jueves, 28 de abril de 2011

Hereje vocacional.

Y lo mejor de todo es que todavía no me han quemado en la hoguera.

De los viajes pienso como Stern, que se hacen por necesidad, por enfermedad o por pura y simple imbecilidad. Bueno, quizá Stern se pasaba. El viajó hacia el sur tratando de poner algún remedio a su molesta tuberculosis. Así que no sabemos qué es lo que hubiese pensado de los viajes de haber sido un tipo sano. Seguramente hubiese atemperado lo de la imbecilidad dejándolo en una simple terapia antiaburrimiento. O cosa por el estilo. A mí, de todas formas, en lo que hace a esta liturgia, que me registren. Nadie encontrará la menor afición como no se considere viaje al natural transcurrir de día a día con sus inevitables sobresaltos.

De los perros pienso que no hay animal que se le pueda comparar en cuanto a grado de estupidez. Todo el día metiendo el morro en cacas y pises y luego yendo a restregarlo por las manos y rostros del que se deja. Y eso no es nada comparado con el triste y continuo concierto al que te puedes ver sometido si el vecino de al lado tiene unos perritos, ya sea sueltos o atados, pero siempre prestos a defender a ladridos el predio de su amo. Es la propia estupidez de su instinto la que le lleva a considerar que todo lo que se mueve alrededor de su territorio es enemigo potencial al que hay amedrentar. Una verdadera delicia de la que no hay otra forma de escapar que cambiando de domicilio, porque el dueño del chucho antes se dejará matar que consentir en prescindir de tan fiel servidor. En fin, razón e instinto, dos conceptos por así decirlo contrapuestos, o casi, que los chuchos han conseguido mezclar hasta hacerlos indistinguibles. Inteligente, cariñoso, fiel, sin lugar a dudas mucho más que las personas, es el chucho. ¡Qué le vamos a hacer!

Del fútbol, no sé qué decirles. Vi algunos partidos cuando, a los diez años, estando a la sazón interno en un colegio, me llevaban los domingos a "Los Campos de Sport" a ver jugar al equipo local. Supongo que entonces, contagiado por el ambiente partidista imperante, algo me emocionaría. Pero el caso es que al año siguiente me sacaron del internado y ya nunca más volví a un campo de fútbol. Luego, ya bastante mayor, en Barcelona, recuerdo haber hecho algún intento de integración mirando la pantalla del televisor mientras jugaba el Barça, pero resultó inútil. No conseguía centrar la atención. Seguramente era a causa de la falta de conocimientos técnicos sobre la materia en cuestión, aunque, no sé, quizá también influyese mi congénita incapacidad para tomar partido en asuntos en los que no me veo concernido. Un juego que juegan otros, por definición, no me interesa. Y lo de identificar equipos con patrias y toda esa basura, francamente, me parece cosa de oligofrénicos... por muy extendida que esté la epidemia.

Luego están los conspiranóicos, los naturalistas, los exquisitos, los, en definitiva, vampiros de los que conviene guardarse porque siempre están dispuestos a tirar su mondadientes usado a la hoguera en la que querrían quemarte para ganar alguna indulgencia.

martes, 26 de abril de 2011

Cuidado con el cangrejo

 


Una cosa es el Austropotamobius pallipes  y otra bien diferente el Procambarus clarkii. Bien, esta será una de las cosas que habrá que dejar meridianamente clara a los niños de los colegios y a los grupos de jubilados cuando acudan a visitar el Centro de Interpretación del Cangrejo que ya se encuentra en avanzado estado de gestación en la orilla derecha del regato Burejo a su paso por Herrera de Pisuerga. 

Pues sí, que ya lo pregona la sabiduría popular: otros vendrán que de tu casa te echarán. Y así ha sido que el procambarus clakii, venido de las américas del norte, ha desplazado de nuestros ríos al austropotamobius pallipes, de casa de toda la vida. Y no es casualidad que así haya sido, porque, al parecer, el austropotamobius es un flojo que lo agarra todo y no aguanta un mal vertido, mientras que al procambus ya le puedes echar toda la mierda que quieras que no hace otra cosa que alimentarle. 

Total, que hoy día es más fácil encontrar pepitas de oro que cangrejos autóctonos en nuestros ríos. Quizá, con mucha suerte, podrás encontrar alguno junto a las fuentes, en lo alto de las montañas. Lo demás, todo americano. Y los americanos, según me han explicado los proscritos, no valen para tomar por el saco. Apenas tienen carne. Y la que tienen, no sabe a nada. Claro que, bien es verdad, a los proscritos les revira el juicio la nostalgia de cuando cogían, agarraban, mataban un águila, la dejaban al sereno un par de días y luego usaban su carne como cebo. No veas, en un par de horas llenaban cuatro cubos y porque no querían más. Aquellos si que eran cangrejos. 

Los de hoy, lo puedo atestiguar, son lo más parecido a una plaga. Bajas por el canal y a poco que te fijes los verás a docenas tomando el sol en las orillas. Pero da igual, muchos o pocos, mierdas o no, a la gente le gusta pescarlos para hacer grandes peroladas con ellos. Y se los regalan unos a otros. Y acaban por lo general en la basura. Porque, ya digo, a penas tienen qué comer. Y no es que hable de oídas, que una vez me los dieron en el menú de la fonda y tuve que pedir otra cosa para no quedar con hambre.  

En fin, de estas y otras muchas cosas que yo ignoro, se podrán enterar los visitantes del futuro Centro de Interpretación del Cangrejo. Así que, no sufran aquellos que vieron sus emolumentos mermados por ley, porque nuestras autoridades hacen buen uso de lo sustraído. Estamos en buenas manos. 

domingo, 24 de abril de 2011

Parada y fonda

De Alar a Frómista con parada y fonda en Melgar.

Serían las once cuando nos echamos a la carretera. Un ligero viento del nordeste nos facilitaba el pedaleo. El sol  se asomaba a ratos, siempre entre nubes de cariz amenazante. Había poco tráfico por la antigua general que seguimos hasta Herrera. Allí, torcimos a la izquierda, cruzamos el Pisuerga, luego el Canal de Castilla y, unos cien metros más allá giramos a la derecha para tomar la carreterita que se dirige al sur bordeando todo el rato el río Pisuerga. Por el barro que invadía la calzada se podía inferir que las horas precedentes habían sido inusitadamente lluviosas. También lo atestiguaba el verdor de los trigales. Nunca había visto frondosidad semejante.

Terreno llano con alguna pequeña colina que salvar. Hinojosa, Zarzosa, siempre de Riopisuerga. En Zarzosa paramos para un pequeño refrigerio que llevábamos en las alforjas. La plaza estaba llena de niños jugando según su sexo y condición. Fútbol y muñecas. Los del fútbol nos dijeron que llegar a Melgar estaba chupao. Veinte kilómetros o así.

Seguimos ruta. Las colinas se hicieron algo más costosas de salvar, pero poca cosa. Los horizontes, cada vez  más lejanos. El cielo con intermitencias de sol y negros nubarrones. Por el norte se les veía descargar con ganas. Castrillo de Riopisuerga, Rezmondo. Las eras ya iban tomando proporciones de Medio Oeste americano. La impresión de riqueza era considerable. Valtierra de Riopisuerga. Subir y bajar colinas como curvas de mujer. Cada vez más pegados al río, las ermitas y las granjas anuncian ya la proximidad de la gran aglomeración. A la vuelta de una curva la imponente silueta de la iglesia de la Asunción. ¿Pero a dónde van con eso? Si es sólo un pueblo. Un pueblón si quieren. Y con el nombre más campanudo de toda la geografía nacional. Melgar de Fernamental. Con resonancias de caballero de la Tabla Redonda.

El Sábado de Gloria, a la hora del vermut, Melgar es una fiesta. Pandillas endomingadas entran y salen de los bares para cumplir con el rito. Es la España eterna. Risas, bromas, jolgorio. A la entrada de la plaza nos sale al paso una mesonera ofreciéndonos comida y acomodo para las bicicletas. Aceptamos. Nos sentamos en la terraza con vistas a la plaza. Buena comida, inmejorable atención. El café, diez. Cae un chaparrón y corren los toldos para que podamos continuar recreándonos con el espectáculo. Ese centro cultural en el medio de la plaza con hechuras de iglesia, pero también de logia masónica, o, si se quiere, por el estilo de los soportales que le flanquean, de academia platónica. La alameda de plátanos entrelazados, los bancos de diseño. Todo peatonal. Un pueblo hermoso y, eso, a pesar de que el caserío es más bien pobretón.

Salimos de Melgar por la carretera que lleva a Castrogeriz. El futuro se presenta incierto. Una panza de burro gigantesca está descargando un poco más allá. Dudamos. Parece que se aleja. Decidimos aventurarnos.  Cuatro kilómetros hasta Arenillas de Riopisuerga. Torcemos a la derecha y buscamos la iglesia para sestear un rato en su atrio. El atrio tiene el candado echado, pero delante hay dos bancos de hierro que nos vienen como de molde para lo que nos proponemos. Descansamos un rato y seguimos camino. Terreno llano, trigales hasta el horizonte, choperas por el lado del río. En Palacios de Riopisuerga se gira a la derecha para ir a cruzar el río por un puente medieval tan bien restaurado que parece un parque temático. A la salida del puente, Lantadilla. Lantadilla rezuma prosperidad. Nos dicen que apenas quedan veinte kilómetros para Frómista. Las panzas de burro amenazan por los cuatro costados. Se las ve descargar con alegría, pero nos están respetando. Hasta llegar a Requena de Campos en donde nos ponemos asubio en una nave llena de aperos de labranza. Dura poco el chaparrón. Seguimos camino.

Siete kilómetros a Frómista y casi todo cuesta abajo. No tardamos en llegar. Antes de entrar al pueblo descansamos un rato junto a la Ermita del Otero. Desde luego que en pocos lugares se ven sitios tan paradisiacos y tan solitarios como en estos pueblos de Castilla. Vamos para el pueblo. Se ven peregrinos, pero no exagerado. Damos unas vueltas y tomamos un café con pastas. Vamos a la estación para tomar el tren de regreso a casa. En la estación hay tertulia supervisada por el discapacitado mental del pueblo, un viejo conocido de anteriores incursiones en el territorio. El nos pone al tanto de todo lo concerniente a la llegada del tren. Porque esas estaciones ya no tienen factor que las sirva. Subimos al tren con las bicicletas. No eramos los únicos ciclistas. Antes de bajarse en Herrera le preguntaron al factor si eran muchos los ciclistas que tomaban el tren. Demasiados para mi gusto, respondió el tipo. Cinco minutos después, nos apeamos en Alar.

En definitiva, sesenta kilómetros de carreteras llanas perfectamente asfaltadas en los que nos cruzamos con unos diez coches. Lo demás, lo dicho.

 

sábado, 23 de abril de 2011

Tiempo de penitencia.

No tengo ni idea en qué consiste el juego de chapas. Lo único que sé es que cuando llega la Semana Santa no se habla de otra cosa por estos pueblos del norte castellano. ¿Has ido a las chapas?, le preguntaba un cliente al camarero del restaurante La Cañada de Fuencaliente al que fuimos ayer a comer. Y cuando paseaba por el monte con los proscritos, en llegando estas fechas, no tenían otro tema. Quién  había ganado, quién había perdido. Y las cantidades, por lo general astronómicas teniendo en cuenta lo precario de las economías de la zona.

Yo ya sabía de la existencia de las chapas largo ha. Desde mis tiempos de estudiante en Valladolid. Valladolid, famoso por sus procesiones y sermones de las siete palabras. Pero de todos era sabido que la realidad más candente de la Semana  Santa vallisoletana se encontraba detrás de las puertas entornadas de los bares. Allí, al parecer, la gente se estaba jugando hasta la camisa.

Gente de vida ordenada y anodina, por lo general creyente, que, quizá, al ver lo que le está pasando a Cristo, llegan a la conclusión de que también ellos necesitan emociones fuertes. Y ninguna  tan fuerte como poner en riesgo la economía familiar. Pero no sólo es eso. También, supongo, contará el ansia de protagonismo. Como Cristo, una vez más. Sí gana, suscitará la envidia o admiración de la comunidad. Si pierde, la compasión . En cualquier caso, ser alguien por un día. Como Cristo.

Inextricable psique del ser humano. Por grande que sea su apariencia de estabilidad, parece ser que le cuesta vivir sin recurrir a un cierto grado de pulsión suicida. Como si necesitase afrontar riesgos para tomar conciencia de sí mismo. Y por eso será, digo yo, que cuando no hay riesgos en el horizonte, se los inventa.

Las chapas, el juego, bonita forma de emular la inmolación divina para la redención de los pecados del mundo.

viernes, 22 de abril de 2011

VIVA LA EVOLUCIÓN

Me reta Teresa a que cambie mi argumento y escriba una entrada sosteniendo que la geografía condiciona la  forma de ser de las personas que la habitan. Bien, lo que me pide es que haga un poco de Luciano de Samosata  exponiendo las razones por las cuales se llega a la conclusión de que la mosca cojonera es un animal maravilloso.

Pues sí, efectivamente, la geografía es importante. Plutarco dejó constancia de ello. En uno de sus escritos nos explica como  los habitantes de las montañas tienden a ser defensores de la democracia. Los de la llanura, de la tiranía. Los de la costa, ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario. Y es lógico que así sea porque los de la montaña viven aislados y les gusta organizarse por su cuenta para campar por sus respetos, llevando sus rebaños a donde les conviene y, si alguien les amenaza,  defienderse por sus propios medios. Los de la llanura, por contra, necesitan leyes severas y una mano ejecutora que les defienda de los salteadores de cosechas. Los de la costa agarran el barco y se van por ahí a comerciar con quién sea que se les pone a tiro, lo cual les obliga a no andarse con remilgos ideológicos. En fin, este es un ejemplo como otros mil que se podrían poner, porque no es lo mismo arar, tirar la semilla, abonar y cosechar, cuatro días en total, en Osorno, un suponer, que vivir a toque diario de sirena en Baracaldo. O ser pescador en Cudillero, que ser municipal en Parla.

Es el famoso contexto que importa y produce la diferenciación cultural que determina las formas de comunicarse y las enriquece, como afirma Teresa. Qué duda cabe. Y además, que los contextos son, si no infinitos, si tan numerosos como personas existen en el mundo. O casí. Porque hay una cosa que conocemos desde que Freud se puso a teorizar sobre ella: el narcisismo de las pequeñas diferencias. Por mucho que los seres humanos sean iguales entre sí en la inmensa mayoría de las cosas, a la hora de definirse agrandarán hasta la ridiculez las pequeñas diferencias carentes las más de las veces de significación.

Las lenguas, por ejemplo. ¿Qué son las lenguas? Para mí está claro: la lengua es el vehículo en el que se trasportan las ideas. Es decir, lo importante es la idea, no el vehículo. Pero sé que no es éste el sentir general, ni mucho menos. Hay muchísima gente que piensa que las ideas cambian, o se matizan, según sea la lengua con la que se trasmiten. Como si la lengua fuese una especie de alma superpuesta. Y por eso es que las defienden a muerte sin importarles las barreras artificiales que con ello se levantan entre los seres humanos. Y en habiendo barreras, hay diferencias que por la general, a qué engañarse, se suelen resolver a tortas. Pero, en cualquier caso, la idea sigue siendo la idea la pongas o no lazos de colores.

Ahora que lo que sí que, a mi juicio, condiciona, y mucho, es el tamaño de la aglomeración humana en la que se vive. De la Corte al Cortijo hay toda una gama que tiene su punto de inflexión en el momento que la persona  empieza a sentirse individuo anónimo. Eres individuo anónimo o eres miembro de una comunidad. Ir por libre o estar controlado. Nada condiciona tanto. La metrópolis o la provincia. Y por eso será que, por lo general, uno de Madrid tenga más afinidades con uno de Londres que no con uno de Manganeses de la Polvorosa donde tiran la cabra desde el campanario. La lengua poco tiene que ver en esto.

Y por no dar más la lata con tan gastado asunto, me detendré un instante en lo de la diferenciación cultural. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de diferenciación cultural? ¿A que unos corren delante de los toros y otros arrastran Cristos por las calles? Diferentes costumbres en definitiva. Costumbres, todo hay que decirlo, que afectan a una parte mínima del cotidiano devenir. No, la verdad, para mí eso contribuye bien poco a la diferenciación cultural. Lo que creo que produce diferenciación, hasta crear abismos a veces, es el afán de cultivarse que tienen unas personas en relación a otras. Los hay que gustan de tener libros entre las manos y otros que no les sostendrían así les matasen. Y así, ya digo, es como se crean abismos entre las personas y malestar en los pueblos y entre las naciones.

En fin, que es muy entretenido ver  como Mr, Higgins identifica la procedencia de las personas según su particular "deje" al hablar. Pero, a la hora de la verdad, todos sus esfuerzos se encaminan a conseguir que Eliza Doolittle hable sin "deje", es decir con el "deje" de los que tienen estudios. Que de sobra es sabido que, mayormente, son los estudios los que enriquecen la forma de comunicarse.

martes, 19 de abril de 2011

Curiosa espirlochería.

 A Teresa con cariño

Viene de antiguo. Cojes, agarras, un suponer, Anábasis de Jenofonte que es lo que tengo más reciente y ves que  no hay personaje que se salve de añadir a su nombre la ciudad donde nació. Aristónimo de Metidrio, Agasias de Estinfalia, Calímaco de Parrasia, Aristeas de Quios. A veces, con la ciudad no tenemos bastante y, entonces,  se añade el linaje para redondear: Cefisodoro de Atenas, hijo de Cefisofonte; Anfícrates de Atenas, hijo de Anfidemo, etc..


Hoy recibo un mensaje de Teresa a propósito de la última excursión realizada por la asociación montañera de la escuela oficial de idiomas. Dice textualmente: "..tuvimos representación de 7 nacionalidades: alemana, canadiense, española, inglesa, irlandesa, ITALIANA y peruana. Y en el grupo de los españoles también podríamos especificar que hubo representación gallega, leonesa, burgalesa, vasca y cántabra, (por lo menos hasta lo que yo sé). Un grupo muy variopinto como veis."


Convendrán conmigo en que, cuando menos, es curiosa la inmarcesibilidad, perdón, de la costumbre de identificar, e incluso calificar, a las personas según su lugar de origen. Porque mi impresión es que, salvo casos extremos de arcaísmo o miseria, el origen geográfico de las personas aporta más bien poco a la diferenciación entre ellas. Y, si se me apura, añadiría que ni siquiera la diversidad de los idiomas es causa eficiente a la que achacar biodiversidad significativa. Aunque, claro está, otro cantar sería lo del linaje, ya que nadie en su sano juicio me va a negar ahora que no es lo mismo nacer en la casa de un mafioso siciliano que en la de un calvinista ginebrino.  Aunque nunca se sabe a ciencia cierta porque si los dos acaban estudiando en la misma universidad... o luchando en la misma guerra. 


Porque vamos a ver, ¿no es infinitamente más efectivo para significar a alguien esa máxima evangélica que reza "por sus obras los conoceréis"? Desde luego que para mí sí. Una persona es lo que hace con su vida. Lo que lucha o zanganea. Lo que aporta o lo que vampiriza. Cosas, en fin, más ligadas a lo que se dio en denominar potencias del alma que no al puro azar. 


El caso es que no es por nada que me mosquee ese afán de conservar la identificación de las personas por su origen. Resulta que las circunstancias de la vida, o lo que fuere, me llevaron a pasar largas temporadas en regiones en las que porcentajes significativos de su población le dan una importancia cuasi mística al hecho casual de haber nacido donde han nacido. Y si tú no eres de allí, pero vives allí, tendrás que escucharles cien, mil, cien mil veces al día, la monserga de que su origen divino les diferencia a tope de ti, simple mortal. Y claro, ya saben lo que se esconde detrás de esa en apariencia ingenua pretensión. Se lo diré: se esconde la odiosa convicción de tener más derechos y menos deberes que los metecos, charnegos, maketos, o como quiera que se le diga a los que no viven donde nacieron porque lo hacen donde les da la gana o les viene bien. 


No, lo confieso, no acepto la variopintabilidad de un grupo por el distinto origen geográfico de sus componentes. Más bien creo en la homogeneidad que le da compartir una afición. Lo demás, pelillos a la mar.  

Tremenda contradicción, compañero

 Entre el enorme bagaje de muletillas usadas por el folclore cubano de la inoperancia  hay una especialmente afortunada: "tremenda contradicción, compañero". Es la que sin duda te soltará un adepto al régimen castrista, ante cualquier pregunta incómoda sobre las "conquistas de la revolución". Tremenda contradicción, o sea, inoperancia. Así no beneficias a nadie, pero tampoco hay quien se pueda sentir molesto. Bien, dicen que el castrismo es un régimen marxista, pero, la verdad, yo, después de lo que he visto, más bien me inclino a pensar que es un régimen lao-tséiano:


"Aunque se gobierne una nación con rectitud,
Y se luche en las guerras con astucia,
El reino se deberá alcanzar por la no-acción.
Este es el único modo de alcanzarlo.
No hay otro. 

No sé si viene esto a cuento con lo que les voy a contar. Resulta que con motivo de haber vuelto a mis reales mesetarios tengo de nuevo la posibilidad de estar conectado al ASTRA. Lo cual no es cuestión baladí ya que el ASTRA te abre una inmensa ventana hacia el mundo desde la que contemplar sus tribulaciones y glorias. Y así es que estaba ayer asomado a un canal francés en el que se debatía sobre una "tremenda contradicción, compañero". 

El asunto, efectivamente, es peliagudo. A alguien de la republicana Francia con mando en plaza, se le ha ocurrido decir que las empresas con beneficio, en vez de aumentar los dividendos a sus accionistas, deberán gratificar con una prima de 1000 € a sus asalariados. Sin duda es una propuesta de intenciones populistas y sin la menor conexión con la realidad: la gestión de las empresas suele ser lo suficientemente sensata como para no molestar ni a los unos ni a los otros con decisiones sesgadas hacia una de las partes. Pero hay que reconocer que la propuesta suena a "aquí estamos nosotros para evitar las injusticias con los más débiles". Imagínense, los capitalistas sin pegar clavo se apoderan de lo ganado con el sudor de la clase trabajadora. El viejo discurso que tantos quebraderos trajo al mundo sin que por ello haya perdido tirón. 

Resumiendo, una pareja defendiendo la medida de los mil € y una señora argumentando sobre la necesidad de que el Estado no se meta en la gestión de las empresas privadas. Porque, entonces ustedes, preguntaba la señora digamos que liberal conservadora, qué proponen, ¿prohibir a los accionistas que vendan sus acciones?. Porque es de suponer que, si la empresa tiene beneficios y no repercute en sus bolsillos, entonces, cojan su dinero y se lo lleven a otra parte. Y, con la misma, adiós mil € para los asalariados. "Tremenda contradicción, compañero". Con lo bien que queda estar de parte de los obreretes y lo difícil que es concretarlo en medidas efectivas. 

En fin, que todo está como está porque hay contradicciones que no se pueden resolver sin quitar el ganapán a  los que viven de sostenerlas. Obreros que no necesitaron estudiar para vivir como capitalistas, capitalistas que necesitaron estudiar para vivir como obreros. Y así, nadie está contento salvo los hemipléjicos morales que se lo pasan bomba pelando la tremenda contradicción, compañero. 

viernes, 15 de abril de 2011

El Criticón

Qué gran intuición la del clásico: en no teniendo mocos, no gustan de gargajos.

-Primeramente que no sólo puedan, sino que deban dezir las verdades, sin escrúpulo de necedades, que si la verdad tiene muchos enemigos, también ellos muchos años y poca vida que perder.

-Tenéis buen gusto -les decía-, nacido de un buen capricho, en andaros viendo mundo, y más en sus cortes, que son escuelas de toda discreta gentileza. Seréis hombres tratando con los que lo son, que eso es propiamente ver mundo; porque advertid que va grande diferencia del ver al mirar, que quien no entiende no atiende: poco importa ver mucho con los ojos si con el entendimiento nada, ni vale el ver sin el notar.

 -Y así él, después de haber velado sobre el caso, traço de huírse; y no tuvo tanta dificultad como imaginaba, que en este orden de cosas el que quiere puede. Rompió con todo, que es el único medio, y saltó por el portillo de dar en la cuenta, aquel que todos cuantos abren los ojos hallan.

Hoy, como no tengo ganas de esforzarme, se lo tomo prestado a Gracián.

jueves, 14 de abril de 2011

Del caserío no me fio.

Roland Barthes era un francés de aquellos a los que no había forma de ganar a la hora de dar la impresión de que se están diciendo cosas muy bien dichas a la vez que interesantes. El tipo agarraba cualquier tema, por ejemplo el catch, y escribía todo un tratado que no dejaba resquicios a la completa comprensión del fenómeno. Ibas, lo leías, y, aparte de lo que disfrutabas con las ingeniosas asociaciones de ideas,  acababas por sentirte sabio. 

Bien, pues Roland no le ahorró comentarios al caserío vasco. Al mito del caserío vasco. Ese lugar que representa a la perfección el mito de la vida idílica y pastoril cuando lo mío y tuyo no existía. El mito de la "hidalguía universal". El lugar de la utopía: lo contemplas y es imposible sustraerse al sentimiento de posesión. Quieres ir allí a costa de lo que sea. Y como es imposible, nostalgia al canto. Pensamientos malsanos.

Cuando era joven, las circunstancias me llevaron a alquilar una habitación en un piso de la calle Ortega y Gasset de Madrid. La propietaria era una señora de Régil  que disfrutaba contando los avatares de su dilatada historia. Régil, como supongo sabrán, es un pueblecito perdido en los valles vascos de la cordillera Cantábrica. Su condición de marginalidad geográfica ha permitido que se conserve tal cual, como encanta a los nostálgicos de la mítica Edad de Oro. Y esa conservación, digamos que espontánea, es lo que llevó a las autoridades de la región a declarar a Régil como lugar intocable. O sea, Régil tal cual for ever. Y esa misma prebenda es la que convirtió el lugar en objeto del deseo más acendrado por parte de los más conspicuos representantes de la burguesía retrograda regional. Y así es que un caserío en ruinas en aquel lugar puede suponerle a su propietario una sustanciosa renta de por vida, para él y sus descendientes hasta cuarta o quinta generación por lo menos. Una vez tuve ocasión de visitar uno de esos caseríos restaurados, de los padres de un colega, y me quedé patidifuso. El salón era un templo gótico. Lo demás, por el estilo. Claro, se pueden imaginar lo que llegan a dar de sí esos volúmenes manejados por un arquitecto megalómano instigado por propietarios que no lo son menos. 

En Régil nació uno de los mitos del deporte hispano de los comienzos del XX: Paulino Uzcudum. Un boxeador que hizo las Américas sin perder por ello la cabeza. Paulino vivía por aquel entonces en Madrid y para pasar el rato no tenía mejor cosa que hacer que ir a visitar a Juli. A escuchar a Juli, porque a él no se le entendía nada cuando hablaba. Los puñetazos recibidos por profesión, supongo.

Bien, a lo que iba, Juli contaba historias de cuando niña, allí, en el caserío de Régil. A ella la levantaban mucho antes del alba con las mujeres porque era una huérfana adoptada. A la otra niña, legítima de la casa, la dejaban en la cama hasta la hora de la escuela. Se levantaban, como digo, las mujeres, y encendían el fuego y preparaban el almuerzo para los hombres que dormían todos juntos en una cámara junto al pajar. Ya el fuego y desayuno  a punto, bajaban los hombres y se sentaban alrededor del fuego para atarse las alpargatas, cosa que, por lo visto, era harto complicado ya que mientras completaban la operación les daba tiempo a interpretar un rosario, tres letanías y un ora pro novis. En fin, que no se la veía muy entusiasmada a Juli con las historias de caserío. Todo lo contrario de las que contaba a propósito de sus viajes por el mundo en calidad de ama de llaves de un embajador del Reino de España. Pero esa es otra historia que no viene a cuento ahora.

Hoy día, por imperativo de las leyes de mercado, los caseríos suelen ser mayormente esos lugares a donde va Savater a zamparse una chuleta con pimientos verdes... y luego nos lo cuenta, lo bueno que estaba todo, lo incomparable del paisaje, lástima que... ya saben a qué me refiero: a los que padecen la nostalgia de lo que sólo existió en su imaginación. El fantasma de "la provincia", en definitiva. Y por tal es que matan.  

martes, 12 de abril de 2011

Adiós con el corazón

 Me vine pacá. A la Meseta. A experimentarme mesetario. A, en definitiva, reponerme. Porque, vive dios, qué catarro. No había forma de pelarlo. Los aires de la Ferroatlántica  en nada me favorecían. La agitación vecinal, tampoco. Así que, aquí, tres días y ya soy persona. Aire puro, luz diáfana, ínfima demografía, en fin, ya saben, el remedio de la abuela.

Camargo. Lo echaré de menos. Aquella vitalidad purificadora a fuer de autodestructiva. Sin reposo ni perdón. Agitación de hormiguero amenazado. Mentalidad de istmo por donde todo pasa y nada queda salvo los envases desechables y la pose señoritil del aristocratismo sindical. ¡Ya salió el convenio, Lin!

Sí, hay que reconocerlo, aquello es inspirador. Con sus yonkis y camellos, sus horteras y chorizos, sus putas y chaperos, para dar colorido a la historieta. Y luego, cómo no, los encantos de la comunidad encaminada: el club de petanca, el baile de los jubiletas, el centro cultural...

En fin, ya saben, cada día tiene su afán. Y el mío de hoy no va a ser precisamente el de lamentarme por la seguridad dejada atrás sino el de regocijarme por la mucha incertidumbre recuperada. Porque, desengáñense, sin incertidumbre lo más, lo más que hay es simulacro de vida. 

jueves, 7 de abril de 2011

Maliaño never again




 "Soy un estratega sombrío que, habiendo perdido todas las batallas, traza ya, en el papel de sus planes, disfrutando de su esquema, los pormenores de su retirada fatal, en la víspera de cada una de sus nuevas batallas"


Cuando a uno le falta ingenio para expresar con palabras lo que se le pasa por la cabeza siempre le queda el recurso de echar mano de los poetas consagrados. Claro está que sin perder de vista que de la erudición a la pedantería se puede transcurrir con el mismo sigilo que cuando un rayo de sol pasa por un cristal, etc, etc.. Así que, una vez más que creo no será la última, recurro a mi admirado Pessoa. Espero haber acertado con la cita. Sobre todo por lo de "disfrutando de su esquema".

Y no crean que si trazo ya los pormenores de mi retirada fatal es porque me disguste Maliaño. No, ni mucho menos. Lo que pasa es que Maliaño es demasiado para mi cuerpo. Es como si quieres subir al Curavacas sin haberte sometido a un severo entrenamiento previo. Porque sí ganar altitud es costoso, lo de penetrar densidad ni les digo. Densidad humana quiero decir.

Sí, a veces sales a la calle y cuesta discernir. ¿Es que acaso estoy dentro de un cómic de Robert Crumb con guión de Bukowski? La verdad, nunca vi tanta tía bien fajada. Jóvenes, menos jóvenes e incluso viejas. Hay tanta mercancía en el escaparate que es imposible elegir. Y todo ese ejercito de jubilados vestidos para la ocasión, sin cortarse un pelo. Aquí no se hace nada sin calzarse el uniforme correspondiente al deporte que se intenta practicar. Lo mismo que los jóvenes alrededor del coche aparcado debajo de mi ventana con la música a tope y calentando la piedra entre las manos. Por no hablar de los chuchos. Pequeños, medianos, grandes y asesinos. ¿Pero es que hay alguien en Maliaño que no viva al ritmo de las deyecciones de su chucho? Y cómo les ríen lo que les parece son monerías originales. ¡Dios, qué bello sería el mundo si se quisiese así a los humanos! O quizá no, que cada vez son más y más inteligentes los que sostienen que el amor todo lo putrefacta. Como el que tiene mi vecina de arriba a sus niños, que es tan grande que todo se lo tiene que decir a gritos.

En fin, que ya les tendré informados porque, cuándo, no lo sé, pero que me voy, eso es seguro. No por nada, sino por la cosa de la intensidad. Intensidad vital que me rodea, quiero decir.

martes, 5 de abril de 2011

Me gusta Madrid.





Estuve en Madrid y regresé con un trancazo considerable. Alifafes primaverales. Pero lo pasé bien. Las grandes urbes te permiten la exploración gruesa. Y también la fina. Cada estación de metro es un mundo diferente. Y cuando más te alejas del centro más se acentúa la diferencia. Te apeas, por ejemplo, en Manoteras, un barrio obrero de los 50/60 que al haber sido construido sin tanta usura del espacio como la que se dio años después, hoy le permite tener unas avenidas ajardinadas que parecen la mar de agradables. Además, el estar en los confines de la ciudad le ha permitido la adhesión de parques de bajo coste y grandes perspectivas. Y por uno de esos parques me fui andando y pude comprobar como cambiaba de forma brusca el tipo de construcción. El aspecto modesto desaparece para adquirir aires burgueses. Y cada vez más, hasta llegar, diría, a una burguesía tirando hacia lo alto. "Metro a 500 mtros", indicaba una flecha. Para allí me fui. No tarde en llegar a la estación de Pinar de Chamartín, allí por donde la gran avenida de Arturo Soria pierde su nombre. Todo eran, en aquel entorno,  torres de 16 o 20 pisos, aisladas, de magnífico aspecto, con poco trajín por las calles y con establecimientos de calidad. Bueno, me dije que, seguramente, allí podría instalarme de buen  grado si se diese el caso de tener los recursos para ello. Así que, como todo parece indicar que nunca se va a dar ese caso, lo mejor será tomar el metro y bajarse cerca del hotel, buscar un VIPS para comer algo y, con la misma, dando algún rodeo para hacer tiempo, ir al hotel a echar la siesta. 


Me gustan los VIPS. Incluso, una vez, por tal de trabar conversación con el empleado, consentí en que me hiciesen socio. De lo único, creo, que he sido socio en esta vida. Me contó el tipo que los VIPS eran de un empresario mexicano, lo mismo que los  TheWok, TíoPepe, Ginos, y un montón más de marcas que trufan todas las calles de Madrid y supongo que de otras grandes ciudades. Así que, porque el dueño es mexicano, o por lo que sea, es normal que cuando te sirven lo hagan con el deje que aprendimos a amar viendo las películas de Cantinflas. Pero es que, además, los VIPS tienen un estilo que de puro anodino ha adquirido un carácter inconfundible. Un carácter genuinamente cosmopolita. Es decir, un lugar en el que cualquier concesión al casticismo sería sacrilegio. Y porque el casticismo es la peste y la gente huye de la peste, será, supongo, que siempre hay clientes en los VIPS, de todas las edades, de todos los orígenes y condición. Concluyendo, que comer en el VIPS, no es sólo  meterse entre pecho y espalda una hamburguesa, o unas quesadillas, o unas verduras a la plancha, o un browning, o lo que sea, todo delicioso si lo comes con salud de cuerpo y espíritu, no, es que, además, en el VIPS, a poco que tengas desarrolladas las capacidades de observación, podrás disfrutar del espectáculo de la vida propio de los lugares en donde la gente se da al disfrute de los sentidos escondido tras el más absoluto anonimato. 


En fin, Madrid, no en vano fue un mejicano el que compuso la canción que mejor te identifica. 

lunes, 4 de abril de 2011

Sostiene Hawthorne

 ...and with that lack of energy that distinguises the occupants of alms-houses, and all other humans beings who depend for subsistence on charity, on monopolised labour, or anything else but their own independent exertions.

Traduzco: ...y con esa falta de energía que distingue a los residentes de los asilos, y todos los demás seres humanos que dependen para subsistir de la caridad, o del trabajo monopolizado, o de cualquier otra cosa que no sea su propio esfuerzo.

¡Increíble! Poner en el mismo saco a los funcionarios -trabajo monopolizado- y a los mendigos. Desde luego que a dónde hemos ido a parar. No es extraño que nos rebajen el sueldo y nos quedemos tan panchos. Por esa falta de energía que nos distingue.

Ya saben, el buen consejo de madre, o en su defecto de padre: tú, hijo, o hija, a por algo seguro. Unas oposiciones a lo que sea. Las ganas y a disfrutar de la vida. Sin estridencias, pero con seguridad. Y, luego, para redondear, si quieres, siempre están las corruptelas. Pelillos a la mar. Nadie las toma en cuenta porque trampa generalizada, picaresca institucionalizada.

La sanidad pública tiene 10.000 millones de déficit. ¿Cómo no?

La enseñanza pública tiene un 30% de fracaso. ¿Cómo no?

La policía no ha podido acabar con ETA en cuarenta años. ¿Cómo no?

 En fin, para pensar un poco en lo que sostiene Hawthorne.

viernes, 1 de abril de 2011

El señor de las moscas.

Me acababa de acomodar en mi reserva del Alvia con los libros, la botella de agua y la ingenua intención de disfrutar del viaje de regreso desde la capital del Reino a mi Maliaño For Ever, cuando, suddenly, una marea humana irrumpió en el vagón con la deliberada maldad de todas las jaurías, y más si es humana. ¡Adios ilusiones! Esto habrá que reconsiderarlo, me dije, porque estos mierdas no me van a amargar el viaje. Si hay que ser el malo de la película, lo seré de buen grado.

Se trataba de los alumnos, de entre once y trece años, de un colegio de Jaén que, por razones que no se me alcanzan, venían, en plena época lectiva, a pasar unos días en Santander. O sea, a una ciudad con un interés cultural cero. Y eso, si es que alguna ciudad lo tiene para chavales de esa edad. Así que, como decía, entraron en  tromba y provistos de un verdadero arsenal de gadgets electrónicos y, con la misma, se fueron a amontonar en el extremo del vagón donde los asientos se dan la cara. Con gran alboroto, sobra decirlo. Por no hablar de promiscuidad, que eso, ¡madre mía!, para sí la hubiesen querido... en fin, mejor lo dejamos. Y el profersorcillo, en sus veintitantos, que les acompañaba, ¡qué decir de él sino que parecía ser el que más disfrutaba de aquellas ventajosas circunstancias! Asediado como estaba por aquella escuadra de lolitas.

Me duró poco el aguante. Me levanté, les solté una filípica y la cosa se calmó un poco. Por breves minutos, o quizá segundos, todo hay que decirlo. Volvieron al ataque con redoblados esfuerzos. Y yo, también. Les dije, entre otras cosas, que si no habían traído algo para leer durante el viaje. Nadie contestó. Se limitaron a lanzarse miradas y sonrisas de complicidad entre ellos. ¡Este viejo chalado! Leer..., valiente gilipollez, teniendo aquí estas tetas y estas pollas y estos culos... tan a mano todo, debían estar pensando. Les añadí que así, tal como iban, se estaban condenando  a ser obreros de por vida. A juzgar por el cambio de gesto que hicieron hacia la seriedad es probable que no les gustase. ¿A quién le va a gustar ser obrero? Y al profesor desde luego que tampoco. ¡Son niños! Me dijo con tono indignado. Precisamente por eso, le contesté. Y luego, ¿A esto es a lo que llamáis socializar? Sí, respondíó, pero con el tono visiblemente humillado. Y entonces es cuando noté que los que se estaban divirtiendo de lo lindo eran el resto de los pasajeros. Fue evidente que lo de "socializar" les había tocado el subconsciente.

Los alumnos se fueron para otro lado quedando sólo uno por asiento. El profesor se puso a leer una novela de Patricia Highsmith. Ya sólo se oía el incesante rugir de los diferentes gadgets y poco más. Hubo varios intentos de reagrupamiento, pero fueron  abortados de inmediato por otros pasajeros que tuvieron a bien tomarme el relevo.

Al llegar a Santander, a guisa de despedida, les dije algunas gracias que los chavales me sonrieron mirando para el suelo. Y al profesor le pedí matizadas disculpas. Ten en cuenta, le dije, que estos son los que nos van a tener que pagar las pensiones. Se sonrió.