Me vine pacá. A la Meseta. A experimentarme mesetario. A, en definitiva, reponerme. Porque, vive dios, qué catarro. No había forma de pelarlo. Los aires de la Ferroatlántica en nada me favorecían. La agitación vecinal, tampoco. Así que, aquí, tres días y ya soy persona. Aire puro, luz diáfana, ínfima demografía, en fin, ya saben, el remedio de la abuela.
Camargo. Lo echaré de menos. Aquella vitalidad purificadora a fuer de autodestructiva. Sin reposo ni perdón. Agitación de hormiguero amenazado. Mentalidad de istmo por donde todo pasa y nada queda salvo los envases desechables y la pose señoritil del aristocratismo sindical. ¡Ya salió el convenio, Lin!
Sí, hay que reconocerlo, aquello es inspirador. Con sus yonkis y camellos, sus horteras y chorizos, sus putas y chaperos, para dar colorido a la historieta. Y luego, cómo no, los encantos de la comunidad encaminada: el club de petanca, el baile de los jubiletas, el centro cultural...
En fin, ya saben, cada día tiene su afán. Y el mío de hoy no va a ser precisamente el de lamentarme por la seguridad dejada atrás sino el de regocijarme por la mucha incertidumbre recuperada. Porque, desengáñense, sin incertidumbre lo más, lo más que hay es simulacro de vida.
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