodeos. La acababa de ver y como por descuido fui a dar en el canal 24 Horas en el que estaban retransmitiendo lo que parecía ser un estrambótico telediario. Se estaba extendiendo la presentadora de nariz mal retocada en una noticia que pronto captó todo mi interés. No por la noticia en sí, que era una verdadera patochada, si no por su procedencia. Tenía su origen en un denominado "Instituto de la Felicidad".
No me lo podía creer. ¿También hay un Instituto de eso? Y estará financiado con dinero público para más inri. Desde luego que no hay límites para la sinvergüenzonería. Aseguraban los del Instituto que las personas más felices vivían más y tenían menos ataques cardiovasculares. Algo que hasta un niño sabe que es, exactamente, todo lo contrario. A no ser, digo yo, que se haya inventado recientemente una nueva máquina para medir la felicidad que compute como positivas las más onerosas privaciones. ¡Por Dios bendito, pero a donde vamos a llegar si ya ni siquiera va a poder salir la danza de la panza!
Conmocionado como estaba, apagué la tele y encendí el ordenador en busca de veracidad. Y sí, efectivamente, hay un Instituto de la Felicidad, pero no exactamente. Para hablar con propiedad hay que decir Instituto Coca-Cola de la Felicidad. O sea, que está financiado por Coca-cola, algo a lo que el telediario, por causas que se me escapan, no aludió. Pues bien, ¿saben quien es la luminaria que encabeza el plantel de "nuestros expertos" del citado Instituto? Pues, pásmense, el Sr. Eduard Punset. Esa mezcla de embaucador, marciano y catalán -por lo de las pesetas que no son puñetas-. Nunca vi a nadie decir más tonterías tan bien adobadas de verosimilitud. Cualquiera con tendencia a desprevenirse se las puede tragar como si fuesen la quintaesencia de la sabiduría consolidada. El pájaro es un avezado maestro en presentar lo que son meras suposiciones, agradables suposiciones por lo general, indemostrables por lo demás, como si fuesen verdades demostradas por la experimentación científica de altos vuelos. La resonancia magnética y todo eso.
En fin, otros nombres relevantes e ilustres entre "nuestros expertos": Vallejo Nájera, Tierno, Pimentel, Urra...
Así que nada, si quieren un poco de felicidad, ya saben, denle a la Coca-cola. Yo, lo confieso, de vez en cuando, cuando necesito subir la moral mayormente, no puedo resistirme, me voy a un Mac Donald y me endoso entre pecho y espalda un menú a base de Big Mac, patatas fritas y coca-cola. ¡El paraíso! Se lo juro. Y no vean como sienta. Ni rastro de resaca.
lunes, 18 de julio de 2011
Los atracadores se retiran
Son noticias que se suelen dar con tintes alarmantes, pero, luego, cuando bien se considera, resulta que no son más que las consecuencias inevitables del normal devenir de los tiempos que corren.
Dicen ahora que las tiendas de los barrios cierran a miles. Hasta los chinos, por lo visto, tienden a irse a otras latitudes. Como si eso fuese malo. Lo que es malo, a mi juicio, es que sobreviva lo que es malo. Y todas esas tienduchas las más de las veces no son otra cosa que la cueva de Alibabá. Te dan gato por liebre y cuando vas a reclamar te mandan al maestro armero.
En mi experiencia las más de esas tiendas estaban, y están las que quedan, prolongando su existencia gracias a la incapacidad para defenderse de los últimos jubilados iletrados. Esa pobre gente es pasto de toda clase de salteadores de caminos que les seducen con la promesa de facilitarles la vida. Pero eso se acaba. Ya quedan pocos de esos. Y la crisis económica está acelerando el proceso.
Yo, ahora, a veces, le compro la fruta y hortalizas a Coral que está, aquí, justo al lado de casa. Es una mujer amable pero a la que te descuidas te mete una pieza podrida entre las sanas. O sea, que lo hago por pereza. Porque un poco más allá está Mercadona donde todo es mucho mejor y más barato. Y, luego, no sólo eso: está el espectáculo. Porque Mercadona es un verdadero espectáculo permanente. El otro día lo apuntaba Arcadi Espada, que había ido a uno sólo para observar al personal. Es como la romería de la fascinación. Familias enteras entre ansiosas y maravilladas ante su casi inagotable poder adquisitivo.Y luego que al lado de Mercadona está AKI y KIABY y WORTEN y... bueno sí, MacDonald. El otro día me despaché una hamburguesa y prometí no acercarme mucho por allí porque me puedo quedar colgao.
Así es que, que nadie se apene por la dégringolade comercial en curso. Considérenlo una bendición. O la retirada de los atracadores si quieren. Porque además, las hay que resisten e incluso crecen. Porque saben estar en el siglo. Estar en el siglo o morir. Esa es la consigna.
Concluyendo, que me voy a comprar un carrito para ir a Mercadona. Lo tengo a un cuarto de hora de paseo.
Dicen ahora que las tiendas de los barrios cierran a miles. Hasta los chinos, por lo visto, tienden a irse a otras latitudes. Como si eso fuese malo. Lo que es malo, a mi juicio, es que sobreviva lo que es malo. Y todas esas tienduchas las más de las veces no son otra cosa que la cueva de Alibabá. Te dan gato por liebre y cuando vas a reclamar te mandan al maestro armero.
En mi experiencia las más de esas tiendas estaban, y están las que quedan, prolongando su existencia gracias a la incapacidad para defenderse de los últimos jubilados iletrados. Esa pobre gente es pasto de toda clase de salteadores de caminos que les seducen con la promesa de facilitarles la vida. Pero eso se acaba. Ya quedan pocos de esos. Y la crisis económica está acelerando el proceso.
Yo, ahora, a veces, le compro la fruta y hortalizas a Coral que está, aquí, justo al lado de casa. Es una mujer amable pero a la que te descuidas te mete una pieza podrida entre las sanas. O sea, que lo hago por pereza. Porque un poco más allá está Mercadona donde todo es mucho mejor y más barato. Y, luego, no sólo eso: está el espectáculo. Porque Mercadona es un verdadero espectáculo permanente. El otro día lo apuntaba Arcadi Espada, que había ido a uno sólo para observar al personal. Es como la romería de la fascinación. Familias enteras entre ansiosas y maravilladas ante su casi inagotable poder adquisitivo.Y luego que al lado de Mercadona está AKI y KIABY y WORTEN y... bueno sí, MacDonald. El otro día me despaché una hamburguesa y prometí no acercarme mucho por allí porque me puedo quedar colgao.
Así es que, que nadie se apene por la dégringolade comercial en curso. Considérenlo una bendición. O la retirada de los atracadores si quieren. Porque además, las hay que resisten e incluso crecen. Porque saben estar en el siglo. Estar en el siglo o morir. Esa es la consigna.
Concluyendo, que me voy a comprar un carrito para ir a Mercadona. Lo tengo a un cuarto de hora de paseo.
domingo, 17 de julio de 2011
Música no solicitada
Hay a las afueras de Palencia un parque, por así decirlo, natural. Son cientos, acaso miles, de hectáreas de encinas y quejigos. Está al oeste de la ciudad, en los alcores que la dominan. Cruzas el Carrión por cualquiera de los puentes, tiras hacia donde está la institución sanitaria San Juan de Dios, cuzas el Canal y giras a la izquierda. Sigues por la carretera que al principio bordea el Canal de Castilla y luego le abandona a la vez que comienza a escalar. Al principio hay carril bici, después, la crretera que apenas tiene tráfico. Subes y subes y subes durante cinco o seis kilómetros y ya estás en lo alto del alcor. En pleno corazón del parque. Hay algunas instalaciones, pero mínimas. Y,en general, bastante limpio. La verdad es que sorprende y hasta maravilla.
Subimos en bicicleta y anduvimos por allí. Había de vez en cuando una familia que había desplegado toda su parafernalia campestre en medio de la espesura. Gente humilde, supongo, que gusta de acarrear cuantos más trastos mejor. Por lo demás, algún caminante despreocupado por cualquiera de los innumerables senderos. Corría un airecillo fresco que era perfecto contrapunto al sol de mediodía.
Como se acercaba la hora de comer pensamos que quizá en un lugar que hay por allí que llaman la Casa Grande podríamos calmar nuestro apetito. Nos acercamos. Es una casa de piedra de torre central y dos cuerpos laterales. Está en medio de un descampado apropiado para que aparquen cuantos más coches mejor. Rodeamos el edificio en busca de una entrada. Apenas comenzado el movimiento ya recibimos la bofetada en plena neurona. Una música aflamencada sonaba a plena potencia. Encontramos la puerta de un lugar con todas las caracteristas del perfecto locus amenus. Pero, ya digo, la música le hacía impracticable de todo punto. Se lo dije al dueño de no muy buenas formas, supongo. El tipo y la tipa que me escuchaban parecían Don Tancredo ante el toro. Sin lugar a dudas no entendían nada. Les estaba hablando un marciano.
Es una tragedia. La inmensa mayoría de la gente de este desgraciado país está convencida de que si te obliga a oír música te está haciendo un grandísimo favor. Y como les encanta hacer grandisímos favores para que te saques el muermo de encima, pues van y te endosan una de musicoterapia a todo volumen. Y así es que estés donde estés, vayas a donde vayas, no te libras de la medicina. "Fantastic", como repetía una y otra vez Richard Burton en "la noche de la iguana" cada da vez que uno de sus congéneres hacía una mamonada.
Total, que enfilamos la cuesta abajo y en un periquete ya estábamos en el corazón de la ciudad. Elegimos una terraza de la Plaza Mayor para comer. La Trebede se llama el lugar. La comida, cara y mala. Pero eso fue lo de menos. Justo en la mesa de al lado había una familia compuesta de matrimonio y parejita de infantes. El niño, de unos cuatro años o así, estuvo toda la comida gritando "tengo caca" y, de vez en cuando, "era una broma". Y los padres como si nada. En fin. No siempre se acierta.
Subimos en bicicleta y anduvimos por allí. Había de vez en cuando una familia que había desplegado toda su parafernalia campestre en medio de la espesura. Gente humilde, supongo, que gusta de acarrear cuantos más trastos mejor. Por lo demás, algún caminante despreocupado por cualquiera de los innumerables senderos. Corría un airecillo fresco que era perfecto contrapunto al sol de mediodía.
Como se acercaba la hora de comer pensamos que quizá en un lugar que hay por allí que llaman la Casa Grande podríamos calmar nuestro apetito. Nos acercamos. Es una casa de piedra de torre central y dos cuerpos laterales. Está en medio de un descampado apropiado para que aparquen cuantos más coches mejor. Rodeamos el edificio en busca de una entrada. Apenas comenzado el movimiento ya recibimos la bofetada en plena neurona. Una música aflamencada sonaba a plena potencia. Encontramos la puerta de un lugar con todas las caracteristas del perfecto locus amenus. Pero, ya digo, la música le hacía impracticable de todo punto. Se lo dije al dueño de no muy buenas formas, supongo. El tipo y la tipa que me escuchaban parecían Don Tancredo ante el toro. Sin lugar a dudas no entendían nada. Les estaba hablando un marciano.
Es una tragedia. La inmensa mayoría de la gente de este desgraciado país está convencida de que si te obliga a oír música te está haciendo un grandísimo favor. Y como les encanta hacer grandisímos favores para que te saques el muermo de encima, pues van y te endosan una de musicoterapia a todo volumen. Y así es que estés donde estés, vayas a donde vayas, no te libras de la medicina. "Fantastic", como repetía una y otra vez Richard Burton en "la noche de la iguana" cada da vez que uno de sus congéneres hacía una mamonada.
Total, que enfilamos la cuesta abajo y en un periquete ya estábamos en el corazón de la ciudad. Elegimos una terraza de la Plaza Mayor para comer. La Trebede se llama el lugar. La comida, cara y mala. Pero eso fue lo de menos. Justo en la mesa de al lado había una familia compuesta de matrimonio y parejita de infantes. El niño, de unos cuatro años o así, estuvo toda la comida gritando "tengo caca" y, de vez en cuando, "era una broma". Y los padres como si nada. En fin. No siempre se acierta.
viernes, 15 de julio de 2011
Bibliotecas públicas versus libro digital
Salgo de casa, cruzo las vías por el paso subterráneo, bordeo Los Jardinillos, circundo la Plaza de León, y me doy de bruces con la Biblioteca Pública Provincial de Palencia.
Es una biblioteca que está justo por donde la gente pasa para casi todo. En el mismísimo cogollo de la ciudad. Y, claro, eso no es en vano. Hay un trasiego de gente que entra y sale que aquello parece a primera vista la casa de tócame Roque. Y los aparcamientos para bicicletas de la entrada siempre están atiborrados. Vamos, que tiene vidilla.
Junto a la entrada de la planta baja hay un mostrador con un tipo que deja de leer el periódico tan pronto como le pides información. Te la da con la mar de simpatía. El resto de la planta está hasta los topes de señores que leen la prensa diaria. Subes por unas escaleras colgantes de cemento a las que ilumina una enorme lucera. Un conjunto arquitectónico francamente llamativo. Y llegas a la segunda planta donde prestan libros y películas.
La videoteca es para caerse de culo. Diría que hay más de mil películas perfectamente ordenadas por orden alfabético. Puedes llevarte dos y no las tienes que devolver hasta siete días después.
De libros, solo miré la estantería de matemáticas. Había mogollón y muy usados. Buena señal, me dije.
Luego,en el mostrador de prestamos había varias señoras que no daban a basto a sellar las peticiones.
Bueno, estas son las cosas que dan confianza en el futuro. Porque si sólo te fijas en lo que ves por las calles es como para "apaga y vámonos".
El caso es que el otro día estuve en la biblioteca nueva de Santander y saqué una impresión muy diferente. Es aquel un edificio rimbombante, a trasmano de todo, lleno de espacios vacíos, frío como la madre que le parió, con oficinistas que no hacen más que tocarse las narices, con una vidioteca de pena y de las estanterías de libros, mejor no hablar. Eso sí, mucho dirigismo cultural. El libro de la semana y todas esas mamarrachadas de cariz netamente socialdemócrata. Deprimente.
En fin, ya que cuestan tanto, por lo menos que funcionen. Y luego, guste o no guste a los guardianes de las esencias, está lo de la adecuación a los tiempos que vivimos. Porque los inventos están para algo y resulta que en el caso de los libros hay uno que puede abaratar ad infinitum los costes a la vez que mejora la disponibilidad. Y bien, si a ti sólo te gustan los de papel, pues vas y te los compras. Porque un Estado eficaz no está para pagar los caprichos de la gente.
O sea que, lo inminente, dar a la tecla y bajarte lo que gustes. No hay otra opción sostenible.
Lo siento.
Es una biblioteca que está justo por donde la gente pasa para casi todo. En el mismísimo cogollo de la ciudad. Y, claro, eso no es en vano. Hay un trasiego de gente que entra y sale que aquello parece a primera vista la casa de tócame Roque. Y los aparcamientos para bicicletas de la entrada siempre están atiborrados. Vamos, que tiene vidilla.
Junto a la entrada de la planta baja hay un mostrador con un tipo que deja de leer el periódico tan pronto como le pides información. Te la da con la mar de simpatía. El resto de la planta está hasta los topes de señores que leen la prensa diaria. Subes por unas escaleras colgantes de cemento a las que ilumina una enorme lucera. Un conjunto arquitectónico francamente llamativo. Y llegas a la segunda planta donde prestan libros y películas.
La videoteca es para caerse de culo. Diría que hay más de mil películas perfectamente ordenadas por orden alfabético. Puedes llevarte dos y no las tienes que devolver hasta siete días después.
De libros, solo miré la estantería de matemáticas. Había mogollón y muy usados. Buena señal, me dije.
Luego,en el mostrador de prestamos había varias señoras que no daban a basto a sellar las peticiones.
Bueno, estas son las cosas que dan confianza en el futuro. Porque si sólo te fijas en lo que ves por las calles es como para "apaga y vámonos".
El caso es que el otro día estuve en la biblioteca nueva de Santander y saqué una impresión muy diferente. Es aquel un edificio rimbombante, a trasmano de todo, lleno de espacios vacíos, frío como la madre que le parió, con oficinistas que no hacen más que tocarse las narices, con una vidioteca de pena y de las estanterías de libros, mejor no hablar. Eso sí, mucho dirigismo cultural. El libro de la semana y todas esas mamarrachadas de cariz netamente socialdemócrata. Deprimente.
En fin, ya que cuestan tanto, por lo menos que funcionen. Y luego, guste o no guste a los guardianes de las esencias, está lo de la adecuación a los tiempos que vivimos. Porque los inventos están para algo y resulta que en el caso de los libros hay uno que puede abaratar ad infinitum los costes a la vez que mejora la disponibilidad. Y bien, si a ti sólo te gustan los de papel, pues vas y te los compras. Porque un Estado eficaz no está para pagar los caprichos de la gente.
O sea que, lo inminente, dar a la tecla y bajarte lo que gustes. No hay otra opción sostenible.
Lo siento.
jueves, 14 de julio de 2011
El escenario
Lo más gracioso del País Vasco, si es que algo puede tener gracia en tal conglomerado de trogloditas, es que hable quien hable, sea Otegui o Mayor Oreja, por poner dos ejemplos bien dispares, puedes estar seguro de que saldrá a relucir la palabra escenario.
ETA se muestra <<plenamente convencida>> de poder alcanzar un escenario de paz y libertad.
Yo no me voy a poner ahora a mirar el diccionario para saber que es lo que se está diciendo cuando se dice escenario. Escenario es el lugar donde están los actores que representan una ficción. Y punto. Luego están las personas, o los agentes sociales sociales si quieren, que representan la realidad allí donde las circunstancias obligan. Que no suele ser, precisamente, un escenario.
Pero ya se sabe que no hay nada que tanto caracterice a la gente inmadura como la perpetua confusión entre la realidad y la ficción. El inmaduro por lo que sea, por adicción a la "amachu", o amatxu para ser más ortodoxo, ya saben, la que mejor hace las albóndigas... el inmaduro, digo, escoge a discreción lo que le conviene en cada caso. Y así nunca se siente responsable de lo que dice ni hace. Si comete un crimen, se acoge a la ficción. Si pena en la cárcel, se queja de la realidad. El caso es ser siempre bueno para que amatxu le siga haciendo albóndigas.
Estuvo muy bien lo del otro día cuando Otegui le explicaba con cara angelical al tribunal que le juzgaba lo duro que es pasar 24 horas en la cárcel. Y la más angelical que puso cuando la fiscal le contestó que más duro era pasarlas en el cementerio. Y es que no iba con él porque él estaba entonces en un escenario.
ETA se muestra <<plenamente convencida>> de poder alcanzar un escenario de paz y libertad.
Yo no me voy a poner ahora a mirar el diccionario para saber que es lo que se está diciendo cuando se dice escenario. Escenario es el lugar donde están los actores que representan una ficción. Y punto. Luego están las personas, o los agentes sociales sociales si quieren, que representan la realidad allí donde las circunstancias obligan. Que no suele ser, precisamente, un escenario.
Pero ya se sabe que no hay nada que tanto caracterice a la gente inmadura como la perpetua confusión entre la realidad y la ficción. El inmaduro por lo que sea, por adicción a la "amachu", o amatxu para ser más ortodoxo, ya saben, la que mejor hace las albóndigas... el inmaduro, digo, escoge a discreción lo que le conviene en cada caso. Y así nunca se siente responsable de lo que dice ni hace. Si comete un crimen, se acoge a la ficción. Si pena en la cárcel, se queja de la realidad. El caso es ser siempre bueno para que amatxu le siga haciendo albóndigas.
Estuvo muy bien lo del otro día cuando Otegui le explicaba con cara angelical al tribunal que le juzgaba lo duro que es pasar 24 horas en la cárcel. Y la más angelical que puso cuando la fiscal le contestó que más duro era pasarlas en el cementerio. Y es que no iba con él porque él estaba entonces en un escenario.
miércoles, 13 de julio de 2011
Libros
Dos en la vida y una en los libros. Esa es según Cervantes la buena proporción de aprendizaje. Quizá fue la suya que tan buenos frutos dio. Una excepción, en cualquier caso. Porque, si no ando equivocado, lo frecuente es que, una de dos, o se aprende todo, o casi todo, en los libros o, bien, casi todo en la vida, es decir, en la calle.
Uno, por las circunstancias de la vida, ha tendido a querer sacarlo todo de los libros. Un letraherido que se dice. Lletraferit en catalán.Y así es que si ahora me pusiesen en un montón todas las pesetas que gasté en las librerías, a buen seguro que no podría saltarlo a pesar de que conservo cierta agilidad. Y eso que también tiré de bibliotecas públicas, sobre todo en mis años salmantinos, que nunca, allí, se me pudo pillar desocupado al respecto.
Cuando se aprende todo, o casi todo, en los libros, se nota: se sirve para bien poco. Desde luego que, en cualquier caso, poco para las cosas prácticas de la vida. Y más poco, todavía, para eso que llaman inteligencia emocional. Es decir, para afrontar con equilibrio todos esos trances de la vida que requieren sangre fría.
Así que a uno no le queda más remedio que preguntarse: ¿soy así porque leí mucho o leí mucho porque me sentía un mierda? Bonito dilema.
El caso es que andaba por los primeros cuarenta y sin perder en absoluto la querencia lectora me empecé a dar cuenta de que una cosa es leer y otra tener libros. Y que la tenencia es un verdadero incordio sobre todo si te sientes inclinado a practicar lo que aprendistes en los libros que no es otra cosa, a qué engañarse, que a vivir en libertad. O a intentarlo, por lo menos. Y así fue que empecé a deshacerme de ellos. Una biblioteca pública por aquí, unos amigos por allá... los últimos los dejé en la biblioteca de La Vidriera de Camargo on my mind.
Así y todo, siempre ha habido unos cuantos ejemplares de los que no me he podido desprender. Mayormente, los que suelo consultar, pero también otros con alguna carga sentimental. Muy pocos en total. O eso es lo que creía antes del último traslado. Luego resultaron ser los suficientes para llenar cuatro cajas y media. Una verdadera lata.
Ayer me decidí a desembalarlos. Fui a AKI y compré la estantería más barata que encontré. 9,95 €. Una verdadera porquería. Es tan endeble que tuve que sujetarla a la pared para darle un poco de equilibrio.
Total, que mientras les iba colocando me iba diciendo: ¿y éste? ¿y éste? ¿y éste?... Ya está, concluí: urge organizar un nuevo auto de fe que los reduzca a la mitad por lo menos.
Además, los tiempos están cambiando. Dentro de cuatro días habrá una gran oferta para el libro digital. ¿Que no es lo mismo? ¿Que te gusta el tacto y el olor del papel? Bueno, sí, pero mira, y huele, en Torrelavega, o en Biganos, o en Tolosa... nada que ver con las rosas.
Uno, por las circunstancias de la vida, ha tendido a querer sacarlo todo de los libros. Un letraherido que se dice. Lletraferit en catalán.Y así es que si ahora me pusiesen en un montón todas las pesetas que gasté en las librerías, a buen seguro que no podría saltarlo a pesar de que conservo cierta agilidad. Y eso que también tiré de bibliotecas públicas, sobre todo en mis años salmantinos, que nunca, allí, se me pudo pillar desocupado al respecto.
Cuando se aprende todo, o casi todo, en los libros, se nota: se sirve para bien poco. Desde luego que, en cualquier caso, poco para las cosas prácticas de la vida. Y más poco, todavía, para eso que llaman inteligencia emocional. Es decir, para afrontar con equilibrio todos esos trances de la vida que requieren sangre fría.
Así que a uno no le queda más remedio que preguntarse: ¿soy así porque leí mucho o leí mucho porque me sentía un mierda? Bonito dilema.
El caso es que andaba por los primeros cuarenta y sin perder en absoluto la querencia lectora me empecé a dar cuenta de que una cosa es leer y otra tener libros. Y que la tenencia es un verdadero incordio sobre todo si te sientes inclinado a practicar lo que aprendistes en los libros que no es otra cosa, a qué engañarse, que a vivir en libertad. O a intentarlo, por lo menos. Y así fue que empecé a deshacerme de ellos. Una biblioteca pública por aquí, unos amigos por allá... los últimos los dejé en la biblioteca de La Vidriera de Camargo on my mind.
Así y todo, siempre ha habido unos cuantos ejemplares de los que no me he podido desprender. Mayormente, los que suelo consultar, pero también otros con alguna carga sentimental. Muy pocos en total. O eso es lo que creía antes del último traslado. Luego resultaron ser los suficientes para llenar cuatro cajas y media. Una verdadera lata.
Ayer me decidí a desembalarlos. Fui a AKI y compré la estantería más barata que encontré. 9,95 €. Una verdadera porquería. Es tan endeble que tuve que sujetarla a la pared para darle un poco de equilibrio.
Total, que mientras les iba colocando me iba diciendo: ¿y éste? ¿y éste? ¿y éste?... Ya está, concluí: urge organizar un nuevo auto de fe que los reduzca a la mitad por lo menos.
Además, los tiempos están cambiando. Dentro de cuatro días habrá una gran oferta para el libro digital. ¿Que no es lo mismo? ¿Que te gusta el tacto y el olor del papel? Bueno, sí, pero mira, y huele, en Torrelavega, o en Biganos, o en Tolosa... nada que ver con las rosas.
martes, 12 de julio de 2011
Vamos a la playa
De niño, un día de playa era el delirio. Miraba al cielo siempre amenazante del Cantábrico y si se desataba el diluvio y la excursión se cancelaba mi desolación era casi infinita. Pero fueron muchos los días de gloria en aquellas playas casi vírgenes del litoral santanderino.
Después, el entusiasmo fue decayendo y sólo en la agitación de los treintaitantos y con la ayuda de los porros hubo una pequeña remontada. Luego, de los cuarenta para arriba, mojarme la barriga ha sido más bien tormento por compromiso. Bueno, quizá no tanto, porque de Pascuas a Ramos puede resultar agradable darme un cole siempre y cuando no se acompañe de largas demoradas sobre la arena. Y menos al sol.
Sin embargo, hay una circunstancia en la que me gustan las playas largas y en forma de cimitarra. Un día calmo, fuera de temporada, al ser posible en invierno, pasear de un extremo al otro y vuelta, escuchando el suave romper de las olas.
Sí, tengo que confesarlo, voy por lo que sea a una playa, me tumbo en la arena y, automáticamente, doy en pensar que estoy de más en este mundo. No lo puedo remediar, me aburro y empiezo a considerar todas las cosas entretenidas que pudiera estar haciendo si estuviera en otra parte. Es un sentimiento muy común del género humano en las más diversas circunstancias. Nietzsche, por ejemplo, nunca pudo disfrutar de los museos porque entrar en uno y ponerse a pensar en lo bueno que debía estar haciendo fuera todo era uno.
En fin, admiro el entusiasmo que ponen tantos por dorarse al sol, entre cole y cole, tumbados sobre la arena. Lo mismo que admiro el infinito amor a los perros, o a los viajes, o a asar chuletas en la barbacoa. Cada cual se las apaña a su manera para soportar este valle de lágrimas. Que no es fácil por cierto. Yo procuro apañármelas con unas cosas y otras. Manías todas ellas según para quién. Pero, en cualquier caso, lejos del mundanal ruido si me dejan.
sábado, 9 de julio de 2011
Tierras Altas
Venía yo de las Tierras Bajas con un eczema dishidrótico en las manos que, si no por la calle de la amargura, sí que me traía de un humor tornadizo de muy mal sobrellevar. Es lo que pasa cuando los dedos se te llenan de ampollas y picores que acaban en carnicería. Dommage. Pero dos días de Tierras Altas han bastado para cerrar las grietas y atemperar los picores hasta el punto de que ya casi me doy por recuperado.
Palencia en verano, con máximas entre los 25 y 30 y mínimas alrededor de los 12, por la gracia de Dios, es el Edén. Gente, la justa. Casi todos se fueron al pueblo de sus ancestros. O a la playa, quizá, los que ya se descastaron. Ruidos, los inevitables. El acorde perfecto, la, do sostenido, mi, la, que me llega desde la estación, aquí al lado, cada vez que un tren está a punto de partir. O de llegar.
Hemos desayunado en la terraza y después nos hemos ido por ahí en bicicleta. Hasta Husillos o así. En la umbría de El Sotillo hacía un frío que pelaba. Por la carretera, un viento de noroeste cimbreaba las copas de los chopos y los alisos. Luego, cuando ya regresábamos, el viento ha rolado a suroeste. Así ha sido que siempre lo hemos llevado de frente. Se agradecía.
Junto a la rotonda que distribuye los caminos, bien hacia Sahagún, bien hacia Carrión, hay un merendero que se llama Zapatones. Anuncian especialización en carnes a la brasa y gambas a la plancha. Es un sitio que parece francés. Con un gran entoldado y muchos parterres colgantes con flores multicolores. No hemos podido resistirlo y ha caído una de gambas. Y unas cañas. Sitio curioso. En el largo pasillo que he tenido que recorrer para llegar a los lavabos había por las paredes una hermosa colección de cartas marinas, mapas antiguos y fotos de yates ingleses del XIX. Se lo he alabado al dueño que, sin embargo, me ha parecido estar mucho más orgulloso de la colección de grabados con temas taurinos que hay en el comedor. Me ha preguntado si era aficionado a los toros y le he dicho la verdad. Luego, él, me ha alabado la afición a la bicicleta. Lo de los toros, he pensado, pasaré otro día a tratarlo más de cerca. Antes de tomar las cañas.
En resumidas cuentas, que la cañas nos han torcido la voluntad y, por tanto, en vez de venir a comer a casa, cual era el propósito inicial, nos hemos ido al restaurante San Pablo.
El restaurante San Pablo me lo recomendó el mozo que me trajo los muebles de Alar. Creo que es lugar que merece algunas consideraciones a parte. Se llama así, supongo, porque está junto a la plaza del mismo nombre. Pero eso no tiene la menor importancia. Lo que la tiene es lo bien que te atienden y lo bien que se come por la módica cantidad de siete con cincuenta euros. Siete con cincuenta euros todos los días del año menos dos: Navidad y Año Nuevo. Desde la fachada, muy modesta, casi desapercibida, se adentra uno por un corredor con una mesa alargada siempre preparada y vacía. Sobre la pared hay unos cuadros de flores como los que venden en la gasolinera de Becerril de Carpio. Al fondo está la gran sala comedor siempre rebosante de la gente más variopinta. Jubilados, obreros, estudiantes americanos...todo el mundo parece estar al borde de la euforia. En fin, procuraré no abusar porque he podido comprobar que la clientela con más pinta de habitual no luce lo que se dice una figura esbelta. Total, que lo mismo la ensaladilla rusa que el filete de lenguado rebozado estaban estupendos. Y el melón delicioso.
Luego, el café, en "El Rabel" de la Plaza de San Pablo. Casi al lado de casa. La siesta.
Palencia en verano, con máximas entre los 25 y 30 y mínimas alrededor de los 12, por la gracia de Dios, es el Edén. Gente, la justa. Casi todos se fueron al pueblo de sus ancestros. O a la playa, quizá, los que ya se descastaron. Ruidos, los inevitables. El acorde perfecto, la, do sostenido, mi, la, que me llega desde la estación, aquí al lado, cada vez que un tren está a punto de partir. O de llegar.
Hemos desayunado en la terraza y después nos hemos ido por ahí en bicicleta. Hasta Husillos o así. En la umbría de El Sotillo hacía un frío que pelaba. Por la carretera, un viento de noroeste cimbreaba las copas de los chopos y los alisos. Luego, cuando ya regresábamos, el viento ha rolado a suroeste. Así ha sido que siempre lo hemos llevado de frente. Se agradecía.
Junto a la rotonda que distribuye los caminos, bien hacia Sahagún, bien hacia Carrión, hay un merendero que se llama Zapatones. Anuncian especialización en carnes a la brasa y gambas a la plancha. Es un sitio que parece francés. Con un gran entoldado y muchos parterres colgantes con flores multicolores. No hemos podido resistirlo y ha caído una de gambas. Y unas cañas. Sitio curioso. En el largo pasillo que he tenido que recorrer para llegar a los lavabos había por las paredes una hermosa colección de cartas marinas, mapas antiguos y fotos de yates ingleses del XIX. Se lo he alabado al dueño que, sin embargo, me ha parecido estar mucho más orgulloso de la colección de grabados con temas taurinos que hay en el comedor. Me ha preguntado si era aficionado a los toros y le he dicho la verdad. Luego, él, me ha alabado la afición a la bicicleta. Lo de los toros, he pensado, pasaré otro día a tratarlo más de cerca. Antes de tomar las cañas.
En resumidas cuentas, que la cañas nos han torcido la voluntad y, por tanto, en vez de venir a comer a casa, cual era el propósito inicial, nos hemos ido al restaurante San Pablo.
El restaurante San Pablo me lo recomendó el mozo que me trajo los muebles de Alar. Creo que es lugar que merece algunas consideraciones a parte. Se llama así, supongo, porque está junto a la plaza del mismo nombre. Pero eso no tiene la menor importancia. Lo que la tiene es lo bien que te atienden y lo bien que se come por la módica cantidad de siete con cincuenta euros. Siete con cincuenta euros todos los días del año menos dos: Navidad y Año Nuevo. Desde la fachada, muy modesta, casi desapercibida, se adentra uno por un corredor con una mesa alargada siempre preparada y vacía. Sobre la pared hay unos cuadros de flores como los que venden en la gasolinera de Becerril de Carpio. Al fondo está la gran sala comedor siempre rebosante de la gente más variopinta. Jubilados, obreros, estudiantes americanos...todo el mundo parece estar al borde de la euforia. En fin, procuraré no abusar porque he podido comprobar que la clientela con más pinta de habitual no luce lo que se dice una figura esbelta. Total, que lo mismo la ensaladilla rusa que el filete de lenguado rebozado estaban estupendos. Y el melón delicioso.
Luego, el café, en "El Rabel" de la Plaza de San Pablo. Casi al lado de casa. La siesta.
jueves, 7 de julio de 2011
Batisson en bois
Parece ser que en Francia lo que mola es construir las casas a base de madera. Es lo más sostenible, pregona un anuncio institucional. Y la verdad es que sí, que hay madera por todas partes para parar un tren. El caso es que aunque sólo conozco America por las fotos, me parece que las nuevas urbanizaciones francesas se parecen mucho a las que hay por San Francisco y así. Casitas pequeñas y muy monas en las que nada malo puede suceder.
Por ejemplo esta, un restaurante au bord de la mer.
O esta otra, con pequeños negocios en los bajos
O esta pequeña vivienda o lo que sea.
Un aspecto muy acogedor, en definitiva. Sin más tránsito motorizado que el imprescindible y mucha bicicleta.
Y luego ese aire decadente que le dan los pier que se adentran en el mar.
Y, eso sí, les recomiendo que si para regresar a casa tienen que atravesar el País Vasco Español, vayan provistos de una lupa, no sea que tengan que parar en cualquier estación de servicio a restaurarse y les den gato por liebre.
Por ejemplo esta, un restaurante au bord de la mer.
O esta otra, con pequeños negocios en los bajos
O esta pequeña vivienda o lo que sea.
Un aspecto muy acogedor, en definitiva. Sin más tránsito motorizado que el imprescindible y mucha bicicleta.
Y luego ese aire decadente que le dan los pier que se adentran en el mar.
Y, eso sí, les recomiendo que si para regresar a casa tienen que atravesar el País Vasco Español, vayan provistos de una lupa, no sea que tengan que parar en cualquier estación de servicio a restaurarse y les den gato por liebre.
lunes, 4 de julio de 2011
Destination Vélo
No lo puedo remediar, cada vez que cruzo en dirección norte los Pirineos, a las pocas horas, me entra la gran depresión. No por nada sino porque constato que no soy ni valiente ni inteligente ni tantas otras cosas que merece la pena ser en esta vida. Porque si fuese alguna cosa de esas a buenas horas me iban a pillar a mí viviendo en España.
Es penoso viajar. Y más en coche acarreando las bicicletas. Pero de pronto llegas a una ciudad, Bordeaux en concreto, aparcas y preparas las bicicletas. Y a randonear se ha dicho. Toda la ciudad está preparada para la bicicleta. Y la gente lo aprovecha. Hasta los ancianos de cien años para arriba se desplazan pedaleando. Aunque Bordeaux, que muestra todo el esplendor de haber sido la capital mundial del vino, en la actualidad no es más que más de lo mismo: pasto para turistas. Turistas pour ci, pour là, y su corolario inevitable, los camareros. Camareros simpáticos, eso sí, pero demasiados. En fin, lo de siempre, ellos están donde están porque nosotros venimos.
De Bordeuax a Lacanau-Ocean hay una piste cyclable, pero como hemos cometido el tremendo error de llevar el coche no nos queda más remedio que llevárnoslo, porque un aparcamiento en Bordeaux te cuesta un ojo y la mitad del otro. Lo dejamos en el Étang de Lacanau, un lugar que parece un cuadro de Seurat. Bueno, Seurat más unos aviones que están repostando continuamente agua para apagar un fuego que hay por allí cerca. La gente parece disfrutar de lo lindo con el espectáculo móvil en ristre para dejar constancia de que ellos estuvieron allí.
Desde el Étang vamos por la piste cyclable hasta Lacanau-Océan. Todo el rato entre Pinos.
Nos instalamos en L´Hotel L´Oyat de Lacanau. La habitación, con vistas al mar. 104 € al día a media pensión para dos personas. La cena ni te digo. En cualquier lugar de España no la pagas con los ciento cuatro euros. En fin, ya digo, son las cosas que me deprimen.
Luego, por la mañana, después del desayuno a cicloturistear por el sinnúmero de pistas para bicicleta que hay por los alrededores.
Ya digo, si pertenecemos a la misma comunidad económica, por qué esas diferencias de precio y calidad.
Por lo demás he podido comprobar que la gran aportación española a la cultura universal comtemporánea son las tapas. Multitud de bares las ofrecen.
Es penoso viajar. Y más en coche acarreando las bicicletas. Pero de pronto llegas a una ciudad, Bordeaux en concreto, aparcas y preparas las bicicletas. Y a randonear se ha dicho. Toda la ciudad está preparada para la bicicleta. Y la gente lo aprovecha. Hasta los ancianos de cien años para arriba se desplazan pedaleando. Aunque Bordeaux, que muestra todo el esplendor de haber sido la capital mundial del vino, en la actualidad no es más que más de lo mismo: pasto para turistas. Turistas pour ci, pour là, y su corolario inevitable, los camareros. Camareros simpáticos, eso sí, pero demasiados. En fin, lo de siempre, ellos están donde están porque nosotros venimos.
De Bordeuax a Lacanau-Ocean hay una piste cyclable, pero como hemos cometido el tremendo error de llevar el coche no nos queda más remedio que llevárnoslo, porque un aparcamiento en Bordeaux te cuesta un ojo y la mitad del otro. Lo dejamos en el Étang de Lacanau, un lugar que parece un cuadro de Seurat. Bueno, Seurat más unos aviones que están repostando continuamente agua para apagar un fuego que hay por allí cerca. La gente parece disfrutar de lo lindo con el espectáculo móvil en ristre para dejar constancia de que ellos estuvieron allí.
Desde el Étang vamos por la piste cyclable hasta Lacanau-Océan. Todo el rato entre Pinos.
Nos instalamos en L´Hotel L´Oyat de Lacanau. La habitación, con vistas al mar. 104 € al día a media pensión para dos personas. La cena ni te digo. En cualquier lugar de España no la pagas con los ciento cuatro euros. En fin, ya digo, son las cosas que me deprimen.
Luego, por la mañana, después del desayuno a cicloturistear por el sinnúmero de pistas para bicicleta que hay por los alrededores.
Ya digo, si pertenecemos a la misma comunidad económica, por qué esas diferencias de precio y calidad.
Por lo demás he podido comprobar que la gran aportación española a la cultura universal comtemporánea son las tapas. Multitud de bares las ofrecen.
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